La vie de Rose est la joie de vivre [en criollo, vívetela]

Caribe Hoy

“La vida de Rosa es la alegría de vivir”. Si algo he aprendido de mi Madre, Rosa o Rochén, como cariñosamente se le conoce, es precisamente disfrutar de la vida hasta el mismísimo cabo.  Este pasado 20 de abril celebramos sus 85 años. Ella es Aries y tal como dice su horóscopo es lista, dinámica, llena de energía y entusiasmo, le encantan los retos, las aventuras, la libertad, la espontaneidad, las nuevas ideas y darse a buenas causas.

Durante mis años de crecimiento miraba a mi Madre y a su hermana Pilar, como mis modelos. Yo siendo Virgo me pensaba más afín con mi tía, una Libra de personalidad más estructurada. Mi Madre, era más fluida y espontánea,algo que con el tiempo he venido a apreciar y a emular.  Ahora entiendo que tenía que fluir para poder manejar la carga que tenía: esposa, madre de cinco hijos, profesora universitaria a tiempo completo y ama de casa, entre otros roles. Esta semana mientras disfrutaba de la energía de su primer biznieto, mi sobrina Alex, algo agotada, le pregunta como ella había podido criar cinco hijos. Realmente no sé cómo lo hice, no tenía tiempo de pensarlo, contestó.

La recuerdo caminando de un lado a otro de la casa siempre como una abejita trabajando sin detenerse a descansar.  En su trayecto de un lado a otro iba arreglando y recogiendo lo que estuviera fuera de sitio. “Hay que ser eficiente y aprovechar el camino”, la recuerdo decir.  El lavado, secado y doblado de ropa de una tropa tan grande era un proyecto.  Así también lo era la comida, el fregado, el recogido de basura. ¿Los estudios?  Eso era responsabilidad de cada cual.

Todos teníamos tareas asignadas por semana. Las tareas semanales estaban impresas en un papel que se posteaba en la nevera para que nadie olvidara su turno. En la división, sin embargo, pienso que había discrimen a favor de los varones porque a ellos solo les tocaba bajar la basura, tarea que no era diaria.  A las dos nenas nos tocaba fregar los platos todos los días por una semana.  Yo recuerdo haber protestado y pedir que me pusieran a bajar la basura y a los varones a fregar, cosa que no sucedió sino hasta que ya los primeros cuatro fuimos independientes y nos habíamos mudado.  Hubo igualdad cuando solo quedaron mi Papá y mi hermano menor.  Supongo, que mi Mamá realizó que no era justo hacer todas las tareas ella sola y entonces se dividieron entre los tres.

Los juegos creativos y educativos de mi Madre, para enseñarnos economía doméstica, incluyeron que auspiciáramos miles de celebraciones de bodas para casar los pares de medias mientras doblábamos la ropa. A mi memoria vienen las acampadas familiares en el Yunque, los viajes de paseo por la Isla y los cruces por la piquiña todos apiñados en la guagua cantando o jugando al “Veo-Veo”.  Su solidaridad y amor hacia mi Padre, Pedro, su compañero de vida y único amor fue incondicional hasta el día que él trascendió a sus 54 años.  Ella lo apoyó y lo acompañó en sus aventuras.  Una de las más extremas de ellas fue mudarse con toda la familia a Adís Abeba en Etiopia, donde vivimos una temporada. Esa experiencia fue una trascendental para la familia y donde se fundieron amistades que duran hasta el presente.  En la ida y el regreso hacia Puerto Rico pudimos viajar como familia por África y Europa, algo que sin esa oportunidad de vida no hubiese sido posible.

En la filosofía de vida de mis Padres, la libertad con respeto ha estado presente. Pienso en la actualidad y en la dependencia que tenemos con los celulares. Pienso en esa necesidad desquiciante que se ha creado de saber dónde están los hijos o las parejas todo el tiempo. Cuando crecíamos no había celulares, sino compromiso y respeto a las reglas impartidas por los adultos.  En mi casa, una de ellas era que a la caída del sol teníamos que estar en la casa.  Esa caída del sol era marcada por mi Madre en la acera tocando una campanita para recordarnos que era hora de regresar. Esa campana la escuchábamos donde estuviéramos. Si no cumplíamos había consecuencias, ypor supuesto, la mayor parte de las veces llegábamos a tiempo. ¿Dónde estábamos todo el día? Por ahí cerca, callejeando con las amistades o con los hermanos, pero conscientes que, si nos mal comportábamos, la queja llegaría y también los castigos y pérdidas de privilegios. Mis Padres fueron partidarios de una casa con puertas abiertas.  Así éramos alentados de invitar a nuestras amistades a nuestra casa en cualquier momento, no teníamos que pedir permisos particulares, solo llegábamos con amigos y eran bien recibidos. “A la sopa se le echa más agua y se divide entre todos.” Era una forma inteligente de conocer con quien andábamos.  Mi Madre, con su refrán de “dime con quien andas y te diré quién eres”, me enloquecía.  Ahora, desde mi perspectiva adulta la entiendo.

 

El concepto de inteligencia emocional no existía mientras crecía ya que fue acuñado en mi temprana adultez, pero si alguien ha tenido una maestría innata en inteligencia emocional ha sido Rochén. Ella la usaba no solo para bregar con mi Padre y con sus hijos y todos los retos que le representamos aún hoy día; sino en la forma diplomática, suave y con gracia con la que se relaciona con sus amistades, que, sin duda, también tienen sus peculiaridades.  De Rochén he aprendido a sumar y no restar.  Sumar lo positivo que tienen las personas, sumar las buenas experiencias aún en los momentos negativos, sumar las amistades, sumar la familia, sumar la juventud, sumar las bendiciones, y vivir la vida en gracia y en gozo.

 

¡Rochén, hoy, mañana y siempre te celebro!