La crisis del capitalismo se ha convertido en una crisis de gobernanza global

Política

(San Juan, 9:00 a.m.) Hay una palabra que describe perfectamente la situación internacional: CRISIS. Crisis por todos lados y en todos los aspectos de la realidad social: crisis económica profunda, crisis social gravísima, crisis ambiental creciente, crisis política, crisis cultural. Crisis que es tan generalizada que algunos la llaman: Crisis Civilizatoria CAPITALISTA.  

Esta crisis sistémica no es producida por la pandemia de la COVID-19, esta crisis ya estaba presente en 2019. Lo que la pandemia ha hecho es agravarla, profundizarla, hacerla más evidente y dramática. La pandemia ha desenmascarado todavía más la injusticia, la desigualdad, la discriminación y la explotación que padece la mayor parte de la humanidad bajo el actual sistema económico y político mundial.

Desde la desaparición de la Unión Soviética, hace treinta años, el sistema capitalista mundial encabezado por Estados Unidos de América empezó a hablar de un Nuevo Orden Mundial controlado por ellos. Sin embargo, ese “orden” nunca ha podido concretarse y el sueño de el “fin de la historia”, en que el capitalismo se habría impuesto como sistema, se ha convertido en pesadilla. 

Lo que prevalece en el mundo de la segunda década del siglo XXI es el desorden, el caos creciente y la incertidumbre, no hay estabilidad por ningún lado.  

La evidencia más clara del caos mundial se acaba de producir ante los ojos del mundo en Afganistán, país que ha sufrido 20 años de invasión y ocupación de parte del ejército más poderoso del mundo, que se ha gastado más de 2 billones de dólares en una guerra que produjo más de 100 mil muertos. ¿Cuál ha sido el resultado de tantos años de atrocidades y abusos de los derechos humanos por las tropas norteamericanas? No han terminado de retirarse y se derrumba como castillo de naipes el gobierno títere que habían dejado y vuelven al poder los Talibanes que supuestamente habían expulsado. 

El fracaso del “nuevo orden mundial” se videncia en la incapacidad de Estados Unidos de impedir el avance creciente de China como superpotencia económica, ni ha podido reducir a Rusia a potencia de segundo orden, como era su objetivo. Esa incapacidad de controlar el mundo ha dado alas a sectores aislacionistas respecto a la política internacional como el encabezado por Donald Trump. 

Tampoco el imperialismo norteamericano logra controlar América Latina, continente en el que, pese a las campañas de la derecha y sus maniobras apoyadas por la OEA y el Departamento de Estado, no han podido impedir movilizaciones revolucionarias populares, protagonizadas principalmente por la juventud, que cuestionan el orden establecido: en Colombia, en Chile, en Ecuador, en Brasil, en Honduras, Costa Rica, Panamá, Puerto Rico, hasta en Haití. Movilizaciones que han tenido su correlato político electoral en: la derrota del golpe de Estado en Bolivia y el retorno del gobierno del MAS; en el triunfo electoral de Pedro Castillo en Perú; en el triunfo de la Asamblea Constituyente en Chile de una mayoría de izquierda y por fuera de los partidos tradicionales, etc.  

Los gobiernos de ultraderecha, que han contado con respaldo incondicional de Estados Unidos, se tambalean producto de fuertes movilizaciones populares: Bolsonaro, en Brasil, es un ejemplo, con el agravante de que se desvanecieron la trama judicial contra Lula, abriendo su retorno a ruedo electoral, que puede ganar, según las encuestas. En Colombia, el gobierno de Durque-Uribe, se ha visto estremecido una insurrección popular que lo ha puesto en jaque, pese ala represión con su saldo de asesinatos. Poco a poco vuelven al poder gobiernos “progresistas”, que se creían derrotados, aunque con las limitaciones que ya señalaremos más adelante. 

No hay estabilidad política ni si quiera dentro de Estados Unidos. La crisis social interna se ha expresado en un creciente descontento que fue canalizado hace 5 años por Donald Trump, bajo una propuesta aislacionista, racista, y semi fascista. Pero fue derrotado en la calle y en las elecciones por la amplia movilización del “Black Lives Matter”, que se expresó a favor de Biden. Pero la crisis política se sostiene y la ultra derecha que intentó un golpe con el asalto al Congreso en enero se mantiene fuerte, con la ayuda de la incapacidad de los demócratas de romper con las políticas de Trump.   

Otra evidencia del desorden mundial es el caos climático creciente, graves sequías que producen incendios gigantescos en los bosques en algunas regiones y lluvias torrenciales en otras partes con graves inundaciones. Un grupo de expertos de Naciones Unidas acaba de volver a ratificar que se trata de un Cambio Climático producido por la civilización industrial capitalista. Pese a la gravedad de lo que pasa, los países industrializados son incapaces de cumplir sus compromisos pactados para controlar la producción de gases de efecto invernadero. Como diría Carlos Marx, prevalece la anarquía de la producción. 

Prueba fehaciente de la crisis social enorme producida por el capitalismo mundial, sumiendo a miles de millones de seres humanos en la miseria más absoluta y la desesperanza para la juventud, se expresa en las enormes OLAS MIGRATORIAS. Decenas de miles de personas desesperadas, con hijos a cuestas inclusive, salen a pie de sus países ante la imposibilidad de sobrevivir, y se dirigen a los países industrializados del norte. Miles salen de Oriente Medio y Asia, de África, de Sur y Centroamérica buscando la esperanza de una vida en esos países. En Panamá somos testigos de ese flujo migratorio creciente de personas desesperadas. ¿Qué respuestas tiene el sistema mundial para esa gente? Nada, solo represión y una miseria de “ayuda económica”, como lo prueba el fracaso del viaje de la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris a Centroamérica hace poco.  

