Borrón y cuenta nueva

Crítica literaria
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La página de su cuaderno seguía en blanco. Todos los días era el mismo ritual; iba a su biblioteca, miraba entre los anaqueles y ojeaba los libros que descansaban sobre la madera de cedro. Repasaba sus títulos, el orden en que estaban colocados, sacaba uno del estante, lo olía, acariciaba, trataba de recordar dónde lo había comprado y luego, lo devolvía a su lugar. Siempre se detenía en uno en particular porque le atraía aquella edición francesa de 1913, donde se combinaban en la portada el color gris con un fino estampado de flores rojas. Flores de penitencia así se llamaba el texto que la atrapó desde aquella vez que lo vio en la Librería de Ávila en Buenos Aires. Recordó que el encuentro entre ambos no fue casual ya que ir a Buenos Aires y no entrar en una librería antigua, era como viajar a París y no subir a la Torre Eiffel. Por lo menos, así lo creía ella.  Insistía que ir a Buenos Aires y no asistir a una obra teatral, era lo mismo que estar en Broadway y pasar de largo sin mirar sus teatros. Por eso, la noche anterior a ir de librerías, decidió entrar al Teatro Ópera en la Avenida Corrientes para disfrutar de una obra. Aunque suene absurdo, fue en Buenos Aires que vio el musical Los miserables.

La tierra de Gardel siempre estuvo en su lista de países por visitar. Como era su costumbre, de ante mano planificaba los lugares que quería conocer para no perder tiempo. Entonces en su listado escribió: “Separa todo un día para visitar librerías, preferiblemente antiguas.”  Fue así como recorrió calles enteras donde habían librerías. De pronto, como por arte de magia, en un tranquilo anaquel de la Librería de Ávila reposaba esa edición. Ella, de forma automática, lo tomó entre sus manos, acarició su portada, lo abrió y volvió a ubicarlo en el espacio al que pertenecía. Siguió deleitándose de tantos libros que no conocía y cuando era la hora de marcharse, decidió comprarlo porque su título era muy sugestivo. Ya habían pasado más de dos décadas, desde que las flores penitentes ocupaban un sitial protagónico en su biblioteca.

 Relajada, siguió con el ritual de mirar con detalle los textos. De pronto, se entretuvo contemplando el cuaderno marrón que buscaba. Ese cuaderno de piel que había comprado en uno de sus viajes a Italia. Aunque no quisiera, siempre llegaba a ese cuaderno que seguía con sus páginas en blanco. Lo cogió y en su imaginación comenzó a borrar los nombres de aquellos que decían ser sus amigos pero que en realidad no lo eran. Por un instante, se detuvo a pensar en el origen de una verdadera amistad. Fue entonces cuando volvió a las calles de su pueblo, al barrio que la vio nacer, a las escuelas donde estudió y escuchaba las risas de sus compañeros. Se sonrío porque regresó a su infancia, retornó al principio, al origen de todo y empezó a escribir el nombre de sus verdaderas amistades. Hizo borrón y cuenta nueva; de su lista borró aquellos que nunca debieron estar. Los que la manipularon y la utilizaron para sus fines. Sonrío a carcajadas porque comprendió que ella había ganado; siempre es bueno empezar de cero. Acto seguido abrió el cuaderno, tomó un bolígrafo y comenzó a escribir.