Crisis, critica y criterio

Justicia Social

Decía Winston Churchill, la crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano. Sin embargo, en Puerto Rico nos educaron bajo el mantra de que aquí no se habla de aquello que pueda incomodar aunque nos estalle en la cara. Los temas controvertidos se evitan, a riesgo de parecer idiotas ilusos. Y la verdad, si no es bonita, no se dice. La libertad de expresión en el contexto puertorriqueño se reduce a hablar del clima, los tapones y la falta de estacionamientos. Aún, tengo grabado en la mente ese famoso letrero que leía, “Prohibido hablar de política o religión”.

La brecha abierta entre la verdad y “lo que se puede decir” ha creado un nuevo monstruo: la hipersensibilidad de la indignación. El mero hecho de realizar un enunciado o una interrogación “incomoda” ocasiona una desaprobación social inmediata. Esta injustificada reacción expone la dictadura social vigente, resaltando lo ilusos que somos con nuestro: “si de lo incomodo no se habla, desaparece”. Esa hipersensibilidad se traduce hacia una constante hostilidad e irritación contra aquello que no podemos manipular.

La tendencia a aceptar “no hablar de lo controvertido”, no solamente crea tabúes, estereotipos, prejuicios y desinformación, también produce baja autoestima. Esto debido a que, el valor que nos asignamos, como individuos y colectivo, esta sujeto al valor que nos otorguen nuestros pares y a que la nueva critica posible deba ser mordaz para "destruir" a la persona y al colectivo. “Yo expreso mi valor en función a la expectativa de valor que los demás puedan tener de mi”. De ahí, que según nuestra valoración como individuos y país, la critica es un ataque a ese valor y debemos eliminarla. La critica puertorriqueña no busca construir, no busca modificar para evolucionar. La critica en el mundo de hoy, otorga placer a aquellos individuos que gozan al buscar defectos a otros y que experimentan satisfacción al deshacer a sus pares. Y así es, como nuestra cultura educa a sus individuos y al colectivo: sin personalidad propia, sin carácter único, sin responsabilidad alguna.

La verdad o su cuestionamiento, a pesar de que pueden resultar incomodos son parte de una misma moneda. Son parte de un proceso del cual no se pueden saltar etapas. El cuestionamiento de la verdad tiene que causar malestar, inclusive puede llegar a ser doloroso, pero no se puede obviar ni evadir, si se interesa proseguir a la siguiente etapa. Hay que vivir el duelo, aceptar el estado actual y con gratitud cambiar, evolucionar. La verdad, es a su vez, parte intrínseca de la opinión. Y la opinión libre es el cuerpo de la democracia. Solamente opinando en libertad, hablando de lo incómodo y lo controvertido se puede avanzar.

El progreso va atado a la búsqueda de soluciones reales para problemas reales, que no son otros, que los que tenemos aún cuando no los queremos tener. Aun, cuando los escondemos y aunque nos enajenemos para ilusamente pretender que no existen. Para tener criterio, hay que asumir y aceptar que no toda forma de educar es y ha sido buena. La nuestra, desde luego nos ha invitado a esconder esqueletos, en vez de enfrentar a los fantasmas. Entonces, pues, hablemos de lo incomodo...