Adiós a Enrique Pineda Barnet, adiós, colega y amigo

Justicia Social

“ES QUE YO TENGO UNA MATICA DE HIERBABUENA
EN LA CASA Y TENGO QUE IR A REGARLA”

Enrique Pineda Barnet

(San Juan, 12:00 p.m.) Conocí a Enrique Pineda Barnet en los meses que vivió con su mamá Esperanza en Isla Verde mientras enseñaba en la Escuela de Comunicación Pública y dirigía Angelito mío que protagonizaron Daniela Luján y Jacobo Morales. Enrique me impresionó por su humildad, su sensibilidad, su cultura y su creatividad.

Sabía que había sido el primer alfabetizador en la Sierra Maestra en la Campaña Nacional de Alfabetización en Cuba en 1961 y que su película La bella del Alhambra había ganado numerosos premios, entre ellos el Goya de Mejor Película de habla hispana de 1990 convirtiéndose en el mayor éxito de taquilla en los cines de Cuba. Había visto todos sus largometrajes, desde el documental David sobre Frank País, Mella sobre Julio Antonio Mella, Aquella larga noche, Tiempo de amar, La bella del Alhambra, Angelito mío, La anunciación y el último, Verde verde.

Había visto Soy Cuba, la célebre producción cubano soviética de 1964 en la que fue coguionista junto a Evgueny Evtushenko, y el documental Soy Cuba, The Siberian Mamooth, en el que fue entrevistado sobre el film del soviético Mikhail Kalatozov que con los años se ha convertido en una película de culto.

En You Tube bajé algunos de sus cortometrajes, célebres por su experimentación fílmica, pero no pude verlos todos, entre ellos su elogiado cortometraje sobre Alicia Alonso y su ballet Giselle.

Mi anécdota favorita de Enrique es más bien de su mamá. En una actividad cultural en Miami, alguien le preguntó por qué iba a regresar a Cuba. Esperanza se levantó y contestó por él: “Es que yo tengo una matica de hierbabuena en la terraza de la casa y tengo que ir a regarla”.

No he conocido a nadie que hablara mal de Enrique.

Habíamos coincidido en Teatro Estudio, la academia de actuación de Vicente y Raquel Revuelta, pero en esa época no llegamos a conocernos.

En mi viaje a Cuba en el 2018, lo llamé varias veces pero desafortunadamente no estaba en su apartamento, cercano al ICAIC. El timbre del teléfono sonó y sonó pero nadie respondió. Evidentemente había salido y lamenté no poder saludarlo porque sabía que su salud era frágil y probablemente no volvería a ver al amigo. Después nos comunicamos por correo electrónico y, como siempre, sus mensajes eran cálidos y llenos de afecto porque Enrique Pineda Barnet era un ser humano muy especial.