La caída de las estatuas [¿cuál historia queremos privilegiar?]

Justicia Social

(San Juan, 10:00 a.m.) La historia la escriben los vencedores. Es un adagio muy conocido. Y como vencedores contaron los acontecimientos desde una perspectiva heroica y ejemplar. Recuerdan a sus conquistadores gallardos, valientes, justos y bondadosos. Pero además, el vencido no sólo lo recuerdan como el malvado ,el cruel, o el bárbaro adversario, sino también cómo pueblos carentes de su propia historia ,de su cultura y de sus sentimientos. Desaparecen al vencido en cierta manera, porque la historia oficial sólo lo presenta en pequeñas pinceladas a través de la niebla.

En adelante la historia del vencedor reproduce por generaciones la idea sublime del conquistador, crece y los niños aprenden de sus aventuras, y sueñan con ser como ellos cuando crezcan; se convierten en un ideal en un modelo a seguir. Son los héroes de nuestra niñez.

Los tiempos, sin embargo, cambian; los paradigmas se confrontan y cuestionan. La información crece y se democratiza y con ella la sabiduría. La gente comienza a discernir, se hace iconoclasta, duda, cuestiona, investiga, analiza hasta darse cuenta por fin, de que la historia contiene más texto y contexto del que le pretenden inculcar. De pronto, como si una habitación en penumbra se ilumina repentinamente con los rayos del amanecer, se da cuenta del vacío redundante entre los hechos y del grito estremecedor de las voces que fueron calladas.

La revisión de la historia se torna un deber de reivindicación

¿Qué hacemos con los símbolos cuya presencia reafirma el romanticismo de la historia oficial?  Esos símbolos de devoción de peregrinación y supuesta reflexión heroica,  pero, sobre todo, de socialización ideológica, que nos dicen, por ejemplo, la estatua de Juan Ponce de León, recién destruida y reconstruida en la plaza San José del Viejo San Juan.

Ha estado allí por más de un siglo para recordarnos que es noble y correcto llegar a otras tierras y tomar por la fuerza, si es necesario, su tierra, su gente, su riqueza y su alma. Que tendrás una estatua como excelso reconocimiento por hacerle la guerra a quienes nada te hicieron, esclavizarlos y torturarlos hasta provocar su exterminio, o casi… Por supuesto, la historia oficial no lo presenta así, sino como el conquistador valiente y piadoso, mientras de paso justifica tales acciones porque eran otros tiempos.

Pero también hay otra manera de ver las cosas. También nos podemos parar frente ella, a la estatua, junto a nuestros párvulos para enseñarles que nuestras aspiraciones como seres humanos es procurar que nunca se repita la injusticia protagonizada por ese hombre; que aún hoy se saquean pueblos, se manipula la historia, se invisibilizan las víctimas a través del mundo, y que existen los imperios igual o peor de crueles.

Es hora de continuar bajando las estatuas de los opresores y derribarlas, pero sobre todo, de derribar las estatuas psicológicas, aquellas inculcadas en nuestra mente por la violencia colonial de tantos siglos, ya sea que la estatua está hecha añicos en el piso, o ya sea montado otra vez en su infame pedestal, la misión de todas y todos nosotros debe ser la misma: recordar la ignominia de los tiranos pasados y presentes para reivindicar las almas olvidadas, y, al final, aprender para evitar que nunca más un pueblo levante estatuas de conquistadores.

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