Breves en la cartografía cultural: ese Río Piedras necesario

Cultura

Puerto Rico es un País donde la cultura se vive en los cuatro costados. El panorama literario es amplio, y los eventos siempre están fluyendo por doquier. Mencione cualquier pueblo y verá que no ha pasado mucho desde que la poesía, por ejemplo, en medio de una bohemia, o la creatividad propia de una tertulia amena de cuenteros, se hiciera presente en plazas y barrios.

Dentro de ese efervescente ambiente artístico y letrado, Río Piedras guarda para mí un encanto particular. En sus calles no es extraño encontrarse con algún ‘accidente de la sociedad’, como un amigo llama a esos creadores que perseveran en su derrotero artístico.

 

Hay razones de peso que mueven a estos escritores en su decisión de vivir en Santa Rita o en las urbanizaciones adyacentes. Sin duda la presencia que da cauce a mucho de lo que ocurre en el entorno es la Universidad de Puerto Rico. Por eso las principales librerías del País tienen sucursales, particularmente en la Avenida Ponce de León, cerca del Paseo de Diego y de la Estación del Tren Urbano que da a la calle Robles.

Y entre comerciantes, estudiantes y residentes, con la Plaza del Mercado como centro y la presencia dinámica de una comunidad dominicana participando de la actividad económica, destaca la presencia de quienes piensan en los demás. Es ineludible en este punto no detenernos y destacar la valía del Movimiento amplio de ciudadanos Paz para Santa Rita, para que todas las personas que residen en el sector puedan disfrutar de las normas básicas de convivencia y respeto en Río Piedras.

Gravitando en ese Universo los poetas y narradores pululan en todo momento. Unos caminan casi levitando, pues tienen en mente la creación de turno. Otros parecen haber salido de la caverna de Platón, después de horas o días, garabateando reflexiones en la pantalla de la compu, o en el papel disponible.

En la época que me tocó ser ciudadano de aquel vecindario siempre podías escuchar a Che Melendes en las cercanías del Burger King, comentando aspectos de La casa de la forma, su libro capital, o de la poesía en general. Al poeta Mario Antonio Rosa, atareado en uno u otro evento, podías seguirle el paso si caminabas con rapidez. Aún recuerdo la tertulia sobre el oficio apalabrado y metafórico que tuvimos en la pizzería IL Carreto, al frente de la botella de cristal llena de agua destilada que podíamos comprar, que consumíamos lentamente como si de vino fino se tratara.

Otro escritor tertuliante pero nocturno, con el que platicaba consecuentemente, esta vez en los linderos de El Boricua lo era Bruno Soreno. Hasta la fecha no he visto a nadie que pueda sumergirse como él en la creación literaria. Podían pasar días y Bruno, apertrechado con lo que consideraba necesario, se perdía en el universo de letras y pasajes narrativos. A veces cuando le veía de vuelta, Bruno parecía aturdido de tanto teclear y teclear y teclear sus cuentos y novelas. Y si a nuestra tertulia -entre medallas, limones, coronas y agua perrier- se unía el amigo Eugenio Hopgood, periodista y músico, la ecuación estaba completa. En una misma noche podíamos hablar lo mismo de París como de viajes, de críticos literarios o de temas tan lejanos ocurridos en 1968. Temas de conversación que en realidad eran la excusa, el pretexto, para oxigenar lo que cada cual perfilaba trabajar en el momento oportuno.

El amigo editor, narrador y poeta, David Capiello, es otro de los ciudadanos adoptivos que convive en la Ciudad Universitaria. En su apartamento era posible encontrarse con los sotaneros (por una época Julio Cesar Pol me reclutó para formar parte de ellos) quienes perfilaban revistas, publicaciones y eventos. Allí pude entrevistar a David cuando recién publicaba Comunión antropoética, su primer libro. Actualmente, en ese lugar, Capiello produce mucho de lo que Aventis, su editorial, está haciendo por la cultura del País.