La juventud del mundo carece de esperanza en el futuro, no solo en los mal llamados países subdesarrollados, sino también de los industrializados: no hay empleos y los que hay son mal pagados. Los salarios bajos impiden a los jóvenes de hoy pagarse un apartamento, un seguro social, ni una jubilación.  

La clase trabajadora está peor, ya venía muy afectada por la pérdida de derechos laborales con las reformas neoliberales de los últimos 40 años, ha visto empeorar su situación con la pandemia: se han suspendido millones de contratos de trabajo, se han liquidado las convenciones colectivas y los Códigos de Trabajo se han convertido en papel mojado. La alteración de las jornadas de trabajo y los recortes salariales son las normas desde 2020, para los afortunados que conservan su empleo. 

Las mujeres de todo el mundo, en especial las trabajadoras y pobres, constituyen el sector social más afectado por la crisis actual potenciada por la pandemia: ellas son las que han tenido que cargar con el peso de los cuidados de los enfermos en las familias; soportar la doble jornada laboral fuera y dentro del hogar; el peso de la violencia en todas sus manifestaciones, en particular la de género y sexual, la indiferencia y el maltrato de los funcionarios al momento de denunciar abusos de que han sido víctimas, etc. 

El problema más grave del mundo actual es que las alternativas al sistema capitalista también están en crisis y, contrario a lo que pasaba en épocas de la Unión Soviética, no parece haber en el mundo un modelo distinto al que mirar y por el cual luchar. La propaganda de los grandes medios de comunicación y de la intelectualidad académica insisten en afirmar que “el socialismo fracasó”, que las aspiraciones a un mundo sin opresión ni explotación no son más que utopías, “sueños de opio”.  

Con lo cual se profundiza la crisis ideológica, cultural y moral del mundo, porque la gente que renuncia a luchar por un mundo mejor se refugia en el individualismo, el cinismo y el “sálvese quien pueda”. 

Las protestas en Cuba, del 11 de julio pasado, no expresan el fracaso de la Revolución Cubana, como han querido presentar los medios de comunicación, sino que son el resultado del desespero popular respecto a la crisis de abastecimiento de alimentos y medicinas, la crisis económica, producto del bloqueo exacerbado por nuevas sanciones impuestas por el gobierno de Trump y sostenidas por el de Biden, la crisis del sector turístico por la pandemia, que es el motor de los ingresos del país, a lo que se puede agregar algunos errores imputables a la gestión del gobierno cubano. Pero, insistimos, el marco de fondo de la situación cubana es la crisis mundial también. 

Los límites de los gobiernos “progresistas”, sus fracasos e incapacidades también son producto de quedarse en los márgenes de un sistema capitalista con toda su lógica de explotación y desigualdad social. Las políticas sociales redistributivas que han aplicado no han tocado al gran capital, sino que se han basado en empréstitos o en financiarlas con los excedentes producidos por las exportaciones de materias primas.  

De manera que estamos en un momento de la historia humana en el que lo viejo, el sistema capitalista mundial padece una crisis terminal tremenda, con terribles consecuencias para sufrimiento de miles de millones de personas, pero es un mundo en el que aún no se avizora con claridad lo nuevo que debe de nacer para superar lo viejo y podrido. 

Como decía Antonio Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos".   

La nueva sociedad a la que aspiramos, el socialismo, será un mundo en el que se supere toda forma explotación de clase, o económica, que deje atrás cualquier manifestación de opresión y discriminación, donde en verdad llegue a imperar la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad entre todos los seres humanos del planeta. Cualquier régimen político que pretenda conculcar derechos humanos, no puede ser llamado socialista. Cualquier régimen que luche por ese “otro mundo posible” a lo más será una “transición al socialismo” que debemos aspirar. Renunciar a luchar por la utopía es caer en la desesperanza, el cinismo, la indiferencias y el individualismo.   

Como luchadores sociales y revolucionarios panameños, como marxistas y humanistas, sabemos que lo viejo no morirá por sí solo, ni lo nuevo no nacerá de la nada. Confiamos y luchamos para que la acción consciente de la juventud, la clase trabajadora, las mujeres, los indígenas, los excluidos, oprimidos y explotados deben organizarse para transformar la crisis civilizatoria en “otro mundo posible” y mejor. 

Frente al panorama actual en el país, se hace necesario articular movimiento social, realmente crítico, clasista y revolucionario dentro del espectro amplio, más allá de las contiendas electorales del 2024, que asuma un compromiso de cara a un programa de lucha para construir “otro Panamá posible”; sin perder de vista a largo plazo la también urgente necesidad de un partido de izquierdas, capaz de catalizar el descontento de quienes no se sienten identificados con los rancios partidos políticos de derecha enquistados en el vigente sistema de partidos antidemocrático en tanto que, no es plural en sus expresiones ideológicas.   

Para ello el Polo Ciudadano Panamá se plantea impulsar su solidaridad y relaciones fraternas con quienes deseen bregar por el surgimiento de una Nueva Izquierda, que esté dispuesta a un debate crítico necesario, que supere los vicios, límites y errores hasta ahora cometidos de la "Vieja Izquierda", que ha sido corresponsable de la debacle actual.