Dedicado a mi amiga Carmen León,
compañera de viajes
(San Juan, 10:00 a.m.) Cuando Amanda y Camila estuvieron en Estambul, en el 2016, prometieron que irían a un baño turco, porque los habían visto en las novelas. Al llegar al hotel, preguntaron si había piscina, pero le informaron que estaba en
reparación. Aun así, el empleado del mostrador les indicó que podían usar los
baños turcos, porque para los huéspedes, eran gratuitos. Las dos mujeres
llegaron al cuarto y no podían creer que estaban en Turquía. Con rapidez se
pusieron sus trajes de baño y bajaron al vestíbulo del hotel. Amanda, se colocó
por encima un pantalón corto y una camiseta. Camila, por el contrario, bajó en
traje de baño y un guardia del hotel le indicó, que tenía que cubrirse su cuerpo,
porque era época del Ramadán. Ni modo, un poco molesta, Camila subió a la
habitación a buscar una bata.
Los baños turcos son un tipo de sauna de vapor para relajarse y al mismo
tiempo, limpiar el cuerpo de impurezas. En sus orígenes eran públicos, pero
fueron cayendo en desuso, con la llegada del agua potable a los hogares. Desde
los tiempos romanos existían baños turcos públicos. Por eso, Amanda y Camila
se alegraron tanto al saber que podían usar un baño turco, donde pasarían de
un cuarto caliente, a uno más caliente, para acelerar el proceso de sudar. Luego,
se dirigirían a una piscina, jacuzzi o bañera de hidromasaje, para culminar con
un rico masaje de pies a cabeza. Las amigas pensaban que usarían en sus
cuerpos ricas fragancias, con olores a flores, aceites esenciales y que le
cepillarían el cuerpo con el kese un guante áspero para sacar las impurezas.
Comenzaron a buscar los baños turcos, pero no los encontraban, porque los
rótulos no estaban escritos en inglés. Camila miró para una esquina y en el
centro, cerca de una tienda de regalos, aparecieron los dichosos baños que
parecían dos piletas para lavar ropa. Se metieron al agua para refrescarse pues
el calor era insoportable. Sin embargo, no podían nadar porque los baños eran
muy pequeños. Se reían a carcajadas, hasta que notaron que el agua empezó a
subir de nivel y salía de las piletas. Asustadas no sabían qué hacer y buscaron
toallas para colocarlas en el piso, porque el charco de agua era inmenso.
Volvieron a meterse al baño turco, hasta que el mismo guardia que le dijo a
Camila que se cubriera, les comentó que esos no eran baños turcos: “Es una
fuente de agua en forma de dos largas piletas” — explicó el hombre. Además,
malhumorado, les reclamó que el agua salía a borbotones y mojaba los pasillos,
que conducían al salón de estilismo. Las amigas se retiraron al cuarto después
del desmadre que hicieron. Se reían y en los pasillos los empleados las miraban
como dos aves raras.
Deseo aclarar que, a Camila, le impactaron los mosaicos, azulejos y las losas
que adornaban las dos piletas que ella y Amanda, confundieron con baños
turcos. También le atrajo la decoración de las mezquitas y le dijo a su amiga
que, en algún momento, arreglaría su baño y lo convertiría en uno turco. Un
día, de camino a Cidra, por la autopista #52, a Camila le llamó la atención un
anuncio que decía Tío Flor Baños Turcos. Retrató el anuncio y marcó el
número telefónico, para sacar una cita, y poder ir al lugar para ver los
diferentes tipos de losas que tenían. El hombre que contestó del otro lado del
auricular se quedó callado, mientras Camila le preguntaba qué tipos de diseños
turcos tenían. Además, le cuestionó si fabricaban baños turcos, porque iba a
remodelar el servicio sanitario de su habitación. Fue entonces cuando el
empleado le mencionó: “señora usted está confundida nosotros no fabricamos baños
turcos.” A lo que Camila contestó, pero si el anuncio dice baños turcos y añadió
¿tienen o no baños turcos en su local? El individuo cortésmente indicó que sí y
Camila le aclaró: “pues voy a pasar ahora mismo por la tienda para verlos.” El
empleado se dio cuenta que la mujer no sabía que ellos no vendían mosaicos,
azulejos, ni losetas, mucho menos que fabricaban baños turcos. Fue ahí que el
hombre, con mucho respeto, le dijo señora: “nosotros en Tío Flor vendemos amor
porque es un motel boutique.” Camila, atónita, llamó a su amiga Amanda riéndose
estruendosamente y le comentó: “que mala suerte tengo con los baños turcos.”