¿Cuánto cabe en un prólogo de página y media escrito por Nemesio Canales?

Crítica literaria
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De acuerdo con la alta cultura que representa [Rosendo] Matienzo [Cintrón],

la posición de [Nemesio] Canales es la de un charlatán de feria.

Pero para el sujeto ensayístico [Canales], se trata más bien de una crítica

a las verdades absolutas, al autoritarismo, al elitismo y a la rigidez ideológica.

Edil F. González Carmona

 

Sin duda entre los más grandes críticos de la sociedad vigente

es preciso contar en Puerto Rico a Nemesio Canales.

Carlos Osorio

 

Para sacar un libro de la imprenta, además de loco, hay que ser

más paciente que Job y más terco que un aragonés.

Nemesio Canales

I

En el caso de Paliques (1915), en un prólogo de página y media cabe un montón. Por eso, siempre en modo irreverente ante la tradición literaria establecida —actitud que lo conecta con la generación boricua de 1970, según Edil F. González Carmona en “Nemesio Canales, Michael de Montaigne y la crítica de la alta cultura” (2019)—; por eso, Canales titula el prólogo “Cuatro palabras,” como si se tratara de poca cosa (cuatro gatos).

A continuación, se sopesan los cuatro puntos cardinales que plantea Canales en el brevísimo prólogo de Paliques, el cual hay que describir, por el tono sardónico —autoparódico— de adulación propia, incluida la valoración que ofrece de Paliques, como un prólogo nietzscheano, demasiado nietzscheano, en línea con Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es (1908). Prólogo que, como reclamo propio, ni siquiera aparece en el índice de Paliques.

En primer lugar, está la voz ensayística que sale al ruedo literario para decirle al lector que el libro que tiene en las manos es un libro “bueno” y sobre todo “único.” ¡Nietzscheano, demasiado nietzscheano! Y ello porque inaugura un “género” en la escritura puertorriqueña de 1915 que la voz ensayística define como “humorístico filosófico.” ¿Se ríe el idealismo filosófico occidental? ¿Tiene sentido del humor el positivismo decimonónico?

Para una respuesta, vayamos a El pensamiento filosófico latinoamericano, del Caribe y ‘latino’(2009), “biblos” en el cual Carlos Osorio plantea, en la parte de “El Caribe hispano,” que Canales constituye para la filosofía puertorriqueña —algo grande, demasiado grande— lo que significó José Enrique Rodó para la uruguaya: “liberación del positivismo y la entrada en la filosofía del siglo XX.”

El segundo punto que establece la voz ensayística lleva el humorismo filosófico a la crítica del libro en la isla. Por un lado, esa voz establece que se ha escrito mucho en Puerto Rico, sobre todo textos “eruditos” y de “imaginación” (poesía); a la misma vez, dice que la literatura boricua es “raquítica y rutinaria”; y que, lo peor de todo, el proceso de publicar libros es de una “lentitud aterradora,” tanto que, hiperbólico, demasiado hiperbólico, supone lo más difícil de lograr en la isla, siendo más fácil llegar al poder, la “política,” o hacerse rico. 

Como tercer punto, la voz ensayística aborda el mérito específico de Paliques desde la oposición entre el qué y el cómo, estableciendo la preferencia por el qué (la filosofía) en detrimento del cómo (la literatura). Y ello porque el objetivo del libro es captar “las cosas interesantes del espectáculo de la vida” sin que medie —¡espanto materialista!— el aparato retórico de la literatura, para el cual —guiño de ojo— le falta tiempo al ensayo; sobre todo si por ello se entiende incorporar el “sabor a estilo,” el “olor” a “castidad” de lo establecido por los “moscardones literarios” de la época.

Por supuesto, al comentar el primer ensayo del libro, “La seriedad de mi tío,” González Carmona subraya, precisamente, la materialidad autorreflexiva del texto, que “comienza exhibiendo su condición de artificio literario, uno de los principales rasgos de la carnavalización de la literatura, según Bajtín.”

El cuarto y último punto que elabora la voz ensayística hace estallar los parámetros del idealismo literario que, martillo en mano, desmonta la voz ensayística mediante su materialismo filosófico: el precio del libro. Tema de suma importancia, tanta que corresponde al autor determinar el precio justo de su libro; lo que Paliques establece sin problemas: ¡“un dólar,”! cifra que, en 1915, era bastante (aproximadamente 25 dólares de hoy).

En comparación con los libros sobre “política” que se publican en la isla, Paliques constituye una “joya,” lo que justifica el “dineral” de su costo; además, pagar mucho por un libro resulta la medida exacta para ponerle coto a la “tradición” de “compensar” al escritor con sumas equivalentes a la “limosna.” Tradición que la voz ensayística analiza con cuidado, al establecer que de cada “cien” personas que leen un libro en la isla, “diez” lo “comparan” y “cinco” lo “pagan.” A esos pocos que pagan el justo precio de Paliques, la voz ensayística los “invoca.” A ellos, como si se tratara de un “reclamo de editor,” está dedicado el “titulo de único” que reclama el prólogo para referirse a Paliques.

En conclusión, hay volver a decir que, en una página y media, el prólogo de Paliques inunda, con “cuatro palabras,” el pluriverso literario de su mundo contrahegemónico; razón por la que la voz ensayística concluye el prólogo reafirmando su humorismo filosófico:

“Y con esto, adiós, que para un prólogo de un libro condenado a ver la luz en Burrolandia, sobra la mitad de lo dicho.”

