Espiritualidad: La falsa Espiritualidad

Espiritualidades
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La falsa espiritualidad

Las comparaciones y las clasificaciones son odiosas en sí mismas, pero permiten apreciar diversos puntos de vista bajo ópticas que antes no comprendíamos o no entendíamos. En la vida no hay tantos blancos y negros como matices, pero en el sentido del aprendizaje y del crecimiento interior, esta clasificación puede ayudarnos a comprender una parte de la naturaleza humana.

Si analizamos la espiritualidad mundana, existen algunas formas predominantes de vivirla:

El esteticismo

La primera que analizaremos es lo que conocemos como espiritualidad estética o frívola porque son las personalidades que predominan en la actualidad. Son amantes de la belleza mundana y centran su atención en la estética en todas sus formas. La vida puede ser sencilla y feliz con unos pocos cambios de mentalidad o una actitud positiva. Es pregonada por los vendedores de ilusiones que se dedican a publicar libros de autoayuda y dar charlas motivacionales.

La conclusión de esta modalidad pseudofilosófica es simple: la vida es fácil, sencilla, el hombre puede encontrar en su interior el camino de la felicidad. Las personas que siguen a estas corrientes de pensamiento positivo por lo general ignoran la necesidad del crecimiento y el fortalecimiento del carácter como un medio básico que permita evolucionar hacia el modelo del hombre cirstiano que reclama Cristo. En ellos la espiritualidad no llega a germinar.

Pueden tomarse el tiempo de escuchar la voz interior que es el llamado del Espíritu que todos recibimos sin excepción, pero por diversos motivos, ignoran el mensaje de crecimiento interior y de la necesidad del propio esfuerzo para lograr el amor de caridad que surge del desprendimiento material y la evolución interior.

Su sentido espiritual o religioso es inexistente, está deformado cruelmente o simplemente nunca se cultiva. Estas semillas se esparcen por su camino pero nunca llegan a germinar.

Insensibilizados al mensaje de amor de caridad, se concentran sólo en sus problemas, son completamente mundanos y vagan por el mundo insensibles al dolor del otro.

Tiene al igual que todos, una estructura de valores, pero por algún motivo no logran conectarla con la vida cotidiana. Su esfera sentimental está deformada porque el egocentrismo suele expandirse al punto de insensibilizarlo con respecto a su prójimo.

Tiene poca capacidad de focalizar metas espirituales a largo pazo porque tienen escasa capacidad de soportar problemas y se frustran o deprimen rápidamente ante las primeras dificultades y sus pequeñas cruces.

Son los hombres que al fin de sus días ven la luz apagarse con pánico y desesperación porque sus limitadas y egoístas metas le impidieron vivir plenamente el Evangelio. Suelen recurrir frecuentemente a mejoramientos estéticos y cosméticos porque la inconformidad de su vida interior se traduce en la negación de su imagen corporal.

Su mayor suplicio es darse cuenta que la felicidad no era lo que creía pero al mismo tiempo se niegan a la cruz porque tienen miedo al sufrimiento. Buscan para la vida una respuesta fácil que no existe. Son hombres que no han despertado a la caridad.

Cristo los identifica en la parábola del sembrador como la semilla que cae en el camino y no germina.

 

La tibieza

El segundo caso es el de las personas bienintencionadas, pero que quedan en su buena intención sin tener el valor de vivir o practicar lo que piensan. Son vidas sin obras.

Estas son personas sin valor para vivir y expresarse. Le temen al mundo y lo que le mundo dirá de ellos si viven en y como Cristo. Temen ser auténticos porque quedan en evidencia al seguir el camino de caridad que Dios reclama al hombre.

Estos hombres escuchan y entienden los mensajes que vienen del Espíritu. Toman partido por Cristo porque conocen la esfera de sus propios sentimientos interiores y comprenden cabalmente cómo la vida de una persona afecta a los demás. Es decir que su sentido de caridad ha despertado y comprende que el amor fraternal no sólo transforma al mundo, sino que es un modo de vivir por el Espíritu y de crecer interiormente en el Amor.

No son insensibles al dolor del otro, pero no quieren sufrir las consecuencias de escuchar su propia interioridad. Saben que en la vida todas las elecciones deben pagarse de algún modo pero no quieren pagar el precio de vivir de acuerdo a sus ideas.

Ese miedo a las consecuencias de sus elecciones les impiden vivir plenamente y eligen suprimir su espiritualidad. Saben exactamente cómo pueden ser felices, pero no tienen valor para hacerlo. Saben cuál es el camino a seguir, pero les aterra saber lo que deben dejar de lado para conseguir la felicidad auténtica. Son personas que eligen vivir aturdidas para no escuchar el mensaje de su propia alma.

Han escuchado el clamor de su interior que les reclama caridad para el prójimo pero que no quieren el sacrificio de la cruz que trae ese compromiso.

Cristo los identifica como la semilla que germina y se quema con el sol.

 

La soberbia

En esta forma, los hombres creen ser espirituales, pero que en realidad la vida interior está deformada por el ego. Escuchan el mensaje de Cristo, pero no le dan crédito porque piensan que ellos tienen la razón y están convencidos de sus ideas.

Son los idealistas, los que se apasionan por el debate. Suelen ser fanáticos. Olvidan que Cristo puede morar en donde El quiera y creen tener siempre la razón.

Se yerguen como grandes jueces de la humanidad. Desprecian a todo lo que no represente a sus propios ideales, por eso desacreditan a todas las religiones excepto la propia.

Son intolerantes, le niegan al prójimo la libertad de su elección e intentan imponer por la fuerza sus ideales en los demás porque son limitados en los medios aptos para conquistar almas humanas. No tienen preparación en filosofía, metafísica ni teología.

Recibieron en algún momento el mensaje de Cristo pero en su interior lo han deformado y lo han cambiado por su propio mensaje.

Se nota en ellos un desprecio por el prójimo que ha equivocado su camino para caer en el pecado y en realidad le niegan la ayuda al necesitado porque hacen leña del árbol caído.

Suelen despreciar y perseguir a homosexuales, prostitutas, drogadictos, delicuentes y a cualquier ser humano que haya caído en pecado. Si son empresarios y fuera posible, les negarían todo medio de sustento. Siempre buscan víctimas para sus ataques. No hay amor en ellos y por eso no conocen la justicia del perdón.

Son personas que tienen religiosidad, pero esa religiosidad está desviada.

Tienen una gran cuota de maestría conceptual conjugada con erudición. Parecen sabios y en realidad son intelectuales superiores, pero la soberbia les guía y el mensaje que entregan es propio y personal.

Se niegan a la corrección fraterna y en su soberbia han dejado de comprender que vivir es un aprendizaje constante, que los hombres debemos crecer todos los dias en nuestra vida porque de otro modo nos condenaríamos a caer.

Son hombres que se esconden bajo la capa de la espiritualidad, pero su espiritualidad es frágil, quebradiza, inconsistente. A veces arrastran a otros en su error.

Son los lobos del rebaño. Cristo los ve como las semillas que crecen bastante pero terminan por asfixiarse. Es la soberbia la que las asfixia.