Fidel las “palabras y los intelectuales”

Cultura

(La Habana, 12:00 p.m.) Fidel Castro pronunció Palabras a los intelectuales en circunstancias que hablan del valor reconocido al tema por el dirigente de una Revolución que, llegada al poder poco más de dos años antes, braceaba en pos de la institucionalización necesaria. Sin embargo, la historia de ese discurso también corrobora que ni calidad ni jerarquía bastan para librar a un texto de lecturas descaminadas. Felizmente ha sido y seguirá siendo objeto de estudios serios, como se ha confirmado en la conmemoración de su cincuentenario. Los siguientes apuntes rozan algunos asuntos fundamentales que contiene o se relacionan con él.

1/ Los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 el jefe de la Revolución Cubana se reunió con escritores y artistas en la Biblioteca Nacional José Martí para tratar temas de la cultura. Al final de aquellas jornadas pronunció el discurso Palabras a los intelectuales. Hechos e ideas rebasaban cualquier anécdota. Dos meses antes se había librado en Girón la batalla contra una invasión mercenaria, y mientras continuaba el éxodo de los desafectos, y los sabotajes en las ciudades, crecían las bandas contrarrevolucionarias que operaban en el Escambray y otras zonas montañosas. Al despedir el duelo de las víctimas de los bombardeos con que aviones estadounidenses intentaron allanarles el camino a los invasores, el guía de la Revolución la proclamó socialista.

2/ Estaba en marcha la Campaña de Alfabetización, y en fortalecimiento el que devendría emblemático Ballet Nacional de Cuba y la propia Biblioteca donde se celebraron aquellas jornadas. Se había terminado de construir el Teatro Nacional y —aparte de hallarse en gestación la Unión de Escritores y Artistas de Cuba— se habían creado, entre otras instituciones, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la Casa de las Américas, la Orquesta Sinfónica y la Imprenta Nacional. Esta última propició que el líder convocara al pueblo no a creer, sino a leer.

3/ Se avanzaba en la preparación de instructores de arte y en la creación de escuelas para formar artistas. Como parte del crecimiento educativo general del país, se fomentaban las manifestaciones culturales en beneficio del pueblo, que no solamente sería destinatario de aquellas en campos y ciudades, sino también aportaría creadores y protagonistas.

4/ El recio bloqueo sumado por los Estados Unidos a sus actos contra Cuba, agravó los problemas económicos que a ella le urgía resolver. Semejante contexto, vale reiterarlo, confirma la importancia que la dirección del país reconocía a la cultura para la vida de la nación.

5/ Como se ha dicho, no se ha publicado casi ninguna de las intervenciones de los escritores y artistas presentes en los encuentros de la Biblioteca, pero la trascendencia que estos tuvieron, y que se aprecia en el diálogo visiblemente resumido en el discurso culminante, muestra una verdad que se ratificaría en cada nuevo hecho: el respaldo activo de la mayoría de la intelectualidad cubana a la Revolución.

6/ En ocasiones se tiene la impresión de que Palabras a los intelectuales ha sido más citado que leído, y no siempre se ha citado bien. Se ha reiterado una de sus frases más aforísticas: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, que líneas después se ratificó con esta variante: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Pero a veces se han introducido alteraciones que la han convertido en “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”. El falseamiento —fuera en lugar de contra— lastima el sentido de unidad sustentado en un discurso que convocó también —para defender a la patria y al pueblo— a quienes no fueran revolucionarios, pero sí honrados. A ellos destinó una comprensión particular, pues enfrentarían una contradicción que para “un artista o intelectual mercenario […] no sería nunca un problema”. El líder sostuvo: “La Revolución no les puede dar armas a unos contra otros, la Revolución no les debe dar armas a unos contra otros”. Esa orientación merecía imponerse cuanto más arreciara la lucha ideológica frente a las acciones desembozadas o encubiertas de un enemigo que, entre otras ganancias, buscaría cultivar resquemores y paranoias en el seno de nuestra sociedad.

7/ El discurso ratificó un deber, más que derecho, de la Revolución: defenderse, como obra transformadora que seguiría costando grandes esfuerzos y aun sacrificios de vidas, y a la cual la historia le daba y da lecciones. Hoy en el mundo se habla poco de la Comuna de París; pero junto con los elogios que solía recibir era común recriminarle que no se hubiese defendido eficazmente. ¿Por qué desaprobarle a la Revolución Cubana su voluntad de no cometer una falta similar? La defensa de una Revolución —hecho convulso y complejo— puede también incluir errores; pero ninguno sería más grave que renunciar a defenderse, y los obstáculos a enfrentar no eran nuevos. José Martí, en su discurso Con todos, y para el bien de todos, advirtió: “Se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir,—y que se pondrá a refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina”.

8/ Quizás una indagación cuidadosa mostraría nexos entre la alteración lexical de Palabras a los intelectuales ya mencionada y errores en la aplicación de nuestra política cultural, agravados por el Congreso Nacional de Educación y Cultura, de 1971. En la estela de ese foro se dio lo que Ambrosio Fornet llamó “quinquenio gris”, que todavía debe seguir estudiándose, no con mero fin de erudición o cambio de nombre, sino para que  no se repita lo que se hizo mal. Con el propósito de afinar la política cultural se tomaron medidas como fundar, en 1976, el Ministerio de Cultura. Se disolvió el Consejo Nacional, que existía desde antes de junio de 1961.

