Nací boricua…

Voces Emergentes

Soy boricua,

lo sabes,

Soy Boricua

Soy Boricua
Tú los sabes

Marvin Santiago

 

Soy puertorriqueño. No tengo dudas. Mi identidad está grabada en mi genoma, lo registra mi árbol genealógico y me la enseñaron mis mayores. La identidad se aprende. El sentido identitario es un proceso social que requiere de una estrecha colaboración entre la familia, la escuela y la sociedad en general.

Nací en un tiempo en que nos sentíamos orgullosos de ser puertorriqueños. Podías palpar el orgullo nacional entre la gran mayoría de los residentes del archipiélago borincano. La música alababa a la patria, la literatura
recogía las vivencias de un pueblo agrícola, amante de la tierra y de las nuevas generaciones que buscaban en la educación y la industrialización nuevas alternativas para construir una mejor sociedad para todos y el arte grababa en múltiples expresiones plásticas el amor a lo boricua.


Empero, con la bonanza económica y las luchas politiqueras llegaron los que se avergonzaban de ser puertorriqueños. No me malinterprete, siempre hubo aquellos que renegaron la identidad porque querían ser españoles o años después como Mr. Wilson. La mayoría de los renegados eran citadinos.

El campesinado y la clase obrera puertorriqueña tradicionalmente han sido los conservadores de las tradiciones y los que más se aferran al legado de sus ancestros. La intelectualidad siempre le ha buscado cinco patas al gato y se ha dedicado a analizar la problemática identitaria, plantear teorías, crear conceptos… mientras algunos juran amor a la patria, pero se distanciaban del pueblo y otros siguen por el camino de la sumisión y la entrega absoluta al imperio de turno.

En ese proceso de somos o no somos, el gobernante Partido Popular Democrático incentivo, a partir de la década de 1940, la migración como solución de los problemas socioeconómicos del país. Miles de puertorriqueños, campesinos y obreros, se marcharonhacia Estados Unidos formando comunidades importantes en Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania< Massachusetts y Ohio. Nada cambia, seguimos emigrando, ahora a lugares más calientes, Florida, Texas y Carolina del Norte.

Con la migración y la diferencia de idioma comenzó a separase la nación puertorriqueña entre los de aquí y los de allá. Lo que creo una población aferrada a sus raíces que en su proceso evolutivo logró desarrollar movimientos culturales que han impactado al país no solo en el siglo pasado sino en el presente. Recordemos que las canciones icónicas de Rafael Hernández Marín se compusieron fuera de Puerto Rico. “Lamento Borincano” la escribió el compositor en un restaurante de Harlem, Nueva York, en 1929 y Preciosa en 1937 mientras estaba en México.

Debo mencionar que la otra canción que nos representó en el siglo pasado, “En mi viejo San Juan”, la compuso Noel Estrada, entonces jefe de protocolo del Departamento de Estado de Puerto Rico, en 1943 a solicitud de un hermano suyo, Eloy Estrada, que se encontraba en el frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial. La canción se escribió para mantener vivo el amor patrio entre los que no estaban en el país.

Con el paso de los años, la cultura puertorriqueña ha evolucionado, pero se mantiene firme, gracias en gran manera a los hijos e hijas de la Patria que residen fuera del archipiélago. Grandes figuras de la música, el cine y las letras, cuyo idioma principal es el inglés, se han aferrado al legado de sus mayores como en su tiempo lo hicieron Piri Thomas, Tato Laviera, Juano Hernández, Rita Moreno y otros tantos.

Las nuevas generaciones hacen un esfuerzo por aprender español y en muchas ocasiones fuerzan a sus conyugues estadounidenses a adaptarse al estilo boricua. Es más, el mayor orgullo de estas generaciones es representar a Puerto Rico como sucedió con nuestras medallistas olímpicas, Jasmine Camacho-Quinn y Mónica Puig. Cuan diferente fue el caso de aquellos medallistas olvidados que nacidos aquí prefirieron representar a Estados Unidos.

Conozco muy bien la realidad de la patria extendida, antiguamente llamada la diáspora. Residí por 25 años en Estados Unidos y compartí con varias generaciones de puertorriqueños que claman con orgullo su herencia étnico-cultural, aunque sus ancestros hayan llegado en el siglo XIX. Han pasado siete generaciones desde la primera gran migración integrada en su mayoría por exiliados por el gobierno español en la década de 1890. Aún los descendientes de la migración de 1900 a Hawái se identifican con sus raíces boricuas y comen pasteles e interpretan música tradicional en español, aunque no conozcan el idioma. Lo mismo sucede con los boricuas que se establecieron en Los Ángeles a principios del siglo XX.

La nueva migración boricua al continente, en su mayoría profesionales, lucha entre ser y no ser boricua. Algunos intentan ocultar su identidad, pero lo mismo ocurrió con algunos boricuas que emigraron en la década de 1950 que se hacían pasar por argentinos para sentirse “blancos”, pensaban que esto los ayudaría a ser aceptados por la clase dominantes estadounidense.

Mientras tanto, nosotros enfrentamos una nueva ola de americanización. Esta comenzó bajo la gobernanza de Pedro Rossellٕó González y alcanzó su zénit bajo su hijo, el depuesto Ricardo Rosselló Nevares y sus amiguetes que juraban que la puertorriqueñidad desaparecería bajo su mandato (recuerden el infame chat).

El desprecio de los seguidores de Ricardito a la identidad y a la sociedad en general motivó una revuelta nacional, por un instante, todos cantamos Verde Luz y nos sentimos un solo pueblo. Terminado el proceso, cada cual retornó al hogar y volvimos a la lucha entre los que somos puertorriqueños y los “wanna be Americano”.

Fuera de luchas partidistas, los idearios intelectuales, el desastre educativo, el constante bombardeo en los medios de comunicación y las redes sociales, la imposición de la comida chatarra y todo aquello que intenta “agringarnos”, la identidad busca fortalecerse.

Nos guste o no, la cultura evoluciona. Lo que nos hacía boricuas en 1900, ya no era lo mismo en 1970 y mucho menos lo es en el 2021. Existen elementos inquebrantables, que pasan de generación en generación, empero hay otros que se pierden para siempre.

Si utilizamos la música como barómetro puedo indicar que mi abuela bailaba mapeyé, mi madre bolero, yo salsa, mis hijos amaban el pop (ahora son salseros) y mis nietos son reguetoneros.  Pero todos cantamos Preciosa al estilo de Marc Anthony.

El sistema educativo, antes baluarte de la puertorriqueñidad, se aleja cada día más de su labor formativa de ciudadanos orgullosos de su legado. Existe una generación que desconoce la puertorriqueñidad porque fue educada por la televisión, desatendida por sus padres y educadores y otra en formación por las redes sociales que está desconectada del ideario identitario. No podemos tapar el cielo con la mano, la globalización es un cáncer que corroe la fibra étnico-cultural de los pueblospara formar una masa compacta con una cultura planetaria, tecnológica y sumisa con ribetes querecuerdan los orígenes en festivales, pero no en el día a día. La afirmación identitaria y el sentido de pertenencia son armas peligrosas porque siempre buscan expresarse en libertad.

Todos debemos colaborar en rescatar la puertorriqueñidad para las nuevas generaciones. Un pueblo conocedor de sus orígenes y orgulloso de sus ancestros es poseedor de una alta estima que le permite conquistar nuevos horizontes y fomentar convivencias sociales armoniosas. Si no lo hacemos, nos sumiremos en una ola de violencia mayor que la actual y veremos nuestra sociedad caerse a pedazos.

Conoce la historia, afirma la cultura y expresa la puertorriqueñidad.