Los Boricuas [y el genoma canario] se oponen e la estadidad

Política

[Nota Editorial:  Este artículo se da en el contexto del Segundo Congreso Canario: La huella canaria en la cultura puertorriqueña.  El mismo es coordinado por el autor de este artículo, e inspirado por la idea de que las identidades nacionales tanto en el caso de Puerto Rico como en el de las Islas Canarias, se fusionan para detener en nuestro caso el avance de la estadidad. La actividad es hoy, iniciando a las 9am, y transmitida por las redes sociales de este medio, a través de la plataforma GoToMeeting, código 276-828-397].

La victoria del Sí en el pasado plebiscito del 3 de noviembre me lleva a plantear las preguntas, ¿queremos continuar siendo puertorriqueños? o ¿queremos convertirnos solo en una estampa folclórica dentro del mosaico cultural estadounidense? No estoy consciente el grado de conciencia que la mayoría de los electores que apoyan la anexión entiendan las repercusiones de sus acciones.

La anexión eliminaría nuestro himno patrio, La Borinqueña. Este se convertiría en una “state song” o canción estatal porque Estados Unidos tiene un solo himno, “The Star Spangle Banner”. Los acordes de La Borinqueña enmudecerían para siempre en las Olimpiadas, los Juegos Centroamericanos, los Juegos Panamericanos, no habría más participación en los juegos de pelota caribeños, ni certámenes de belleza, ni ninguna competencia internacional. Todo se haría a través de los equipos estadounidenses.

La Monoestrellada, la bandera que con tanto orgullo lucimos y ondeamos, se convertiría en un pendón decorativo, porque Estados Unidos tiene una bandera y sus ciudadanos solo lucen y ondean a “Old Glory”. Por supuesto, los estados tienen banderas, pero estas carecen de algún significado más allá de identificar los edificios públicos.

Implicaría también la muerte del español como vernáculo porque, aunque Estados Unidos no tiene un idioma oficial, el inglés es el lenguaje utilizado por sus ciudadanos para comunicarse.

Entiendo que un gran por ciento de los puertorriqueños quieran convertir el archipiélago en un estado. Llevamos más de un siglo escuchado el discurso oficialista de la superioridad de la metrópoli que nos gobierna.

La influencia estadounidense en nuestra gente es cada vez mayor. Es una nueva “americanización” llevada a cabo solapadamente. La Internet, el cable televisivo, los anuncios, nos bombardean constantemente con la grandiosidad de los Estados Unidos de América.

Lo notamos en cosas tan simples como en lo que comemos y compramos. Muchos prefieren una comida rápida que una nutritiva tradicional de arroz, habichuelas, carne o bacalao y viandas. Compramos productos fabricados en el norte y en megatiendas. Esto se traduce en un rechazo a la producción local porque la masificación convierte a los bienes que se producen en Estados Unidos en más económicos, aunque a los residentes del archipiélago nos los vendan más caros.

Adoptar costumbres estadounidenses es “trending” o en español es una tendencia para estar a la moda o “in”. Aunque gritamos a los cuatro vientos que somos puertorriqueños la realidad es que hay quienes se avergüenzan de serlo y quisieran ser otra cosa. En los últimos años, algunos hacen énfasis en la ciudadanía estadounidense como una forma de erradicar una realidad innegable, somos un pueblo mestizo. Sacrificar lo que somos no nos hará diferentes, solo aumentará los problemas psicosociales que abruman a nuestro país.

Llevamos 122 años escuchando un discurso humillante que nos niega el derecho a conocer nuestra verdad histórica y pisotea despiadadamente nuestro origen como pueblo con una cultura hibrida conformada por el legado aborigen, africano y europeo. Renegar de lo que somos no cambiará nuestra realidad, nos llevará tarde o temprano a confrontar una verdad innegable que es la discriminación que impera en la sociedad estadounidense, que como hemos visto bajo la gobernanza de Donald Trump, ha sido incapaz de superar el racismo y la xenofobia.

No existe una forma mágica para resolver los males que nos aquejan, la realidad es que el problema está en nosotros. La única forma de erradicar los males sociales es aprender a valorarnos. La autoestima o el amor propio es el principio para transformar nuestra sociedad y construir un país holístico donde la justicia social y el bienestar de todos sea una verdad.

