Espiritualidad y Resiliencia

Espiritualidades
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Espiritualidad:

La definición de espiritualidad ha sido un desafío debido a su carácter multidimensional y las fronteras ambiguas que tiene con la religiosidad. Sin embargo, las definiciones comunes sobre espiritualidad suelen incluir un sentido de trascendencia más allá de la coyuntura inmediata, el sentido de propósito y significado en la vida y la dependencia de recursos internos (Brennan, 2004).

Humberto Maturana, esboza una concepción que aquí destacamos para el término espiritualidad y que se acopla a la de Vanistendael que emplearemos enseguida, a pesar de no coincidir en algunos aspectos básicos:

“En las vivencias místicas, según mi opinión, no tenemos que ver con la experiencia de trascendencia en un sentido ontológico, sino que siempre tratan de una expansión de la conciencia y una intensa sensación de participación: se toma conciencia de la armonía con otros seres humanos, el cosmos, la biósfera, etc.” (Maturana y Pörkens, 2003, p. 61).

Vanistendael (2003, p. 7) define la espiritualidad dentro de la connotación de participación y conciencia de una pertenencia mayor a la vida, y la llama “un realismo profundo sobre la vida”, planteando que “al profundizar en las realidades de la vida, se llega a lo espiritual y que no se puede llegar a lo espiritual sin estar en el seno de la vida”. Desde esta óptica, la espiritualidad no es simplemente una cuestión de opinión y de elección (lo cual estaría más ligado a la religiosidad, a la que nos referiremos de inmediato) sin embargo, nos dice Vanistendael, “una buena exploración espiritual se hace con mucho pudor, tomando en cuenta los límites de lo que podemos saber. Según esta lógica, la espiritualidad puede, en principio, interesar tanto a los no creyentes como a los creyentes”.

“Vivimos nuestra realidad cotidiana en un mundo material situado en el tiempo y el espacio. Este mundo material parece a veces sugerir otro mundo, mucho más allá de nosotros o en el centro mismo de nuestra intimidad. Por ejemplo, la belleza de la naturaleza puede maravillarnos, superarnos totalmente, como si existiese otro mundo al que no podemos palpar inmediatamente. O una muy hermosa melodía puede conmover una zona íntima de nuestro ser de la que no teníamos ni siquiera conciencia. El primer ejemplo es una experiencia de la trascendencia, el segundo de la inmanencia. La experiencia de la trascendencia o de la inmanencia puede sugerirnos la existencia de una realidad no material, más allá del tiempo y del espacio, que deja huellas en nuestra experiencia. Esta realidad está mas allá de nuestra comprensión y de nuestro control, pero sin embargo, sentimos a veces que es importante para nosotros. La llamamos “espiritual” en un sentido amplio.

Si esta realidad espiritual adquiere un carácter más personalizado lo llamamos a veces Dios. Nuestra vida individual o comunitaria se transforma cuando tratamos de vivirla en relación con esta realidad espiritual, en el sentido amplio, o en el sentido mas preciso de Dios. Llamamos a este proceso de transformación “vida espiritual”, o en una palabra “espiritualidad”(…)

La posibilidad de exploración de la espiritualidad o de la religión por métodos científicos es muy limitada. Es comparable a la descripción de la música magnífica que llega al corazón únicamente en términos físicos de vibraciones y de acústica. Aún si una descripción así es posible y correcta en el cuadro referencial de la física, ella no comunica, de ninguna manera, la experiencia ni la realidad de esta música. Se trata de una reducción cientificista. Un abuso tal de la ciencia oculta la realidad en lugar de aclararla, como si alguien se negara a aceptar que se pueda ver otra cosa que lo que él ve a través de la ventana de su habitación”. (Valnistendael, 2006, pp. 21-22).

En esta línea entendemos la espiritualidad como una dimensión integrante de la vida y de la experiencia humana caracterizada por la apertura a la transcendencia e inmanencia de lo Absoluto o Incondicionado (siguiendo y completando a Hawes en Kotliarenco, et. al, 1996, p. 97).

La espiritualidad como tema y dimensión de la vida humana, resulta pertinente y relevante tanto a “creyentes” como a “no creyentes”, en especial, si la comprendemos del modo que Ranher la describe como “experiencia del Espíritu”, empleando un listado de circunstancias humanas que poéticamente logra esbozar:

“Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas.

Cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad.

Cuando un hombre conoce y acepta su libertad última, que ninguna fuerza terrena le puede arrebatar.

Cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos.

Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría, se viven sencillamente y se aceptan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo.

Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador, se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar.

Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar.

Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria.

Cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie.

Cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil.

Cuando el hombre confía sus conocimientos y preguntas al misterio silencioso y salvador, más amado que todos nuestros conocimientos particulares convertidos en señores demasiados pequeños para nosotros.

Cuando ensayamos diariamente nuestra muerte e intentamos vivir como desearíamos morir: tranquilos y en paz.

Cuando… y podríamos continuar durante largo tiempo… Allí está Dios y su gracia liberadora. Allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios. Allí se hace una experiencia que no se puede ignorar en la vida, aunque a veces esté reprimida, porque se ofrece a nuestra libertad con el dilema de si queremos aceptarla o si, por el contrario, queremos defendernos de ella en un infierno de libertad al que nos condenamos nosotros mismos. Esta es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas. Aquí está la sobria embriaguez del Espíritu a la que nos está permitido rehusar o despreciar por su sobriedad.” (Ranher, 1977).

La espiritualidad, comprendida de esta forma, logra vincularse de modo conceptual significativamente con el constructo de la Resiliencia, ya que “una esperanza total que prevalece” por sobre todo, permitiendo enfrentar lo adverso, incluso la muerte, con “una serenidad” que trasciende la comprensión; “una responsabilidad” asumida libremente en compromiso fiel y perseverante, a pesar de los costos, gracias a la convicción de haber sido “aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar”, y que se presenta como “misterio silencioso y salvador”, lo cual genera una entrega creciente a los demás que “se vive como una victoria”, y que va más allá de un “consuelo fácil”. Allí claramente en esta “experiencia del Espíritu” o experiencia espiritual, se presenta la Resiliencia, en ese encuentro con lo Incondicionado, con lo Absoluto, con Dios. Pues, como dice Cyrulnik “su mera representación apacigua los marcadores biológicos del estrés. El enloquecido se calma, el sujeto desdichado recupera un poco del dominio emocional evocando su búsqueda de protección y sumisión a una poderosa y tranquilizadora base de seguridad íntima” (2007, p. 206). De ahí que “los extraviados de Dios se reclutan principalmente entre los melancólicos, los abandonados y los grandes heridos de la vida.” (Cyrulnik, 2007, p. 203).

*Cruz-Villalobos, L. (2009). ¿Constructores de Resiliencia? Santiago de Chile: CIRES.