Una mirada intima de Nelson Sambolín [a través de los ojos de su hijo Alonso]

Agenda Caribeña
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Antes que termine el día quiero rendirle homenaje a uno de los grandes artistas plásticos de Puerto Rico y extraordinario ser humano, a mi amigo Nelson Sambolín, cuyas ilustraciones para las obras completas de Edgar Allan Poe traducidas por el gran Julio Cortázar he estado disfrutando recientemente. Nada mejor para celebrar su natalicio que el hermoso testimonio que su hijo Alonso Sambolín publicó hace once años y que le hace justicia a la vida y la obra de Nelson. Hélo aquí:

"una mirada intima de Nelson Sambolin por Alonso Sambolin"

"Recuerdo desde muy pequeño escuchar a mi padre decir: “Trata de terminar tus días, cansado y satisfecho”. Esta frase la llevo conmigo hasta ahora. Lo que implicó para mí, lo veía todos los días en él, aunque sin realmente entender lo que la frase significaba y el vínculo con su vida. Trabajaba incansablemente para, como decía y dice él de manera jocosa al saludar, “para servirle a usted y a la patria”. Se levantaba temprano, antes de salir el sol, e inundaba la casa de olor a café y el sonido del programa radial Su Alegre Despertar, de José Miguel Agrelot y compañía. Mis hermanas y yo sabíamos que era hora de levantarse cuando escuchábamos su “¡Arriba el són!…¡Sabrosón!”, y procedíamos lentamente a vestirnos para ir a la escuela. Décadas más tarde, en mi segunda estadía en la universidad, sin Su Alegre Despertar (Agrelot ya ha muerto), y sin el intenso olor a café mañanero, en ocasiones, aunque más raras que antes, me repite la frase. Ahora lo hace en un tono un tanto melancólico, y eso me hace pensar que hay un significado más allá, un mensaje más profundo que me habla del sentido y la totalidad de la vida. Al parecer hay lecciones que toman una vida entera aprender.

Nelson Sambolín es un reconocido artista que desde joven vio en el arte un desahogo para sus inquietudes. Salió de uno de los lugares más pobres de Puerto Rico, con muy poco, y logró ingresar a la Universidad de Puerto Rico en una generación de sangre caliente que se caracterizó por las luchas sociales y la confrontación al gobierno. La superación y el espíritu de lucha de este artista son representativos de su generación. Sambolín o “Sambo”, como lo llaman sus amigos, ha ganado innumerables premios a nivel local e internacional por su obra gráfica y humanista; es un “coquieño ausente”, término que usan los hijos del barrio Coquí para identificar los que se fueron del barrio físicamente, pero permanecieron en espíritu y siempre van y vienen, como la marea a pocos pies de distancia.

Nelson nació en el Barrio Coquí de Salinas, Puerto Rico, el 10 de julio de 1944. El barrio Coquí fue uno de muchos barrios que se alimentaba de la actividad que producían las centrales azucareras en la isla. El azúcar vivía sus últimos años de supremacía como motor económico del país. Era una comunidad pobre, de niños descalzos, de madres y padres de cayos en las manos, de aire caliente y tierra seca. Caminaba horas para llegar a su escuela descalzo, aún de noche y volvía también descalzo, al atardecer. Hijo de Julio Sambolín y Ángela Bonilla. La actividad económica de la casa se basaba en el sueldo de Don Julio, que trabajaba como la mayoría de los hombres del barrio en la central azucarera y Doña Ángela, que era una quincallera, una vendedora de baratijas.

El día que llegó la luz al barrio Coquí fue un evento festejado por todos. Pero para nadie estuvo este día más lleno de maravillas que para los niños. ¡Había luz…y era de noche!!… Siendo niños no podían hacer otra cosa que asombrarse y jugar. Todos ellos se arremolinaron bajo el farol a jugar juegos que en la actualidad se ven como lejanos y folklóricos, memorias de un Puerto Rico que no se volverá a vivir. Nelson recuerda jugar al esconder, “toco palo” y a la pelota, que era el único deporte que se practicaba. ¿Los requerimientos?, una bola, un palo que se encontraran por el suelo y la tierra. Todo era sencillo. Había necesidad, pero se vivía feliz. Aún estaban lejanas las luchas sociales y las nuevas presiones económicas del mundo. Lo importante era jugar bajo el farol que hacía que la noche, de alguna manera, ya no fuera tan oscura.

En el año 1963 todo cambió. El niño que jugaba bajo la luz del farol entró a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPR) y vio otras luces, y se maravilló con otras cosas. Nada era igual. En la Universidad conoció la literatura, la pintura; conoció la filosofía, las ciencias y la sociología. También conoció las injusticias sociales, la política, el estar separado de su familia y el no tener a veces para comprarse un café. Entró perdido, como muchos, sin saber qué estudiar ni qué quería hacer para vivir. Las artes gráficas como medio para ganarse la vida no había tan siquiera cruzado su mente. No pensaba que fuera posible tener una profesión en la que la gente pagara por ver lo que su imaginación creaba y sus manos fabricaban. Así, sin hacer plan de estudios ni preocuparse por promedios, su comportamiento universitario fue como su afán de pintar; instintivo. Se matriculaba en clases que le interesaban, con profesores rebeldes que tuvieran más que ofrecer que el contenido de un libro que bien podía leer por su cuenta. Trató de estudiar arquitectura en algún momento pero sus afanes no progresaron, pues como descubrió, entre sus talentos no se encontraba la matemática. Su hambre de conocimiento era una genuina. No buscaba hacerse de una profesión que le dejara dinero, buscaba ver y comprender el mundo y sus ideas nuevas, para luego pintarlas en colores vivos.

