Cuando un amigo decide irse: nos volveremos a ver, Norberto González

Política

[Nota Editorial: Palabras vertidas en ocasión del acto fúnebre en la rotonda de la torre de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras, el 13 de octubre de 2021.]

(San Juan, 1:00 p.m.) El pasado lunes, a eso de las 11:30am recibí una llamada de otro querido González, Arnaldo. Propietario de otra de las librerías en la Calle de los Libros de Río Piedras.  No lo comprendía, pero entre murmullos ininteligibles, producto de anestesia que había recibido del dentista, escuché Norberto. Acto seguido le pregunté, ¿cómo está Norberto?, y luego de mucho esfuerzo, simplemente dijo: se murió. En ese momento el tiempo se detuvo.

Norberto González, el ícono del mundo de las librerías en Puerto Rico, murió a eso de las 11am de la mañana del pasado lunes 11 de octubre de 2021. A su muerte, tenía 70 años. 

Al enterarme, de forma inmediata llamé a Ana González, la hermana y contadora de las empresas Norberto González. Ella me respondió, diciéndome: “acaba de morirse”.  A partir de ese momento, mi sensación de explosión, como una ola rompiendo en las piedras de una playa, fue igual. Norberto para mí no era cualquier persona; fue un ilustre boricua, un Patriota, que se dedicó a vender libros. Como un buen jíbaro aguzado, lo hizo a partir de la sabiduría que la experiencia nos enseña. 

Por eso, cuando, a raíz de las llamadas que recibí a la 1pm de Sandra Rodríguez Cotto, y luego a la 1:30pm de Iris Miranda, el pasado lunes, ambas escritoras nacionales, no titubeé de hacer lo que tenía que hacer: ponerme a la disposición de la familia González y organizar una merecida despedida terrenal, a ese jíbaro del libro, librero de corazón, pero, más que nada, un emprendedor y empresario de primer orden.

Por lo tanto, cuando llamé al Rector de Río Piedras,  el Dr. Luis Ferrao al mediodía de ayer, quedando la histórica librería Norberto González a pasos del principal recinto universitario de Puerto Rico, la IUPI, ambos coincidimos; el evento es de nivel 1 de protocolo. 

Ante esto, hoy estamos aquí. En este histórico precinto, la rotonda de la Torre de la UIPI, donde tantas luchas se han dado por la bandera, por Antonia, por la igualdad, por los baños unisex, por la promoción del lenguaje de señas para todos los miembros de la comunidad universitaria; pero hoy venimos por algo tan hermoso y legítimo: valorar el libro, la palabra escrita impresa en color negro sobre una hoja blanca o color crema.

A eso dedicó gran parte de su vida nuestro querido Norberto González: a promover el libro, la palabra impresa de tantas y tantos escritores y escritoras boricuas que confiaron en él.  Algunos fueron publicados por Publicaciones Gaviota, y otros como este servidor, fueron distribuidos y vendidos por Norberto González.  A nombre de todos los que confiamos en la palabra escrita, le damos las gracias públicamente a Norberto González.

Pero debo matizar algo, cuando he dicho que Norberto González, nacido en Cayey y criado en Cidra, habiendo estudiando plomería en la escuela vocacional Benjamín Harrison, salió a ver el mundo, inició sus quehaceres laborales en la antigua librería de la UPR, recinto de Cayey. Allí todo comenzó, en la UPR. Por lo tanto, y luego de laborar para varias editoriales nacionales, terminó siendo el gerente general de la Editorial Cultural, hasta que en el 1993 a 1994, fundó Librería Norberto González.

El resto, a partir de ese momento, y por espacio de casi 30 años, Norberto González nos escuchó a todas y todos nosotros, en la faena del libro, impulsar nuestros sueños, y también ayudar a realizar los mismos. Por eso le damos las gracias.

Pero también le damos las gracias porque propuso conceptos innovadores para la industria del libro en Puerto Rico, que solo se pueden entender a partir de su razón y sensibilidad para entender cómo el mercado opera.  No es un equívoco que Norberto González comprara vastas cantidades de libros viejos a .25 centavos el ejemplar,  decomisados, para luego venderlos a un justo valor.  “Si me toma 10 años venderlos, los vendo, pero recupero mi inversión”. 

Por otro lado, fue pionero en sistematizar los envíos de libros a publicarse en Colombia, puestos en la puerta de la librería en San Juan, por precios infinitamente económicos.  Tambien Norberto le compraba los libros a los autores y los pagaba de forma inmediata. Y más que nada, promovió el manejo del precio de los libros, no por el valor de costo, sino por el valor de la demanda.  “A veces se gana a veces se pierde, pero tengo muchos libros que se van vendiendo”. 

Finalmente, su incursión patriótica de abrir una nueva librería en el principal centro comercial del país, luego de que todas las nacionales y americanas se habían ido, es por decir lo mínimo un acto de valentía, a lo Agueybana II. Todas estas prácticas librescas, y muchas más merecen ser estudiadas como un modelo de emprendimiento y empresarismo para la industria del libro, que como la de la música salsa, todos dicen que se está muriendo, pero personas como Norberto González nos demuestran todo lo contrario.

Finalmente, celebro lo que todos y todas han celebrado de Norberto González: su sonrisa solidaria.  Nunca se dejó de reír.  En mi caso, tengo cientos de anécdotas de venir aquí buscando un consejo de cómo hacer un libro y toparme con una sonrisa con un chiste, con una “poca vergüenza” a lo Norberto.

De mi parte, esta muerte me pegó muy duro.  El día que lo internaron, habíamos estado aquí haciendo chistes.  En los últimos meses, Norberto se había dedicado a “disciplinarme”. Es decir, a ponerle orden a mi atolondramiento continuo cuando entraba a su librería y luego pasaba sin pedir permiso a la oficina.  Me pedía que esperara afuera y que él me autorizaría a entrar.  Me río, pues pacientemente esperé.

Hoy me despido y a nombre personal, así como de todas y todos los que escribimos libros, artículos, mensajes en las redes sociales; también a nombre de todos y todas los estudiantes escolares, universitarios y de sus padres y madres que en muchos casos también se hicieron amigos de Norberto González, te decimos que vayas en paz, que tu misión, la primera parte, la has cumplido. Ahora viene la segunda parte, una en la cual, nosotros y nosotras inspirados en tu trabajo, defendamos tu obra, apoyemos a la gente a leer y escribir libros, y sobre todas las cosas apoyar a la industria de libro. 

En fin, gracias, hermano, gracias.