 Los puertorriqueños amamos a Puerto Rico. Es un sentimiento que te aprieta el corazón cuando te alejas del terruño, empero, cuando habitas en él, te sofoca la convulsa sociedad en que ha degenerado la modernidad isleña. La falta de oportunidades, las limitaciones económicas, el deterioro social te fuerzan a construir quimeras basadas en cuentos de oportunistas que ofrecen fórmulas fantásticas sin que realicemos que los mismos que las proponen son los creadores del mal. Entonces emigramos. Culpamos a la matria, pero el problema no es ella, somos nosotros que continuamente apoyamos a aquellos que solo buscan su bienestar a costas de la mayoría.

Es en esta coyuntura donde la experiencia de Islas Canarias y su aportación a nuestra identidad nos hace reflexionar sobre el derrotero que hemos iniciado y nos obliga a enfrentarnos con nuestras peores pesadillas. Canarias mantiene viva su cultura y su sentido identitario. Los canarios no se identifican como españoles, se niegan a rendirse a la metrópoli con la que comparten nexos históricos, culturales y lingüísticos.

El escritor y empresario canario, Juan José Benítez de Lugo Massieu, en su ensayo Canariedad no dice que, en definitiva, ser canario es un sentimiento, una filosofía de vida, un enamorado de su tierra y, como todo enamorado que lo es de veras, es preciso que se apasione por ella y por el camino que a ella conduce. Porque al final solo hay dos cosas que el hombre guarda en su corazón: la tierra que le vio nacer y la madre que le parió.

Sin pensarlo, el aristócrata canario resume también el sentimiento que apega a los puertorriqueños a su lar. Al igual que Canarias, Puerto Rico es un conjunto de islas hermosas con unas características únicas que inspiran un profundo amor a sus hijos e hijas que a la larga somos los que constituimos la Matria.

La conquista de Canarias por España concluyó en 1496, cuatro años después de la llegada de Cristóbal Colón a América. Al igual que en Canarias, los europeos llegaron a estas tierras con espada y cruz en mano para en nombre de Cristo y de la civilización asesinar y esclavizar a los pueblos aborígenes. La identidad canaria es el producto de la mezcla de guanches, una tribu bereber africana, europeos y americanos

Los puertorriqueños al igual que los canarios somos producto del mestizaje, hijos de África, América y Europa. El Proyecto GEVIC-NACUL, la Gran Enciclopedia Virtual de Islas Canarias: Natura y Cultura, expone que la canariedad es el resultado de diversos factores entre ellos la insularidad que produce aislamiento, intercambio y acogida positiva a lo que llega de fuera; el clima agradable, la belleza del paisaje;  los imprevistos males históricos: vientos, plaga de langosta, volcanes, piratas, tributos, levas y grandes crisis económicas; la pobreza de recursos, el incremento demográfico, la emigración y, últimamente, el turismo; la incultura y el analfabetismo; la raza y la cultura guanche; la  fundamental aportación e influencia española, también portuguesa y americana. Y en menor medida, inglesa; las consecuencias de la conquista: esclavitud, expropiación, cambio de dueños; el dirigismo, privilegios caciquiles y sumisión popular y la educación de gran influencia materna, con efusividad afectiva, con actitudes mixtas y competencia fraternal.

            Pedro Hernández, director del proyecto, puntualiza que estos factores marcaron a los isleños y gestaron un sentimiento de infravaloración que repercute en una actitud desconsiderada y negativista hacia su propia realidad. Tristemente ese sentimiento de infravaloración también es el resultado de nuestra experiencia. Los puertorriqueños no valoramos nuestra grandiosidad.

              Canarias mantiene su propia cosmogonía a pesar de compartir con España quinientos años de historia y un mismo idioma. Los puertorriqueños llevamos más de un siglo combatiendo el genocidio cultural. Tal pareciera que un gran por ciento no desea seguir batallando y están listos para tirar la toalla.  Sin embargo, mientras nuestro genoma tenga en sí genes canarios estoy confiado que seres muchos los que nunca nos rendiremos.