En ese momento, la UPR vivía tiempos pesados. La guerra de Vietnam estaba en todo su apogeo, y en Estados Unidos se veían grandes movimientos sociales en contra del racismo, la guerra y a favor de los derechos de la mujer. En Puerto Rico, los estudiantes de la Universidad se levantaban en movimientos antimilitaristas que amenazaban con la revolución. Un día el país se levantó consternado y preocupado por sus jóvenes; Estados Unidos había implantado el servicio militar obligatorio. Las manifestaciones cada vez más intensas terminaron en algunas ocasiones en encuentros violentos con la policía y con el “Reserve Officer’s Training Corps” (ROTC). Nelson recuerda el día en que participó en la toma y quema del edificio del ROTC por los estudiantes. En una manifestación contra el militarismo frente a este edificio, se caldearon los ánimos y los estudiantes se apertrecharon dentro del Centro de Estudiantes. Según narra, las chicas del grupo estudiantil estaban encargadas de buscar piedras por todo el recinto, mientras los varones las lanzaban con todas sus fuerzas.

Nelson Sambolín era conocido por ser uno de los mejores primera base de la pequeña liga donde jugaba cuando niño, y allí tuvo oportunidad de demostrar su puntería. Los del otro lado, cuenta “Sambo” (aunque no es la versión oficial de la policía o de los oficiales del ROTC) respondían a tiros. Esa era la Universidad de Nelson Sambolín.

Dentro de ese movimiento de lucha social surgió el movimiento de la gráfica y el grabado de esa época. Nelson Sambolín fue contactado por otro joven artista para formar parte de un proyecto de creación de carteles con fines políticos. Así inició el Taller Bija, que estuvo en la vanguardia de la lucha social, aunque de un modo diferente. La labor artística que se produjo en ese espacio perdura hasta nuestros días.

La vida universitaria de Nelson Sambolín estuvo llena de conflictos, pero muy llena de logros y muy disfrutada. Un estudiante de corazón, Sambolin rindió sus días en la Universidad tanto como pudo y luchó largo y tendido para permanecer en su alma máter. Un día le llegó a su hospedaje una carta que decía que estaba graduado de la Universidad de Puerto Rico, una graduación que nunca solicitó. Fue a la oficina del registrador al día siguiente y peleó en vano para que no lo graduaran. Era una batalla que perdería. Nunca festejó ese fecha, y nos pidió que no la mencionáramos en este escrito. Ese no sería el fin de su carrera universitaria. Luego de un tiempo trabajando en varios proyectos, de formar familia y construir un hogar, volvió a la vida universitaria. Esta vez en el Pratt Institute, una prestigiosa institución de artes y arquitectura en el corazón de Nueva York. Sin embargo el ánimo del artista para con este recinto fue muy diferente al que sintió en la UPR. Nos narró en una entrevista que el arte en Puerto Rico, al igual que la enseñanza de éste, era muy diferente a Estados Unidos. En Nueva York un artista era un artista y nada más. Un creador de cosas puramente estéticas que no cruzaban la línea hacia ninguna otra disciplina, mucho menos la social. Nos dijo, sin embargo, que en la isla el arte supone un compromiso social con la cultura del país, un vínculo íntimo con la identidad nacional que, a su parecer, está en constante acecho debido a nuestra condición colonial. A Pratt fue a buscar un grado académico, a diferencia de sus estudios en la UPR, y así lo hizo; el tope de su clase. Tan pronto terminó, volvió a su isla. Despreciaba el frío de Nueva York, extrañaba a su familia y a su barrio.

Al regresar de sus estudios en Nueva York se encontró en una situación económica deplorable. Descubrió que la crisis de identidad que sufría el país hacía muy difícil poder vivir del arte en Puerto Rico, especialmente si eras puertorriqueño. De esos años, memoria que tengo de la casa, es un automóvil que tenía un roto en el suelo de la parte posterior. Recuerdo entretenerme mirando cómo pasaba rápidamente la carretera por el enorme agujero, mientras él nos llevaba a la escuela en la mañana. En varias ocasiones vinieron a llevarse el carro con el que tanto me divertía, aunque de alguna manera siempre se las arregló para que le dieran un plazo adicional en el préstamo que tuvo que tomar para comprarlo. La situación era tan difícil que ni siquiera un carro así podíamos mantener cómodamente. Él y su esposa Adamaris Santiago (mi madre), trabajaban en lo que consiguieran, muchas veces en varios empleos a la vez. Aún con eso, a veces no había para comer. El artista describe esos tiempos como los peores de su vida.

Los tiempos han cambiado y Nelson Sambolín ahora goza de un nivel económico decente y del respeto de la comunidad artística general, tanto dentro de Puerto Rico como a nivel internacional. Volvió eventualmente a la UPR en Río Piedras aunque esta vez como profesor y de ahí se retiró después de ayudar a formar el futuro del país por 32 años. Enseñaba algo más que artes plásticas; enseñaba justicia, ética, dignidad. Y así tenía que ser, ¿cómo no? “Pertenecíamos a una clase social que no había tenido acceso a la universidad, y llegamos tumbando caña… A reclamar nuestro espacio”. Venía de una generación realmente puertorriqueña, con todas sus virtudes y todos sus defectos. Y con la personalidad impresa por su infancia pobre y feliz y la fuerza de tirar pedradas contra la injusticia, “aunque te respondan con tiros”, nos crió a nosotros, sus hijos, que estamos como él lo estará siempre: “Para servirle a usted y a la Patria”.