El objetivo de la prueba de cien metros con vallas para féminas es cubrir un tramo de 328.1 pies lineales en el lapso menor posible después de salvar diez setos de poco menos de 32 pulgadas. Desde la marca hasta el primer obstáculo median casi 43 pies. Entre los restantes nueve, como 28. Y desde la última valla hasta la sentencia, un chinchín más de treinta y cuatro pies y medio.
Una atleta, que a pesar de haber nacido en los Estados Unidos, optó por la puertorriqueñidad, temprano este domingo agotó la distancia y superó los obstáculos en 12.20 segundos implantando la plusmarca olímpica en el exigente escenario de los Juegos cuatrienales que se disputan en la capital nipona. Horas más tarde, necesitó once centésimas adicionales para agenciarse, en la final, el oro en la prueba, borrar la decepción sufrida en las semifinales de ese mismo evento en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016 y colocar la patria que, con indiscutible derecho, a conciencia ha elegido, en el mapa del atletismo internacional para inyectar en el corazón de esta Isla colores de esperanza y alegría indescriptible.
Camacho-Quinn arrancó con seis prodigiosas zancadas hasta franquear la primera valla. Pasó las siguientes nueve con tres pasos y un salto cada una y cerró a tambor batiente los diez metros finales. Nunca en mi vida doce segundos con treinta y siete centésimas me resultaron tan largos y agotadores. La acompañé en cada zancada, inhalé cada uno de sus alientos, ejecuté cada salto suyo. Con la fuerza del corazón, a la velocidad del pensamiento, un pueblo entero crujía conmigo. Próximos y lejanos nos esforzábamos con ella hasta alcanzar la victoria.
Tanto le agradezco a Jasmine y tanto o más a María Milagros Camacho, su madre trujillana, quien incrustó en el espíritu valeroso de su hija la gema preciosa de la borincanía. Como tan sabiamente me expresara mi esposa Milagros esta mañana, ¨El amor a la patria se aprende en el hogar¨.