Desde mi terraza, vivo agradecida

Caribe Hoy

Sentada en mi terraza me siento a contemplar mi entorno y aprovecho, como Violeta Parra, a dar gracias a la vida por todo lo que me ha dado. Contemplo a mis mascotas en sus juegos y alegrías, escucho a los guacamayos anunciando el amanecer y a los pajaritos con sus canticos matutinos.

No muy lejos también me llega el sonido del tráfico que transita por la Avenida Piñero que queda demasiado cerca a mi casa. Voy atrás en el tiempo y miro un evento surreal que viví el viernes pasado, temprano en la tarde, cuando regresaba con Flora, mi perra gigante de 6 meses.  Ese día la llevé a su entrenamiento en Gurabo. Ella se mareo en el carro cosa que me percaté ya una vez en el lugar.  Terminamos e hicimos varias gestiones, entre ellas pasé por mi oficina a verificar unos asuntos. Cuando llegamos otra vez vi que se había mareado nuevamente.  Así que, de regreso a casa, que es a menos de 10 minutos, le bajé un poco (hasta la mitad) el cristal para que ella tomara aire. Todo estaba bien, al menos eso creía.  De repente la observo parada en el asiento y le digo que se siente.  Lo hace. Esto se repite varias veces. Estábamos en el expreso Piñero, habíamos pasado debajo del puente de la Barbosa.  Sin más, ya a penas a menos de 5 minutos de mi casa, Flora saca el cuerpo por la ventana. Yo le grito “no”, agarro su cadena, pero es difícil porque voy conduciendo. Estoy en el carril del medio. Pienso pararme en el paseo para atender la situación, pero no pasó ni una milésima de segundo cuando lo próximo es que la perra brinca al expreso.  No pensé más. Solo reaccioné. Detuve el carro, abrí la puerta y salí a buscar a Flora.  Iba como un autómata. Flora estaba en la parte de atrás del carro caminando ya por el otro carril. La llamé, me miro desconcertada, la agarré por su cadena, la llevé al carro, el asiento estaba orinado, levanté en peso sus 75 libras, la subí y cerré la puerta.  Entré en el carro y cerré mi puerta, que al bajar la había dejado abierta de par en par.

En todo el evento me sentí como cuando en una película el tiempo se detiene para todo el mundo menos para uno.  En lo poco que pude observar de los alrededores, desde el principio una guagua pick-up se detuvo al lado izquierdo de mi carro y el conductor se mantuvo allí, escoltándome, hasta que me monté y seguí mi marcha. Los carros que bajaban por el expreso – me pareció – se habían detenido a por lo menos varios pies de distancia, para permitirme rescatar a Flora. Se formó un pequeño tapón. Ya en mi carro, antes de seguir la marcha, miré al conductor de la pickup y le hice un gesto con la cara como de incredulidad.  Se me olvidó decirle gracias, a él y a todos los otros conductores que reaccionaron rápido para evitar una tragedia.

Flora está bien.  No tuvo ni un rasguño. Yo estoy bien. Es extraño, pero durante el evento no sentí miedo por mí.  Sentí temor por Flora. Mis mascotas son parte esencial de mi vida y son mi compañía. Luego de pasar revista de todo di gracias a Dios por la vida.  Caí exhausta en mi cama y dormí por un rato.

Yo creo en los Ángeles guardianes y en las protecciones divinas. No dudo que en la experiencia vivida el viernes pasado, había un ejército de ellos acompañándome. Ese día viví un milagro. En mis planes está celebrar los 85 años de mi Madre, este próximo martes, ver nacer a mi nieto en septiembre, celebrar mi familia y mis amistades, vivir en consciencia y agradecimiento del día presente. ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto…!