La oscuridad de la montaña

Cultura

(San Juan, 10:00 a.m.) La lluvia y la oscuridad de la montaña me deprimen, porque soy un ser de luz. Amo los rayos del sol rosándome la piel. Adoro las mañanas, en que el astro solar me recibe alegre, porque me llena de energía. Según los médicos, la luz de esa estrella alrededor de la cual gira la tierra, tiene que ver directamente con los estados emocionales de nosotros los mortales. Sé que la precipitación acuosa que cae en forma de gotas, es necesaria para poder vivir, pero lo poco molesta y lo mucho enfada.
En la naturaleza tiene que haber un balance, porque los excesos para mí son extenuantes. Cuando veo en las noticias, la llegada de los monzones provocando lluvias torrenciales que arrasan con todo a su paso, introspectivamente me digo que no podría soportarlos. Por otra parte, no me imagino viviendo en un país nórdico, donde los días fueran más cortos y las noches más largas.
Precisamente, esa fue una de las razones para regresar a la Isla del Encanto. La luz solar hace que mi sistema produzca más serotonina y como resultado, eso me provoca más alegría. Descubrí que sufro del trastorno afectivo estacional, y aunque el otoño me encanta, por sus matices rojos, amarillos y anaranjados intensos, cuando la luz del sol empieza a caer más temprano, me siento como un animal hibernando. La primera vez que expresé que la lluvia no me gustaba, hubo personas que se quedaron sorprendidas. Tuve que aclararles que no me agradaba, cuando el dios del trueno y el relámpago, decidían que, en la montaña, llovería a diario. Por esos cambios anímicos, tuve que buscar ayuda médica, para comprender que el sol y yo éramos uno solo. Los seres humanos, las plantas y los árboles necesitamos del agua para vivir, pero en exceso, llega a cansar.
Es ahí cuando caigo en la tristeza, que me hace sentir que estoy en un pozo profundo, del que no hay salida. Sin embargo, cuando al otro día me encuentro con mi amigo el sol, calentando mi cuerpo con sus rayos brillantes, sé que me ha devuelto la vida.