Cerca de allí, sin embargo, está la ‘Embajada de Taller Literario’. Me refiero al balcón de la casa del narrador Antonio Aguado Charneco. Tony, como gusta que le llamen, aunque nació en Arecibo desde su infancia ha sido residente del entorno Riopedrense. En su etapa universitaria, durante la década del 60, se hospedó en una Avenida Ponce de León distinta a la actual. Con cines y teatros disponibles, con pequeñas tabernas donde hoy existen librerías.

Y fue primero en la Calle Mejía, luego cerca de la Humacao y Borinqueña, donde comenzamos a tener tertulias frecuentes Los talleristas, como nos bautizó Edison Viera Calderón. Cuantos recuerdos guardamos de los conclaves entre Amílcar Cintrón, Angelo Negrón, el propio Edison, Juan Carlos Fred Alvira, Wanda Cortés, Rodrigo López Chávez y Joel Villanueva (QEPD). A cuántos no recibimos en aquel lugar rodeado de plantas. Escritores que pasaron por las páginas de la revista como Camilo Santiago. De pasada han estado con nosotros, entre otros, el poeta juglar Eric Landrón, Emilio del Carril, Yolanda Arroyo Pizarro, Stefan Antonmattei, Carlos Roberto Gómez y Iván Figueroa. Todos con vinito en mano, comentando la lectura de turno, ofreciendo sugerencias para mejorar lo que podía ser en ese momento un esbozo de cuento, una poesía sin concluir, en proceso. Y fue allí donde vimos nacer las ideas para algunos libros nuestros ya publicados, o de otros que están por llegar a usted.

Muchos consejos valiosos recibí en la ‘Embajada de Taller’. Palabras que atesoro porque no pierden vigencia, acerca de infinidad de temas. La vida, el oficio literario, Puerto Rico, la literatura, los granujas de turno en la administración gubernamental, las relaciones amorosas, la familia, el buen vino; cualquier tema podía servir para la conversación. Allí planeamos los viajes inolvidables que dimos a Isla de Mona –lugar sagrado para mí- y a Jayuya, en pleno corazón de la Isla. Y allí recibimos visitantes de Venezuela, México y España, entre otros lugares; escritores que en su tránsito por Puerto Rico se acercaron a nosotros. En fin, que hablar de Río Piedras y detenerme en ese balcón es testimoniar una parte valiosa de lo que ha ocurrido en la literatura nacional durante los últimos veinte años.

Después, escritores más jóvenes como Sergio Carlos Gutiérrez o Michelle Oliveras han pasado su etapa estudiantil en hospedajes cercanos, sin dejar de mencionar a otros autores que por el entorno gravitan como Juanluis Ramos o Rubén Ramos, gestores junto a Samuel Medina de Agentes Catalíticos. Y sucesivamente, como ocurrió en décadas pasadas, la novedad continúa su asentamiento en tal escenario y propuestas propulsadas por nuevas generaciones encuentran ahí su cauce adecuado. Me consta que en estos momentos se ejemplifica con proyectos como el Periódico Conboca o El Vestíbulo, así como las lecturas para jóvenes escritores promocionadas por la Librería Mágica.

Con su casco urbano lleno de grafitos y librerías, con lugares para darse el vinito y la cerveza, entre recitales y presentaciones de libros; la bohemia consecuente, un ciclo de cine, una exposición retrospectiva o alguna pieza teatral en cartelera; mientras se escuchan los primeros acordes de guitarra de cantautores valiosos, o se siente el ritmo intenso del conjunto de bomba y plena invitado en pleno corazón; entre ese pasito pa’ lante y otro pa’ tras, cuando la vellonera suena al Maelo que canta Las caras lindas de mi gente negra, o suena el rock isleño y boricua de los Fieles en El Wanabi, la Ciudad Universitaria será siempre una de las estaciones favoritas de transeúntes creativos y escritores trasnochados por la creación de turno. Larga vida para ese Río Piedras necesario.