ARQUITECTURA PARA LA RESILIENCIA: Una iglesia sin puertas ni ventanas

Espiritualidades
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En una de mis caminatas por estas tierras fui invitado a participar de un Forum Popular de Teología en la ciudad de Olinda, Pernambuco – Brasil, en noviembre de 2006. Varias entidades apoyaban esta iniciativa de la Iglesia Baptista de Bultrins, que tuvo por tema “Iglesia, Comunidad y Violencia”. El asunto era muy pertinente para una iglesia plantada en medio a una región de mucha pobreza y consecuentemente de enormes conflictos sociales.

Llegando al local noté que no era una actividad meramente preparada por la iglesia para la iglesia. Era un evento que involucraba toda la comunidad circundante. Estaban allí representadas varias entidades civiles y movimientos populares. Una “quermese” (fiesta típica popular Brasilera) se extendía por la calle, en frente al templo, como un tapice rojo de bienvenida a los participantes que venían de todo Recife y de varios estados del país.

Fui caminando en medio de aquel Pueblo sonriente y afectuoso buscando alcanzar el local de las reuniones cuando me confronte cara cara con en templo: un edificio simple, rústico, inacabado, sin puertas ni ventanas. Exactamente: no había puertas ni ventanas, apenas vanos abiertos, orificios vacíos, como la sonrisa sin dientes de muchos de aquellos transeúntes. Pensé para mí: ¿cómo es esto posible? Una iglesia abierta 24 horas, que no cierra sus puertas porque no tiene puertas para cerrar, que no tranca sus ventanas porque no tiene ventanas. Una iglesia sin candados ni llaves, sin candados. Quise saber un poco más sobre aquello.

Paulo César era un joven que en la década del 90 soñó, juntamente con algunos compañeros y hermanos en la fe, en llevar la buena noticia de Cristo al Pueblo humilde y sufrido de Vila Esperança, periferia de Olinda. Recién iniciadas las reuniones, comenzaron a observarse grandes necesidades. El Pueblo necesitaba de todo. Muchos estaban hambrientos, otros tantos enfermos, otros viviendo pesados dilemas y dramas psicológicos. Era necesario hacer algo más de que estudios bíblicos y predicaciones. A pesar de las limitaciones, Pablo y sus compañeros siguieron los pasos de Jesús y se involucraran, movidos por amor, con los moradores de Vila Esperança.

Con los años una Iglesia se formó allí. Adquirieron un terreno con apoyo de la población local y comenzaron a construir el templo. Realizaron los cimientos, levantaron las paredes y pusieron la cubierta de tejas. Faltaban apenas las puertas y ventanas. Empezaron a reunirse allí mismo con la construcción no concluida. Fue cuando pasó algo que cambió radicalmente los rumbos de esa Iglesia en Bultrins. Incomodados con el desafiante mensaje de Jesús, seis personas se presentaron al grupo de liderazgo como candidatos al ministerio –querían estudiar teología. Sin embargo, la iglesia no disponía de recursos para ese envío. Fue entonces que tuvieron que tomar la difícil decisión: o enviar a los seis para el seminario o colocar las puertas y ventanas en el edificio. La Asamblea optó por lo más sensato, aunque no fuese entendido por la mayoría de nosotros como lo más lógico: enviaron a las personas a estudiar teología. Con esta actitud, sin notarlo, estaban delineando, esculpiendo la visión ministerial de aquella iglesia. Al privilegiar a las personas en lugar de las cosas definieron una cultura que caracterizaba a esa comunidad.

Los años pasaron y las puertas y ventanas nunca fueron colocadas. Un nuevo concepto de iglesia, y no solamente de templo, fue definido allí. Terminaron las instalaciones de agua y electricidad, compraron sillas, instrumentos musicales, pero nada de puertas y ventanas. Una relación diferente fue establecida entre la iglesia y los moradores de la región. Con las puertas abiertas 24 horas, personas que vivían en la calle pasaron a dormir en el templo. Familias sin casa ahora tenían un techo para abrigarse del frío y de las lluvias. Empezaron a servir sopa a los más necesitados las noches de los lunes. Los limpiadores de la calle que cuidaban la limpieza de la región ahora tenían una buena sombra para el almuerzo y una rápida siesta. Y así la comunidad al rededor se abrió a la iglesia, porque la iglesia se abrió, o mejor, no se cerró para la comunidad.

Tuve el privilegio de subir el cerro de Vila Esperança con el Pastor Paulo César, de serpentear por entre aquellos caminos estrechos que mostraban tanta miseria, pobreza y violencia. Por donde pasábamos el Pueblo lo saludaba con sonrisas y abrazos. Los niños corrían en su dirección cuando lo veían y gritaban cariñosamente “Hermano Paulo, Hermano Paulo!” Dicen que en un determinado período muy agitado y violento en aquel lugar, el único que tenía carta blanca para entrar y salir a cualquier hora del día y de la noche de Vila Esperança era el Hermano Pablo. Todo por cuenta de una iglesia que decidió no tener puertas ni ventanas. Que optó por no cerrarse en sí misma, sino que se abrió para aquellos y aquellas que estaban alrededor.

No intento ser simplista, mucho menos romántico. Aquella Iglesia paga un precio por esa actitud, y no es barato. Cada cierto tiempo necesita resolver conflictos internos y externos por no tener puertas ni ventanas. Sin embargo, su actitud marcó y sigue transformando la vida de toda una comunidad que ahora comprende verdaderamente las palabras de Jesús: El que viene a mi, de ninguna manera lo echo afuera (Juan 6:37)