Recordando los años 80 y lo mucho que me quería Pepe

Crítica literaria
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Ya para principios de los años 80, a mis tiernos 20 años, estaba cansado de tanta inestabilidad en mi vida. Había estado de institución juvenil en institución juvenil. Además de estar hospedándome en distintas apartamentos de hombres mayores, cuyo único interés era usarme sexualmente.

En Nueva York estaban arrasando las drogas y se hablaba de un virus canceroso que se transmitía sexualmente. Con esos 20 añitos y un pasaje de ida, recuerdo haber venido a Puerto Rico con mi amiga puertorriqueña Aída Ruiz.

San Juan era una meca gay en los 80 y me encontré con situaciones similares a las que le estaba huyendo. Terminé en la casa de mi abuela en Río Piedras y fuera del clóset. Mi estilo de vida contrastaba con el de todo el mundo a mi alrededor.

Recuerdo que una mañana me puse mis bermudas color turquesa, mi tank top estrambótica, mis jelly sandals y mi bolso fiorucci. Llegué al Atlantic Beach en la legendaria Vendig en Condado. Y allí conocí a un cubano asistente de vuelos que visitaba a un amigo boliviano que vivía en Puerto Rico.

El cubano me invitó esa noche a una fiesta en la casa de Paco, el dueño de la discoteca Bachelor, en el Miramar Plaza. A esa fiesta también llegó su amigo el boliviano. Había muchos hombres mayores en ese party. Todos profesionales y de clase privilegiada.

Después de un buen rato de charla, bebida y comida, nos fuimos los tres para el apartamento del boliviano. Pepe trabajaba para la línea aérea Lufthansa, y por esa razón su casa siempre estaba llena de visitantes alemanes. Esa noche no era una excepción.

Así que, con la falta de camas, terminé durmiendo en el medio del cubano y Pepe. Mientras el cubano dormía, Pepe y yo nos pasamos la noche acariciándonos sin hacer nada para despertarlo.

Al día siguiente, el cubano regresó a Florida y yo me quedé con Pepe. Al punto de que me vine a dar cuenta de que estábamos en una relación meses después. Ahí comenzó la aventura más increíble de mi vida.

Pepe era mucho mayor que yo. Venía de la alta sociedad boliviana. Su padre fue militar de mucho prestigio, y su madre era una mujer engreída que toda su vida vivió como si fuera de la aristocracia boliviana.

El apellido de Pepe era González-Quint. Y para las personas de la alta sociedad en Bolivia eso se traducía a la creme de la creme. Pero el Pepito siempre fue unos de los seres más humildes que he conocido en mi vida.

A pesar de hablar 8 idiomas, haber viajado el mundo desde temprano, tener una colección de arte precolombino de siete pares de cojones, una mega colección de música, cocinar como los dioses, coser un vestido de cualquier periodo, hacer muebles y chichar cabrón!!!…

En fin, Pepe era extraterrestre. Pensaba yo. Pepe no reconocía nada de eso. Era muy bueno y complaciente, hacía todo lo posible para satisfacer a los demás. Yo, sin embargo, venía de escasos recursos, criado en un ambiente hostil y siempre a la defensiva. Aun así, entiendo que yo le di lo que le faltaba y él me daba lo que me hacía falta.

Su madre era una mujer manipuladora y controladora. Esther hizo con él lo que le dio la gana. Al punto de que no había salido del clóset hasta conocerme. La madre de Pepe era racista y nunca entendió qué hacía su hijo con ese hombre negro, joven y bastante crudo. Curiosamente, terminamos hasta jugando juegos de mesa en cordial cotidianidad.

Pepe había estado casado con una alemana llamada Gretchen. Ese matrimonio no duró ni un año, y sólo fue por satisfacer los caprichos de su madre. Se divorciaron pero mantuvieron una buena amistad. Ella se casó luego con Lincoln, un peruano. Qué gente más buena y decente eran esos dos.

Recuerdo que regresé a Nueva York y me fueron a buscar al Bronx. Me llevaron a su apartamento y me convencieron de que regresara a Puerto Rico. Pepe la estaba pasando mal sin mí, al igual que yo. Yo era joven e inseguro, y por esa razón tuvimos situaciones bien difíciles. Pero a la larga, prevaleció el amor.

Nunca olvidaré que en uno de esos viajes caprichosos de Bolivia a San Juan, su madre llegó con una amiga muy distinguida llamada Fanny. La mujer tenía un look a lo Jackie O, gafas grandes a lo Chanel, moño tipo french twist y trajes de sastre hechos a la medida. Muy guapa y elegante era la Fanny.

Ese día fuimos a buscarlas al aeropuerto y noté que su madre me trató como si yo fuera el servicio. Había como 8 maletas, todas llenas de encargos, y pesaban con cojones. De inmediato, Esther empezó a ordenarme que recogiera las maletas. Pepe se encabronó e inmediatamente llamó a un maletero.

Cuando llegamos a la casa, el Pepe –que había estado trabajando todo el día– se metió inmediatamente al baño. Mientras se bañaba, la madre empezó a asignar los cuartos y dijo: “Fanny y yo vamos a dormir en el máster, Pepe en el guest y usted en el cuarto de música”.

De repente, se abrió la puerta del cuarto con tremenda fuerza. Pepe entró –tapándose con una toalla y chorreando agua– y con voz de enojado le dijo: “Usted duerme con Fanny en el guest room y él, como de costumbre, duerme conmigo en el máster porque esta es nuestra casa!!! Ahí fue que empecé a darme cuenta lo mucho que me quería Pepe.""