En las letras, desde Puerto Rico: sencillas reflexiones acerca del cuento

Cine caribe

Por razones existenciales mis primeros tres libros están en curso. Atrás he dejado mi acostumbrada reserva, silencio editorial impuesto por años, ante las condiciones imperantes en la industria del libro boricua. Ya circula Universos, libro de microcuentos bajo el sello de Isla Negra Editores. Y pronto hará lo propio un poemario antológico titulado “Testamento”. Un tercer libro espera pacientemente su turno: “Catarsis de maletas”, una colección de cuentos.

Recientemente conversé con el periodista Rafael Josué Vega, en el programa Piedra, Papel y Tijera, acerca del amplio universo narrativo. En la tertulia comparamos el proceso creativo en diferentes modalidades. Nos ocupamos de la intensidad, el guiño de complicidad entre autor y lector en la mini-ficción, y la elaboración de trama y personajes en el género del cuento. Quiero, sin embargo, complementar esas reflexiones en las ondas radiales compartiendo en Página 0 la introducción de “Catarsis de maletas”. Dedico estas sencillas reflexiones a los estudiantes y lectores que sienten el mismo entusiasmo que yo por el arte de contar historias.

Por qué doce y por qué 20

Catarsis de maletas está integrado por doce cuentos realizados en un periodo de veinte años. En realidad se trata de una antología que reúne narraciones de la serie inédita Fragmentos del mosaico humano volumen 1, volumen 2, volumen 3, así como del libro Catania y algunas piezas sueltas.

Escribir cuentos no es un reto menor. Incluso, a mi parecer, es más difícil hacer un excelente libro de cuentos que una buena novela. Dato que con el paso de los años he confirmado. Lo que comenzó en 1991, en un curso titulado Teoría y práctica narrativa con Emilio Díaz Valcárcel, dio paso a una pasión desmedida por el género. En aquel tiempo de lo único que yo podía alardear era de ser lector de novelistas como Tolstoi o Laguerre, y si acaso un imberbe aprendiz de poeta. Pero después de aquel semestre prácticamente puse en pausa el ejercicio cotidiano de la metáfora y el verso. Irremediablemente me sumergí de lleno en el universo de la narrativa corta.

Comencé entonces a devorar la obra de los maestros del género: Quiroga, Borges, Maupassant, Gordimer. Cada día, además, me daba a la tarea placentera de leer un cuento realizado por un escritor puertorriqueño. La colección de libros de cuentos boricuas que hoy tengo de lado a lado en mi biblioteca se debe particularmente a esos años de formación. Paralelo a eso vino el nacimiento de la revista Taller Literario, en la que un puñado de cuenteros nos encontramos en una amplia mesa redonda. A veinte años, ya los nombres son más que conocidos: Antonio Aguado Charneco,  Ángelo Negrón, Amílcar Cintrón Aguilú, Juan Carlos Fred Alvira, Rodrigo López Chávez, Joel Villanueva, Nilda Soto Méndez. Y gracias a la rúbrica de pertenecer al grupo gestor de la publicación se nos unieron otros narradores de gran calibre como Camilo Santiago, Bruno Soreno, José Manuel Solá o Emmanuel Bravo. La dinámica circular generó una consecuente actividad que dinamizó el género. Y la lectura mutua dejó profundas huellas en el perfil creativo personal.

Y con el “intercambio de prisioneros” de unos “tecatos de la literatura”, como diría el bien nombrado Ni-Yamoká Charneco, surgirían diversos talleres de creación literaria y artística que complementarían y enriquecerían el proceso. Por tales acontecimientos pude conocer de primera mano autores-mentores de la talla de Luis López Nieves, Edgardo Sanabria Santaliz, Magali García Ramis, y más tarde el propio Amílcar Cintrón fue ensayando con nosotros las diferentes mutaciones de su taller El Barco de Tinta China, que hoy día es incluso una pequeña editorial. Después, y a través de Vilma Bayrón y su Proyecto para el fomento del quehacer literario, recibí valiosas lecciones de Carmen Lugo Filippi, autora del canónico libro Los cuentistas y el cuento, así como de la novelista y poeta Marithelma Costa con su amplio registro creativo. También fueron importantes los seminarios o cursos creativos con Enrique Pineda Barnet, Coqui Santaliz, Iván Thays, Ricardo Chávez Castañeda y Sergio Ramírez.

Pero todo eso (la mesa amplia de la revista, las lecturas propias, los talleres creativos, incluso mi formación como comunicador y periodista cultural) no sería absolutamente nada sin la lección que la propia vida ofrece al cuentero, al escritor. Hay que vivir con los cinco sentidos en su máxima expresión para experimentar lo que es observar, escuchar, oler, tocar y degustar. Y claro, para hacer alquimia de todas esas vivencias no puede faltar como elemento importante la intuición. Brújula necesaria para calibrar de forma adecuada el talento; vía imprescindible para llegar a un estilo propio que se precie de cincelar con excelencia las piedras o metales inherentes al género.

Queda por decir que muchos cuentos realizados durante estos cuatro lustros, y que no figuran aquí, bien pudieron formar parte de la selección. Catarsis de maletas no es otra cosa que una muestra de mi formación como narrador. El cuento más longevo en estas páginas se titula Frente, realizado en 1992, y la pieza de más reciente creación, (con su versión actual finalizada hace unos meses) es el cuento que da nombre a esta colección.

No pretendo que nadie siga el curso de formación creativa que me ha tocado, pero puntualizo que ser escritor es algo serio. Va más allá del turismo literario que, en ocasiones, nos quieren vender. Crear conlleva, hasta cierto punto, un modo de vida que no se puede tomar a la ligera; como si para Ser (o para serlo) no se necesitara disciplina, concentración y tiempo. Hablo de un oficio intenso en el que infinidad de factores contribuyen para ejercerlo como es debido. Quizás, por ser consciente de lo que implica lo anterior este libro tuvo que esperar veinte años para poder llegar a sus manos.