TRES BUENAS RAZONES PARA NO PELEAR

Espiritualidades
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Los cristianos, los judíos y los musulmanes somos tres árboles nacidos de un mismo tronco. Los tres adoramos al mismo Dios, somos hijos e hijas de Abrahán y compartimos una misma misión. Tres buenas razones para no pelear.

El mismo Dios

“Yavé” del judaísmo, “Alá” del islam y “Dios Padre” del cristianismo son sólo diferentes nombres del mismo Dios. De suerte que, sin saberlo tal vez, el cristiano adora a Alá y a Yavé, el musulmán adora a Yavé y al Padre de Jesús, y el judío creyente adora a Alá y al Padre de Jesús.

La misma familia de Abrahán

Sea por la sangre o sea por la fe, nosotros los seguidores y seguidoras de Moisés, de Jesús o de Mohammed, somos miembros de la familia de Abrahán. Este dato, fundamental en la Biblia de los judíos y de los cristianos y en el Corán de los musulmanes, nos une a todos a un nivel medular.

 

Compartimos la misma misión

Los hijos e hijas de Abrahán reciben de Dios una misión común, la que, en un pasaje clave pero muy poco conocido del principio de la Biblia, se define así:

Dios se preguntó: “¿Ocultaré a Abrahán lo que voy a hacer, cuando justamente quiero que salga de él una nación grande y poderosa, y que a través de él sean bendecidas todas las naciones de la tierra? Pues lo he escogido para que ordene a sus hijos y a los de su descendencia que guarden el camino del Señor viviendo según la justicia y el derecho, para que el Señor cumpla con Abrahán todo lo que le ha prometido.

 

(Génesis 18, 17-19)

Así de sencillo. Ningún misticismo. Ningún ritualismo. Simplemente: llevar la bendición de Dios (o sea los mayores “bienes” de la vida) a todas las naciones de la tierra. ¿Cómo? “viviendo según la justicia y el derecho”.

Por lo tanto, que seamos cristianos, judíos o musulmanes, todos compartimos la misma vocación y la misma misión: ser en todo el mundo servidores y servidoras de la justicia.

Lo cual, en lenguaje concreto, nos compromete a dejar de mentir, de codiciar, de robar, de oprimir y matar, y a reconocer para todos los seres humanos los mismos derechos que reclamamos para nosotros mismos

Más específicamente, nuestra misión común nos incita a que no nos quedemos encerrados en nuestras sinagogas, iglesias o mezquitas, o en nuestros códigos jurídicos particulares tan marcados aún por nuestro pasado patriarcal y tribal, y que participemos activamente de la edificación de un mundo acorde con los grandes principios de la Declaración universal de los Derechos humanos de la ONU, amén de otras declaraciones destinadas a proteger a los grupos humanos más vulnerables como las mujeres, los niños y los pueblos originarios. Sin olvidarnos de los derechos de nuestros hermanos animales y de nuestra Madre Tierra.

Si hemos de ser santos como Dios es santo (Levítico 11,44; 1Pedro 1,16), si hemos de amar al mundo como Dios lo ama, si hemos de ser los instrumentos de Dios para extender la paz y traer la bendición a todas las naciones, el camino es la justicia.

En la justicia se encuentran nuestra raíz y nuestra identidad, nuestra vocación y nuestra misión. En la justicia,… la salvación.