Un amor desobediente… [gracias a la diferencia de edad que causa sensación]

Cultura

(San Juan, 12:00 p.m.) En medio del torbellino pandémico, que testarudo persiste en el verano invacunado y peliagudo, una noticia alentadora por la valentía de sus protagonistas, destapa una vez más, y lamentablemente, la mezquindad humana que ya aburre. 

Un dúo de estadounidenses, que libremente decidieron enamorarse a la luz centellante del día desobediente, o del eclipse solar del qué dirán, desafiaron los desafinados modales de los heaters, tantrágicamente clones como petulantes en el ciberespacio.  Su pecado, transgresor y confesable, remolcarse de ternuras y aficiones a 37 años de diversidad entre el uno y la otra. 

Como tictokers consumados y consumidores con casi cuatro millones de seguidores desparramados por el inframundo virtual, Quran, norteamericano ébano de veintitrés años publica videíllos juguetones de baile y rap acompañado y acompasado por su media naranja, Cheryl, una sesentona cana de doce lustros cumplidos como bien llevados. 

Irrefrenables, los opinistas sin filtro, semejantes a vampiros cibernéticos, salieron de sus sarcófagos cavernosos de resentimientos como jaurías de murcielaguinas en línea a detonar insensibilidades sin sonrojos ni escrúpulos. Metiches obsesivos de las intimidades ajenas, seguramente hartos de sí mismos frente a sus espejos matutinos, cuestionaron la imagen de la mujer por sus arrugas en flor, como la autenticidad del amor por la brecha de edad. Incomprensivos, como suelen ser, osaron plantear, de sí son aceptados por sus respectivas familias, como si para juntarse, atrevida y soberanamente, resulta imprescindible poseer un carnet de conducción de amor, o un permiso de likes.  

Peor aún a la opinión descarnada en la pasarela internauta, se le añade la carga de su nervio, colorido o matiz, o sea, la erupción del magma de su mala leche. Lindezas como preguntar, por decir algo, si a ella le quedan dientes, o compararla a una “abuela” que esta “descomponiéndose” a plazos incómodos, en un evidente discrimen a la edad madura o a su admitido trastorno alimenticio, anclan un mal sabor, mientras airean vergüenzas ajenas. 

A esos desparpajos digitales y ciber, la mujer, inteligente por demás, contestó los menos, contundentemente.  

“No se juzga un libro por su portada… La gente es demasiado inverosímil, dicen estupideces inmateriales, pero lo que digo es que no pueden juzgarnos”, 

No estoy haciendo nada malo, bailamos, difundimos vibraciones positivas, tenemos 

muchas cosas buenas a nuestro favor, no voy a dejar que ganen los que nos odian”. 

Debe haber algo, ¡debe!, insondablemente dañado en los fueros anímicos de unos individuos tullidos de carácter y alma, más corrientes que comunes, productos de tal o cual sociedad jerárquica, injusta, contrincante y pírrica, como piramidal y subordinante, que babean y lujurian con hablar mal del prójimo próximo. Algo fracasó, no sé, en la economía, la política, la cultura, la educación y la familia de ocasión cuando la perversidad vulgar y la intrascendencia cerebral se ostenta con tanta naturalidad, soltura y desempacho. 

No hay duda a la vista, ser y hacer una vida como un desobediente por corazón y conciencia se corre el riesgo insulso del soez insulto asediado por el juicio del prejuicio que lapida, tictokeramente