9/ Una obra humana, por grande que sea, es imperfecta. Pero lo más aleccionador tal vez no esté en identificar los actos individuales que condujeron a las costosas fallas, sino en determinar hasta qué punto ellos pudieron prosperar, o mantenerse, porque en determinado momento fueran considerados beneficiosos para la Revolución y su defensa. Pasado el tiempo, parece que —intenciones aparte— desde dentro algunos hechos estuvieron a punto de dañarla como si hubieran sido lanzados contra ella desde fuera.

10/ Los temores de algunos de los participantes en aquellos encuentros, celebrados dos meses después de proclamarse el carácter socialista de la Revolución —y de otras personas, intelectuales o de otras ocupaciones, que no estuvieron allí—, no surgían del aire. Hoy huelgan las explicaciones si tenemos en cuenta en qué pararon el campo socialista europeo y la propia Unión Soviética. Ya entonces el líder cubano se refirió a esos temores, glosando tal vez expresiones escuchadas en los encuentros de la Biblioteca: “¿Vamos a suponer que nosotros tenemos el temor de que se nos marchite nuestro espíritu creador, ‘estrujado por las manos despóticas de la revolución staliniana’?”

11/ La trascripción del discurso testimonia que la forma risueña como se percibe que el dirigente habló, suscitó risas. Y ojalá todo hubiera podido quedar en el terreno del ingenio y la broma. Aún no se había constituido el Partido Comunista de Cuba, y funcionaban las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Estas, a contrapelo de la mayoría de sus integrantes, fueron utilizadas por un grupo que —al decir de Fernando Martínez Heredia en uno de los acercamientos a Palabras a los intelectuales en su aniversario 50— “pretendió, en pleno Caribe, expropiar la revolución popular y convertir al país en una ‘democracia popular’ como las que dirigía la URSS en Europa”. Tampoco sería exacto suponer que semejante desviación la propiciaron solo personas que, desde antes de 1959, por opción ideológica tenían como el modelo a seguir el Estado cuya dirección pasó de Lenin a Stalin. Pero, por importantes que algunas personalidades sean, no reduzcamos la interpretación histórica a contingencias de individuos, ni olvidemos las huellas que pueda haber dejado entre nosotros lo que fue después de 1961 la necesaria vinculación de nuestro país con el campo socialista, y especialmente con la URSS. Tampoco es cuestión de suponer que en aquellos lares todo se hizo mal. Semejante juicio sería tan injusto como otro que se está haciendo sentir: identificar con el disparate, sin más, los años que hasta ahora hemos dedicado al afán de construir el socialismo.

12/ Palabras a los intelectuales contiene principios que estuvieron, han estado y merecen seguir estando en el núcleo de nuestra más acertada política cultural. A pesar de las condiciones harto difíciles en que nació, el texto —explícitamente dirigido a una generación “sin edades”— refrendaba incluso el derecho de los creadores artísticos y literarios de todos los credos religiosos, y aun políticos —hasta los de quienes no fuesen revolucionarios—, para vivir y producir en la Revolución, sin restricciones estéticas, mientras no intentasen servir al enemigo contra ella y destruir una obra de transformación hecha por y para la inmensa mayoría del pueblo. De ahí también que el discurso señalase como un deber fundamental de la Revolución el merecer que esa mayoría se identificara con ella. La aspiración sigue convocándonos hoy.

13/ Palabras a los intelectuales trazó un camino que libró a Cuba de quedar apresada en fórmulas autoritarias como las que tanto daño causaron en la Unión Soviética y en la generalidad del campo socialista europeo, y que acabaron haciendo frustrante y odioso el rótulo de realismo socialista. Fidel Castro sostuvo: “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”. En otro momento expresó: “Creo que cuando al hombre se le pretende truncar la capacidad de pensar y razonar lo convierten, de un ser humano, en un animal domesticado”.

14/ Institucionalización y defensa debían marchar juntas, y el dirigente sostuvo una brújula cuyo valor, lejos de menguar, aumenta: “Se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución”, y ello “tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico, cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo. Y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan”.

15/ Sobre la necesidad de planificar recursos y objetivos, el jefe de la Revolución preguntó: “¿Quién va a discutir que hay que planificar la economía?” Pero defendió ideales y propósitos que hablaban, hablan, de un proyecto justiciero medularmente contrario, por su esencia, al economicismo y al pragmatismo, que corroen el espíritu; de un proyecto enfilado a sembrar o garantizar el triunfo de una espiritualidad sin la cual la Revolución Cubana no merecería lo que su guía dice de ella: “Se convierte en el acontecimiento más importante de este siglo para la América Latina, en el acontecimiento más importante después de las guerras de independencia que tuvieron lugar en el siglo XIX: verdadera era nueva de redención del hombre”.