El sepelio de Norberto González (1951-2021)

Cultura

“Hoy llevan los restos de Norberto González /a su última morada./Y todavía no salgo de la conmoción.”

Comencé el día con la solemnidad que requiere el saber que debo irme a despedir de un ser noble, emprendedor de sueños, hombre de una gran familia, así como de la familia literaria del país, pero sobre todo un ser humano que irradiaba la más maravillosa luz, la de su humildad. Le compuse unos versos sencillos para darme el valor necesario.

A casi una semana de su deceso, me hallaba en negación, sentía que había muerto otro cacique de mi familia, pero era algo más. Norberto González, sin saberlo, era un ícono de lo que la buena voluntad humana y empresarial significaba. ¿Una mente autotransformadora con una misión cumplida?

Tras habérsele dado todos los honores posibles que su  gesta terrenal merecía, llegaba el momento de llevar sus restos mortales a su pueblo de Cidra. Allí es que quiero estar, me dije.  Para llegar sin perderme, la administradora de la funeraria, muy amablemente, me dio las indicaciones. En la entrada principal, para recibir a todos, estaba Ana, la hermana fiel de Norberto, dando abrazos y consuelo a todo el que llegaba. Reconocí a muchos de los empleados, que en su gran mayoría eran su familia. Sí, porque Norberto González era un hombre de su familia primero. Todos vestían de negro y llevaban en sus rostros esa mirada de cristal del que mucho ha llorado. Todos eran una gran familia allí. Al entrar a su sala, me acerqué al féretro y presenté mis respetos en una oración por él. Lloré por la pérdida de su presencia y gesta tanto por los suyos como por la cultura que perdía, a lo que llamo, el prócer de la gesta del libro. Sé que a él no le gustaría que lo llamaran así, ni que le dieran su nombre a nada, pero aunque no lo supiera, él, Norberto González, se convertía un modelo a seguir en muchos planos: como hombre de familia por su sincera y devota disposición para ayudar a los suyos y hasta a dar su vida a cambio, como relatara una de sus hijas en el velorio; y, como negociante, como me comentara su hijo menor, por su fe en el mercado del libro y en los autores del patio, publicaran o no con su sello, Publicaciones Gaviota. En fin, que como si hiciera una fusión de ambos planos, su apalabrada amabilidad y sapiencia de librero siempre brillaban en su sonrisa paternal y cálida. A mí me recordaba siempre al personaje del librero de La historia sin fin, de Michael Ende. Sin duda Norberto González conocía el poder transformador del libro y a ello dedicó su vivir. ¡Cuántas veces no fuimos buscando un libro especial y él siempre sabía dónde estaba, a pesar del mar cuasi infinito de libros que hay en sus librerías!

La gente que habita el mundo del libro puertorriqueño lo recordaremos por siempre. Llegada la hora de la partida al campo santo, una tumba cocos, servicio de la funeraria, comenzó a tocar sus canciones favoritas, como en todo entierro de pueblo donde se toca música de boleros a música jíbara.

De los sueños que tenía por realizar y que me comentó en la última conversación que tuvimos en Librería Norberto González, le susurré arrodillada en mi oración: “...espero que todos puedan concretarse”.

Y hoy me despido de él con este fragmento de su poema: “…y pienso, que todos deberían vestirse/de papel con letras en su honor/y pienso en una gran corona de flores/de origami hecha con todos sus libros/para decirle hasta luego/al hombre de su familia/y de la nuestra”.

Descanse en paz, Norberto González (1951-2021).