Iris Miranda y Tacitas de Café

Cultura

[Nota del Editor: Presentación virtual del poemario Tacitas de café, de Iris Miranda, llevada a cabo de forma hibrida, presencial para la autora y su presentador y por redes sociales y canal de TV EPA, para la audiencia. Actividad realizada el pasado 10 de febrero]

 

Le bastó una mirada a la frágil presencia del humo que danzaba sobre su tacita de café, para que le abordara un recuerdo igualmente danzarín pero remoto; eso, sí, cargado de emociones y vivencias de profunda alegría.

 

Un recuerdo fragmentado en el tiempo; reconstruido a versos de intrahistoria, que van alojándose a sorbos, mientras degusta un aromático café.

 

Así me pareció ver a la poeta Iris Miranda, mientras yo “degustaba” su poemario, Tacitas de café, una excelente y bien cuidada publicación de Calíope Editoras. La imaginé pilando, apilando, desgranando en su memoria, esos inolvidables momentos en la casa de sus abuelos don Pablo y doña Pepita en la calle San Rafael, en la 22 abajo, como decimos los santurcinos y reitera la propia autora en las palabras introductorias al libro.

 

Desde que vi el título, Tacitas de café; así en diminutivo, me conversó la idea de lo familiar, lo cotidiano pero delicado, y claro, me predispuso sicológicamente a encontrar en la travesía, descripciones minuciosas, concentradas; y que realmente, terminaron centrifugándome, como un reclamo, hacia la propia intimidad del libro.

 

La portada, ocupada por una extraordinaria pintura del multifacético artista, Luis Rodríguez Cruz, quien también tuvo la responsabilidad de la foto de la autora y las que ilustran las páginas con fotos muy apropiadas y sugerentes; nos recibe con un rostro extasiado que parece adelantar las sensaciones de esa tacita blanca, repleta de un café/recuerdos. Ambos artistas, se unen en complicidad para hacernos sentar a la mesa de la memoria de la escritora.

 

Al inicio del texto, la mención de unos versos del Villancico yaucano de Amaury Veray, sirve de aviso sobre la musicalidad poética que no tardamos en descubrir; así que la pasión de Miranda por la música, nos la encontraremos en varias ocasiones, tanto en citas de otros autores, come en el contenido estructural de sus versos. Por ello no es de sorprender, la cadencia musical y el ritmo de los versos de Iris. Y por eso me arriesgo a pensar que la totalidad de este libro es realmente una nana, que, en lugar de inducirnos al sueño, tiene el efecto de “despertarnos” con lo mejor del tiempo vivido y que hoy quisiéramos que fuera una antigua nueva quimera.

 

Miremos por ejemplo la musicalidad de este fragmento del poema Molinillo, donde, además, hay una alusión directa a la música. Y cito:

 

“Los granos, ya tostados,

anhelan el crujir

musical

de su alabanza submarina y aérea”

 

Pero, además, este fragmento tiene una gran maleabilidad en términos de sus posibles interpretaciones y significados. Solo sugiero a los lectores que hagamos el ejercicio de ubicarnos nosotros como metáfora de los granos. Acaso, ¿no es precisamente lo que sentimos al mirar el pasado con justo criticismo?

 

La poeta nos ha dejado caer con fina sutileza, un toque existencial dentro del molinillo del tiempo.

 

Esta colección poética, se caracteriza por la brevedad de sus poemas, lo que evidencia la capacidad de síntesis de la poeta, Iris Miranda. Sin embargo, el manejo del lenguaje, las metáforas y otros recursos retóricos como la anáfora, onomatopeya (Chin, chin), la elipsis (poema Pies), el oxímoron (crujir musical) entre otros, no viene en diminutivo, créanme. Dicha concisión va en perfecta armonía con el título del texto; y como un buen café, cada poema puede leerse a sorbos, mientras se va acrecentando el gusto.

 

La diversidad de los subtemas de este poemario, Tacitas de café, es también amplia. Aquí podemos encontrar temas relacionados con la convivencia familiar, la espiritualidad, pero, sobre todo; enmarcados en la ternura.

 

Les comparto esta delicadeza de poema: Bolerito para las 3:00 pm

 

“Bajo tu sombra

mi beso;

sobre mi luz

tu boca:

la historia de un puñado

de estrellas.

Cuentan los chasquidos

de un poema de amor

que está por escribirse

en tu mía piel roja

en mi tuyo azul aguacero,

el amor de mis abuelos”.

 

Es que hay una pureza, una nobleza y hasta una lograda hermosa ingenuidad que no se transcribe en la palabra propiamente, sino en el espíritu de todo el contexto del libro. Aquí debo reconocer la capacidad de la poeta Iris Miranda, de transformarse en la chica que ella recuerda de sí misma, para regalarnos sus experiencias con su madura voz de poeta. Ahí precisamente, descansa la limpidez de este poemario; un himno a la añoranza como instrumento de la esperanza.

 

También, la poeta hace una reafirmación de orgullo por su identidad como puertorriqueña y reclama, que, ojalá alguien haya llegado al histórico pesebre y constatado el regalo de nuestras montañas, como “evidencia” de una ofrenda que debería ser parte, al menos de algún libro apócrifo, como apunta ella. Aquí este fragmento de Café puertorriqueño, como un paralelismo al Villancico yaucano:

 

“Y en alguna instancia de los milagros

o en algún libro apócrifo

espero que se cuente

que impulsadas por el aroma

de las oraciones mañaneras,

unas tacitas de café

se elevaron al cielo

con el humo vaporoso de las cacerolas

que lo colaron en mi tierra”.

