¿Nos habitan las calles? [o las calles que habitamos]

Cultura

A Sara y Aileen

 

Aquí

Mis pasos en esta calle

resuenan

en otra calle

donde

oigo mis pasos

pasar en esta calle

donde

 

Sólo es real la niebla.

Octavio Paz

(San Juan, 10:00 a.m.) Acabo de regresar de un corto viaje a EEUU y allí, a las afueras de Boston, viven mis compadres a quienes visitamos y a los que hacía tiempo que no veíamos. Es una familia boricua que por razones laborales llevan alrededor de seis años fuera de Puerto Rico, primero en Europa y ahora en USA. Mi amiga y comadre me hizo reír cuando me contó que no importa donde esté viviendo, a las calles a su alrededor las bautiza con nombres boricuas que le recuerdan por el tráfico, la hora a la que las coge a esas otras calles isleñas que han formado parte de su vida por tanto tiempo. Y así en la ciudad de Suiza donde vivió un tiempo, ella transitaba por la 65 de Infantería o por la Piñeiro, ahora que andan por Boston también recorre cada día esas calles añoradas.

La añoranza del espacio del país de origen de mi amiga me ha hecho pensar también en la mía. A lo largo de mis años en Puerto Rico han sido muchas las ocasiones en las que he llamado Aldeanueva, mi pueblo en Extremadura del que era natural mi padre, a San Germán el pueblo al suroeste de la isla en el que llevo casi treinta años viviendo. Aunque cada uno tiene sus calles dibujadas por las geografías y los climas tan distintos que las definen, ambos espacios han determinado mi vida y en mis emociones paso de uno a otro a veces sin darme cuenta. Y es que las calles, los espacios en los que vivimos nos habitan y forman también parte de nosotros.

De acuerdo con el filósofo Gaston Bachelard en su Poética del Espacio, “la casa es nuestro rincón mundo, nuestro primer cosmos, un verdadero universo” y creo que las calles que nos llevan a ese primer cosmos son también parte de ese universo. Dejarlas atrás siempre trae consigo dolor y añoranza aunque sea también el comienzo de una nueva aventura.

Así como la casa alberga el ensueño y protege al soñador, las calles que nos conducen a ese espacio protector y onírico son parte importante también de esa ensoñación, ese momento irreal, por eso componen nuestra alma, nuestro pasado pero también nuestro presente y nos guían hacia nuestro futuro.

Son muchos los poetas que le han cantado a sus calles: para Borges las calles de Buenos Aires eran su entraña, Octavio Paz en su poema Aquí nos habla de unos pasos que se dan en unas calles y resuenan en otras: “Mis pasos en esta calle resuenan en otra calle” o la calle piel de Mayra Santos Febres en la que “ Graffitea en las paredes/ pieles de simulacro.”  Escuchar a Pablo Milanés el deseo de pisar las calles de Santiago nuevamente siempre me conmueve

Las calles que nos habitan tienen recuerdos del pasado pero se nutren también de los nuevos aconteceres en nuestro caminar. Las queremos por lo que han sido, las aceptamos por lo que son y a veces las soñamos de otra manera, pero forman parte de nosotros más por lo que sentimos por ellas que por cómo fueron o serán. 

Algunas calles nos hablan de otras y nos ayudan a encontrar ese rincón del mundo que se convierte en nuestro albergue por algún tiempo. Ahora que mi hija comienza una nueva travesía en una nueva ciudad me gustaría que en su caminar encontrara una calle Luna como la sangermeña, que la ha traído a su hogar en su infancia y primera juventud, una calle que la ilumine siempre, que la cobije y la lleve cada noche a su nuevo hogar, su rinconcito en el mundo.   Las calles que nos habitan nos permiten transitar por ellas sin importar donde estemos.