La pandemia y las lecciones aprendidas: nadie nos quita lo bailado y cantado

Caribe Hoy

Homenaje a Mai

Cuando hace un año atrás escuchamos por primera vez hablar de la pandemia y cuando a mediados de marzo, en Puerto Rico se impuso un toque de queda obligado que nos restringió nuestras salidas, nunca imaginamos los mucho que cambiaría nuestra vida.  Pensábamos que sería tal vez poco más o menos un asunto de pocas semanas.  Jamás hubiésemos pensado en un año de encierro y distanciamiento social y familiar.

A partir de este evento, nuestras formas de comunicarnos, hacer negocio, relacionarnos, trabajar, estudiar y nuestra brega diaria ha cambiado.  Particularmente, en la idiosincrasia de los puertorriqueños eso de hacer fila o turnos no era la costumbre.  Ir a una cita médica representaba un día completo desde el amanecer de sentarse a esperar que el facultativo nos atendiera.  Siempre me pregunté por qué los doctores no implementaban un sistema de citas por hora, donde se respete el tiempo del paciente, tanto como el paciente debe respetar el tiempo del médico.  Mi impresión particular es que la mayoría de la clase médica (hay excepciones, pero son pocas), en cuestión de citas, prefiere tener al rebaño de clientes en su oficina sentado para controlar su productividad y metas lucrativas, a costa del tiempo de espera de los pacientes que es, a mi entender, poco valorado por la clase médica.

Pues bien, a raíz de la pandemia y por asuntos salubristas, este panorama ha cambiado para mejorar, en el asunto del tiempo de espera y las citas. Esta observación aplica tanto a la clase médica como también a agencias del gobierno y comercios privados.  No es que las citas no hayan existido antes de la pandemia, es que, en su ejecutoria e implementación, como mucho de lo que sucede en esta isla, no se cumplía con los horarios dados.  Ahora, ningún cliente puede ir a ningún lado sin cita, amén de que hay que llegar a tiempo para evitar perderla.  A su vez el proveedor de servicios sea un médico, una agencia de gobierno o un negocio privado, se ocupa en ser más eficiente en la implementación y ejecución del horario citado. Esto, me parece a mí, redunda en beneficio para todas las partes. La sensación es que el tiempo de la persona que requiere el servicio es valorado.  Sabemos que no siempre esto es así, pero definitivamente ha habido una gran mejoría en el asunto de citas y turnos.  Debemos estar observantes para mantener esta práctica una vez que el país vaya entrando en la nueva normalidad.

Por otro lado, siempre se ha habla de vivir en y con conciencia, de sacar tiempo para como dice la metáfora “parar y oler las flores”.  Esta pandemia nos ha permitido tener tiempo para hacer evaluaciones sobre muchos aspectos de nuestra vida. Sobre esa carrera loca por llegar a no sé dónde o para qué. Los puertorriqueños somos una cultura que para cualquier actividad importante aparece el familión, sea para recibir o despedir a un familiar en el aeropuerto, o durante una enfermedad. Algo que me ha “pateado” duro en este tiempo es el asunto de que personas que se hospitalizan tienen que estar solas, sin ese apoyo familiar que es parte de nuestra costumbre.  Me aflige el alma el que un amigo o un familiar tenga que morir en soledad sin la compañía de seres queridos durante esos momentos de dificultad. Aquí hago un paréntesis para rememorar las palabras de mi amiga Blanca en su lecho de muerte me dijo “en este proceso de morir está uno solo a pesar de toda la compañía física que tengas”.  No empecé a sus palabras, pienso que la asistencia y el apoyo de familiares, amistades o seres queridos siempre es un bálsamo de alivio, aunque el viaje hacia el cambio sea uno personalísimo.

En estos días pienso en Mai, de 103 años.  Ella es amiga de mi madre y por añadidura mi amiga.  Tuvimos el honor de acompañarla en la celebración de su centenario. Ella sufrió una caída que la llevó a estar hospitalizada y luego a vivir en un hogar. Su casa está siendo cerrada. A raíz de la pandemia no puede recibir visitas. Mai es una mujer que a su edad tiene su mente bien clara y activa.  Pensarla sin la compañía de sus amistades y su familia me entristece.  Sin embargo, la tecnología ayuda y ella, que no le teme a vivir, ha aprendido a hacer llamadas por “facetime” para comunicarse con sus amigas, entre ellas mi Madre.  Esta actitud de reinventarse ante la adversidad es loable y es parte de la máxima de vivir el presente y de hacer limonada con los limones que da la vida. Nadie nos quita lo bailado ni lo cantado. Así que vivamos el presente en plena conciencia, como si hoy fuera el último día.