II

A continuación, se transcribe un palique, “Los gallos,” que además de tener relevancia en nuestra actualidad, en la que estuvimos a punto de presencia la prohibición de las peleas de gallo, le permitirá al lector disfrutar la elaboración literaria del texto; la cual, en el prólogo autoparódico, la voz ensayista niega a favor de una expresión “sincera y sencilla” de las cosas, despreocupada del “cómo”…

Los gallos 

“Quiero darme el gustazo de declararlo de manera pública y solemne: me gustan, me enaroran las riñas de gallos.

Me gustan los gallos porque son bellos: bellos por el matiz brillante de su pluma; bellos por el corte impecable de su cuerpo eurítmico; bellos por lo alegre y animoso de su canto; bellos por el bizarro empuje de sus bravas almas.

Entre uno de esos hombres incoloros, vulgares, gruñones, hombres de piel de cerdo que vienen a este mundo rellenos de pedantería para aburrir al lucero del alba; entre uno de esos hombres y un gallo… ¡me quedo con el gallo!

¡Ah, si muchos hombres tomasen por modelos de sus vidas insulsas al gallo, ese noble animal consagrado al amor, y al combate, cuánta fealdad, cuánto aburrimiento, cuánta basura se echaría del mundo!

‘Amor y lucha,’ la divisa del gallo, es la divisa excelsa de todo lo que vive; amor y lucha, las dos fuerzas perennes y augustas que regulan el ritmo portentoso de la vida.

Por el amor, la reproducción, la conservación de las especies, la serie de generaciones que se eslabonan en el vértigo del tiempo; por el luchar sin tregua, la eterna selección, madre del progreso.

Y me gustan las riñas de gallos, porque, además de divertir, educan, enseñan; porque cada una de ellas constituye una lección objetiva de admirables secretos biológicos, revelándonos cómo el instinto es ley de vida en los seres, cómo se transmiten los rasgos fisiológicos más nobles por herencia, cómo la naturaleza en eterno acecho dirige por sendas cada vez más tortuosas la marcha de su ejército de formas hacia ignotas pero presentidas cumbres…

Y me gustan además las riñas de gallos porque vivo en Ponce, Puerto Rico, patria del bostezo, sucursal del limbo, y a una persona que vive en Ponce, en esta sombría morada del tedio, y que no bebe ni chismorrea, ni le adula a los santos, ni le gusta el ‘dominó’ ni la ‘viuda’, se le debe perdonar, no ya que guste de las peleas de gallos, sino que adore con loca adoración el cólera y la peste bubónica. —Cada cosa tiene su sitio y su hora—. Trasládame a París con una buena renta y juraré que es un salvaje el aficionado a las riñas de gallos.

Ya sé que contra los gallos y sus riñas sabrosas y edificantes, algunos bizcos de entendimiento, almas forradas de piel de camello, trovadores del aburrimiento, esgrimen el manoseado y zángano argumento de la crueldad.

Yo me río, me río y me río, con risa inagotable, de ese argumento. Compárese la crueldad de las riñas de gallo, de dos animales que riñen por gusto, por saciar un instinto, sin haber sido obligados por la dignidad, ni alquilados, ni de otro modo introducidos para el caso; compárese, digo, esta crueldad con la crueldad ambiente, con lo millones de crueldad que cometemos y presenciamos a diario, murmurando aquí, engañando allá, acometiendo y reventando siempre al prójimo en nombre del negocio, o del estómago, o del partido, o de la religión, o de la familia, o del honor, o de la patria o del diablo y su hermano, y todo el mundo se reirá también con risa estrepitosa de los camellos del aburrimiento, trovadores de la polilla, almas bizcas que condenan la riña de los gallos.

Pero, somos así; para las crueldades chiquitas tenemos un corazón de mantequilla que se ajusta y se estremece por nada hasta el llanto; para las crueldades grandes que cometemos y sufrimos diariamente, en lugar de corazón tenemos un ladrillo.

Que la casa tal se incendió anoche y la familia tal quedó en la calle; que quinientas personas fueron descalabradas por un accidente ferroviario; que el empleado tal quedó cesante con mujer y diez hijos; que don Fulano, arruinado por una hipotecas se ha vuelto loco, arrojándose a la calle por una ventana… por muy sensibles que seamos, ninguna de las noticias que preceden nos hacen perder el apetito.

En cambio, se habla de gallos que pelean por gusto y de los hombres que se dan el gusto de presenciar esas riñas… y es preciso taparse los oídos ante el insulso voceas de los eternos pedantes de alma bizca, forrados de aburrimiento de camellos que protestan.

En apariencia, lo que indigna y subleva a éstos es la crueldad del espectáculo; pero, en verdad, lo que les hace perder la chaveta, es que haya hombres que se diviertan, cuando ellos son enemigos mortales de todo lo que significa alegría y esparcimiento, y de buena gana harían del mundo un desierto espantable, animado únicamente por camellos bizcos, forrados de la piel aburrida de pedantes apolillados…” 

[Nota del autor:  Favor de investigar a partir de los siguientes enlaces: Acceso a Paliques, edición de 1954: https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=uc1.$b454492&view=image&seq=29&size=125.

Anterior a esta transcripción de “Los gallos,” hemos ofrecido la transcripción de otro palique, “Pestes y más pestes,” disponible en este enlace: http://elpostantillano.net/index.php?option=com_content&view=article&id=26113:pestes-y-mas-pestes&catid=310:historia&Itemid=1020]