A la defensiva detrás del volante

Caribe Imaginado

Asegurarse de que las gomas estén llenas, que tengamos suficiente gasolina, que los aceites estén limpios y en su nivel óptimo, son cosas que siempre hacemos con el auto, pero también nos debemos preparar nosotros antes de tomar el control del volante y pensar que lo que tenemos en las manos es también la vida y seguridad de los demás.

Las primeras lecciones las recibí muy temprano en la vida. Creo que porque mi padre veía cómo jugábamos mi hermana y yo con los Matchbox de mi hermano a las pistas de carreras . Ese día mi padre me sentó con la ayuda de dos guías telefónicas en una F-100, mientras mi madre le decía que no lo hiciera que si algo me pasaba, lo iba a matar, etc. Ya saben cómo son las madres con sus hijas. Por cierto, ese modelo de guagua tenía doble freno. Estaba emocionada. Pronto aprendería a manejar. Y entonces comenzó el sermón de los hotwheels en boca de mi padre-moisés. Estar detrás de un volante, es una responsabilidad enorme que no es un juego de carritos, por ahí empezó. Un auto es un tanque de guerra, una máquina asesina que puede lastimar o matar con mucha facilidad a todos los seres vivos con los que choque. Esa fue mi primera lección (aterradora) para aprender a manejar. La segunda, fue: Nunca te montes en un auto si no sabes a dónde vas a llegar, ten muy claro tu destino. La tercera y más importante: Manejar en un estado físico que no te permita estar a la defensiva en la carretera o enojado o triste, es igual a aumentar las posibilidades de un accidente de tránsito. Y como la nena de papá fuera responsable de uno, yo sola pagaría las consecuencias. Sí, tuve la clase de padre que dice estas cosas. Menos mal, que gracias a sus enseñanzas nunca he estado en la difícil situación de haber provocado un accidente de tránsito, aunque sí me han chocado borrachos y gente que no miraba por donde andaba a plena luz del día. Por esto prefiero guiar en la noche, hay menos carros y siempre que no esté lloviendo, pues las carreteras están en un estado deplorable en San Juan hace años. Primero, la culpa era de Yulín, decía mi padre, que no embreó las carreteras, pero ya van dos años de Romero y ya creo que el nombre de mi calle debería tener un apellido que le deje saber a los visitantes que tienen que elegir bien en cuál boquete caer porque ya son demasiados; porque eso de vivir en una calle cuyo nombre sea La Mancha …de los Cráteres, no es lo que era, o ¿sí?, Don Quijote en motora.

Bromas aparte, me preocupa el estado mental que la pandemia ha traído a nuestras vidas Lo veo reflejado en el hablar de las personas, en la tristeza de su mirada, en el hace tiempo que no abrazo a los míos, en la pregunta de si esto va a seguir y por cuánto tiempo más. Tal vez convenga que nos desconectemos de los medios de comunicación sensacionalistas, del celular y sus apps, y de las malas noticias por un rato, por lo menos mientras estemos detrás del volante.

Recuerdo a mi padre y sus lecciones, porque, en menos de una semana y a plena luz del día, dos conductores con su mente en la luna de Babia, han echado su carro una y su guagua el otro en mi vía de paso, sí, queriendo sin querer queriendo romper la ley de la impenetrabilidad de las masas en movimiento, y obligándome a invadir en cuestión de segundos el carril de al lado, que menos mal, en ambas ocasiones, estaba vacío. Alerta, mi gente, alerta en la carretera que con el covid ya es suficiente.