King Kong en Ciudadella

Voces Emergentes

Pasó frente a mí como un celaje, una saeta difusa, una sombra sin contornos. Paseaba a mis perros, quienes no se percataron del inusitado transeúnte matutino. La gente comenzó a gritar: “Es un monstro… ¡Corran, llegaron los extraterrestres!... ¡El diablo anda suelto!”. Pero, nada más lejos de la realidad: era un mono, un orangután, un gorila o un chimpancé, en fin, y para no fallar en la clasificación debido a mis pocas dotes taxonómicas, un primate. Me desconcertó pensar en la posibilidad de que un monito anduviera suelto por los predios de Santurce.

     Si bien es cierto que en el vecindario tenemos toda clase de perros, gatos, cotorras, periquitos y otro grupo nutrido de animales (domésticos y realengos), la presencia del primate nos perturbó. Yo solo pensaba en el pobre animal asustado que trataba de salir del conglomerado de concreto, hamburguesas caras, cafés sofisticados, banqueros, ambulantes y hípsteres arrogantes. Imaginaba el miedo, la sed y el hambre que sentiría un animal que, evidentemente, ha sido extraído de su hábitat natural y catapultado en un mundo de personas inconscientes que los ven como un objeto.

           ¿Cómo llegó este mono aquí? ¿Será parte de la colección exótica de un millonario excéntrico de los que se han beneficiado de la Ley 22? ¿Lo habrá usado la mafia con nefastos propósitos? ¿Le habrán puesto drogas en el estómago? Estas son solo algunas de las preguntas que rebotan en mi mente. Independientemente de todas mis elucubraciones, es un inocente cuya libertad se ha vulnerado por la falta de escrúpulos de algún inconsciente.

           El “mono” se ha instalado en un árbol frente a un condominio de ladrillo. Le han puesto una jaula con frutas y agua. Ha bajado algunos metros, pronto colapsará víctima de la deshidratación. Mientras, la gente le saca fotos, lo llama como si fuera una gallina y se persigna frente a la bestia malévola que ha alterado la cotidianidad del barrio pobre maquillado de sector turístico.

           Me queda el sabor amargo de ver que en un país en el que se menosprecia la vejez (de los humanos y los carros) no tengamos los recursos para ayudar a esta criatura. Esta selva en la que vivimos es demasiado inhóspita para la inocencia, demasiado…