 

Este poema me da pie a comentar sobre el tema de la fe, también presente en este texto. Miranda nos pone en perspectiva sobre la espiritualidad de la escritora y coloca la taza a rango de cáliz o viceversa: Cito este hermoso poema de Café para Jesús, que, para mí, es un salmo de comunión, donde la transubstanciación ocurre entre la poeta y el café.

 

“Tu taza

son mis manos

mi aliento, mi alacena;

mi taza es tu alabanza

tu promesa,

tu adoración”.

 

Vale destacar que aunque este poemario, alude a las memorias de Miranda, y justamente a comienzos del mismo, encontramos ese recurso literario; no es un regodeo en el pasado por el pasado mismo, sino una mirada a los aspectos humanísticos y de convivencia, que sin plantearlo abiertamente, nos provoca anhelar aquellos lejanos buches de cafés con sabor a familia. Es una mirada acuciosa, escrutadora, espía si se quiere; diría yo, artesanal, porque la poeta va manejando cada detalle de sus emociones hasta involucrar los cinco sentidos. Entonces, nos percatamos que el café es su leitmotiv para transportarnos a la degustación de ese ayer, cimiento de lo mejor de nuestro recuerdo.

 

Y ese recuerdo es muy relevante para Iris Miranda porque se identifica; porque su epifanía como poeta se remonta a su niñez cuando envuelta en la fragancia del ritual mañanero, escribe su primer poema. Por tal razón, vemos de manera recurrente la mención de la cualidad aromática del café, no solo como matiz poético, si no de respeto a su génesis como escritora. De esa manera nos conduce por las orillas de su esencia a la jaqueca de continuar la lectura hacia una transformación, otro estado superior, un futuro promisorio. Para ello, cito: Café 1.0

 

“Érase una vez una taza de café

llamada amor que esperaba

quien se sentara a tomársela.

Como nadie llegaba

se asentó tanto y tanto

que se compactó en grano,

pero grano p e r f u m a d o”.

 

O, este otro poema: Aromas

 

“En la mesa mañanera

hay una taza de café

que espera caliente

por el dulce de sus labios,

su cuerpo es delicia

y tiene el olor de la fe”.

 

Esa aspiración de la evolución que plantea la autora, nos deja tratando de explicar eso que ocurre, cuando “el perfume”, “el olor de la fe”, el humo, el sabor, el gusto y el ejercicio táctil de asir la tacita de café, nos retrotrae y nos expulsa de alguna franquicia lujosa de expendio del elixir negro para hacernos desear sentarnos en la mesita vestida con mantel de hule “en el ventorrillo aquel de mil recuerdos” de Bobby Capó, o sencillamente, en la mesa de los abuelos de la poeta Iris Miranda, en la plenitud vivida y ahora aspirada, como si fuera un asunto a descubrir.

 

Este envío de Iris, nos hace conscientes de que ciertas modernosas adquisiciones materiales o gustos, nos han timado y han ocultado tras otra humareda, nuestro derecho a vivir; y esto lo digo en el sentido pleno de la expresión. Y lo vemos aquí, cuando nos dice en Café 2.0

 

“Érase una vez

un

perfume de café

en el aliento

de los c i e l o s”.

 

En ese cielo que hemos perdido y que nuestra sociedad dejó de construir por aspiraciones prohijadas en el absurdo del progreso sin control.

 

Por ello la poeta, nos devuelve a mirarnos al fondo de la Tacita de café, para reencontrarnos en el origen, porque es allí, en la historia olvidada, donde nos percatamos que al barrer lo malo, también desechamos lo mejor.       

Por eso dice la poeta en Borra

 

“El fondo

de la taza

dice mi pasado,

mi presente y mi futuro:

desde el vientre de mi madre,

tú me amas”.

 

Tras esa poesía tierna, llena de amor, está la convocatoria a mirarnos al fondo de esa tacita como agoreros que hurgan en la borra un espacio perdido, pero que no es un lugar particularmente físico, sino ese recinto, esa sede que era el habitáculo de las cosas sencillas y amadas de otros momentos. Momentos donde había espacio y sobre todo, tiempo para amar.

 

Iris Miranda coloca en nuestras manos, un libro que nos lleva a confrontarnos con la realidad, de que hemos perdido el disfrute de la sencillez y de esas “pequeñas cosas” dejadas “en un rincón, en un papel o en un cajón”, según Joan Manuel Serrat.

 

Les invito a que adquieran este delicado trabajo poético con la fotografía de Luisito Rodríguez, y que cuando lean Tacitas de café, lo acompañen con pan de agua con mantequilla, pero moja’o en el café. O dicho del modo que la poeta sabe decirlo en su poema Instrucciones:

 

“como un pico de pájaros

en la lluvia y sus charcos”.

 

Hermosa manera de describir ese ritual tan nuestro de mojar el pan en el café. Tan hermosa, como este modo de resumir desde su mirada inquieta, la soledad, la intemperie, la búsqueda, pero bajo el palio de la esperanza. Iris Miranda despide estas páginas con la tranquilidad de ver el tiempo que sigue su rumbo, y desde la alegría vital de un flamboyán florecido, nos describe una trinidad poderosa, como un paralelismo de la fe cristiana, con la certeza de un futuro pleno en el aquí y ahora. Cito un fragmento del poema Tiempo de flamboyán florecido

 

Me encuentro bajo la sombra

árbol-hombre-dios.

Abro las hojas blancas

de un cafeto vuelto al recuerdo.

Giro las manos a lados contrarios

un aplauso se derrama

en mi taza.

 

Tacitas de café, un libro para provocarnos a la reflexión, pero desde la absoluta ternura.

 

Aplausos, Iris Miranda. Poeta.