Esta noche es noche buena [y marca el fin de la generación de la abundancia]

Política

(San Juan, 10:00 a.m.) “Esta noche es nochebuena, vamos al bosque hermanito, a cortar un arbolito, porque la noche es serena”. Con esta canción mi madre nos despertaba a mis hermanos y a mí en Nochebuena. El tiempo ha pasado, su voz se apagó, pero resuena vibrante en mi mente cada 24 de diciembre.
La celebración de unas fiestas navideñas atípicas debido a la pandemia ha avivado los recuerdos infantiles. Cientos de imágenes pululan en mi memoria atestiguando que mi niñez fue una feliz e inolvidable.
Pertenezco a la generación de la abundancia. Viví la transición de un país agrícola a uno industrializado donde había empleos, oportunidades y deseos de superación. El cambio implicó una mejoría en la situación económica de muchas familias puertorriqueñas que a la larga se convirtió en poder adquisitivo para poder comprar regalos para los niños de mi generación.
Es importante recordar que las navidades no siempre fueron alegres para los niños. Muchos se quedaban sin recibir regalos de los Reyes Magos y después de Santa Claus. Mi familia era privilegiada porque mis abuelos tenían ingresos superiores a la mayoría de sus vecinos, podían comprarles regalos a sus hijos, sobrinos, ahijados y allegados, pero esta no era la normativa. 
La generación de mis padres fue la de la inventiva. Los que no recibían regalos, los construían. Abundaban las muñecas de trapo y los carritos con ruedas hechas con tapas de galletas. Algunas familias pudientes eran generosas y le hacían llegar regalos a los niños más pobres. Cualquier regalo era bienvenido y altamente valorado.
En realidad, existían otros regalos más valiosos que los comprados en comercios. El amor, la comprensión, la familia, un plato de comida, la oportunidad para hacer realidad los sueños… eran más valorados que un juguete porque ese siempre se podía adquirir o construir.
La alegría de compartir, cantar alabanzas al Niño Dios y comer los platos típicos de la temporada llenaban de júbilo a grandes y chicos. La fiesta conservaba su carácter religioso y era una afirmación de fe y esperanza por un mañana mejor.
La década de 1960, desde mi punto de vista, es la mejor época que tuvimos no solo en el siglo pasado sino en la historia del país. Verdaderamente vivimos en un país donde corría la leche y la miel. Para muchos no es más que una falacia generada por la guerra fría, pero para los que experimentamos la infancia en esa década está repleta de gratos recuerdos.
La década marcó también el desarrollo urbanístico del país. Las residentes de las nuevas urbanizaciones crearon asociaciones para fomentar el sentido comunitario y celebrar actividades para grandes y chicos. Los vecinos se convirtieron en una familia extendida.
Recuerdo las fiestas de la urbanización donde me crie. Entre todas, la de 1967 es la más que añoro porque mi hermanito, que nació en septiembre de ese año, fue el niñito Jesús. Mis hermanas y yo nos vestimos de pastores. Mucha alegría. Luego de la fiesta nos fuimos para la bajura de San Germán a visitar a los abuelos Andrés y Rosalina y más entrada la noche a Lajas a casa de mamá, mi abuela materna.
Ese año, las navidades fueron especiales, pero se inició una transición a un nuevo país. La llegada del año 1968 no tenía la misma alegría que había experimentado cuando era más pequeño. Se percibía en el aire una extraña sensación que le robaba el regocijo a los grandes y creaba incertidumbre en los chicos. Me parece escuchar a mi tío bisabuelo Francisco Acosta diciendo “se avecina una tormenta que nos traerá grandes penurias”.
El nuevo año trajo el cisma del Partido Popular Democrático (PPD). El derrumbe del sueño autonomista marcó un cambio en la conciencia del ente puertorriqueño.  Ese año también trajo la llegada al poder del Partido Nuevo Progresista (PNP). Esta victoria anexionista generó desasosiego entre la mayoría de la población que estaba atónita ante lo impensable, la derrota del PPD. Se inició un nuevo derrotero.
Recuerdo esas navidades, fueron menos alegres. Las canciones navideñas de esa época se alejaron de la espiritualidad y la algarabía tradicional para enfatizar la cotidianidad. El trauma post electoral abrió paso al nuevo Puerto Rico. Las promesas políticas se convirtieron en burdas mentiras y se inició paulatinamente la destrucción de la identidad y los sueños de mejores oportunidades.
La llegada del exilio cubano, el temor al comunismo, el fortalecimiento de la extrema derecha y la radicalización de la izquierda se combinaron para cocer un caldo hediendo que forjó una sociedad consumista, hedonista, aterrada a tomar control de sus circunstancias, dependiente de recursos externos, amante de la mentira y la patraña, ciega a la pobreza de sus congéneres, plagada por múltiples problemas socioeconómicos, una alta criminalidad, graves enfermedades mentales y una desbastadora crisis identitaria.
Empero, a pesar de todo, seguimos celebrando. Llegaron el fua, el wepa y la güelía (dame el agua Elías). Los 70 fueron años turbulentos donde las tres tristes tribus se fueron distanciando hasta crear un abismo que aparenta ser insalvable.
Las navidades también evolucionaron. Hemos mantenido elementos tradicionales, pero los adornos son cada vez más estadounidenses (lo único que nos falta es que nieve). Nos gustan los villancicos en inglés y las canciones en español se han convertido en pura algarabía fiestera. Los nuevos éxitos navideños son reflejo de la decadencia social que impera. Lo que no hemos perdido es el doble sentido irónico de nuestro jíbaro, solo basta con escuchar “Huevito sin sal” y “La madre que te parió”.
Sería injusto sino reconozco que tras 122 años de coloniaje estadounidense es normal que tengamos una marcada influencia de la metrópoli en nuestras costumbres y tradiciones.
Me queda claro que las navidades que llevaré conmigo hasta el final de mis días son las que viví en mi infancia y juventud. La pandemia no me ha robado el espíritu navideño. Mi casa está adornada con belenes y Reyes Magos. Tengo también un árbol con luces y hasta un Papá Noel que vino de Francia.
En la Nochebuena, tomando en consideración la orden ejecutiva, almorzaremos en familia, daremos gracias a Dios por sus bendiciones y cantaremos aguinaldos de antaño. Pero, en mi acostumbrada perorata navideña, les pediré a mis seres queridos que reflexionemos sobre cuál es el Puerto Rico que verdaderamente queremos y si deseamos desaparecer como pueblo para integrarnos definitivamente como una de las diversas comunidades que interactúan en Estados Unidos.  
¡Feliz Nochebuena! ¡Feliz Navidad!