Para entender una derrota

Política

Luego de un sorpresivo descalabro, al asombro sigue la confusión. Para aquellos a quienes el estupor no abotagó su entendimiento, la primera reacción puede ser diversa. Refiriéndome a la política, una derrota electoral es el suceso que mejor prueba el metal del candidato. No es extraño ver a los débiles irrumpir en llanto ante las cámaras o eludir a las masas saliendo por atrás. Pero los fuertes logran tornar en poesía estos vuelcos del camino. Para estos la adversidad es un evento más del devenir. Se trata de una broma existencial que no permite culpar al pueblo o insultar al aliado.

Una mueca en el espejo, sigue siendo nuestro rostro. Sufrir con modestia un revés es comenzar a elaborar una victoria. Superar sus estragos con dignidad, es lo que separa al cautivo del dueño de su destino. Esta entereza pasa por dominar las formas más primitivas del pensamiento. Requiere interrogarnos internamente de verdad, sin temor a enfrentar nuestras más genuinas carencias.

El primer paso hacia ese objetivo requiere la comprensión de lo ocurrido. Las derrotas políticas se dan siempre en el seno de una tradición que es necesario contrastar. Una vez hecho este ejercicio, esos límites no deben ser entendidos como invariables. Dentro de sus confines, en cada acontecimiento político, se desarrollan conflictos únicos que le imprimen su propia dinámica. Para identificarlos, ninguna herramienta intelectual sustituye al diálogo. Especialmente con personas más allá del entorno inmediato. La diversidad de opiniones ayuda mejor a elucidar los sucesos. Después de todo, una campaña política no es más que una realización cultural. Una prueba de la capacidad semiótica de un ser humano para cautivar votos en un razonamiento compartido

Un candidato y su equipo no tienen mayor control sobre la interpretación de sus acciones. Tienen expectativas, no certezas. Incluso las respuestas durante sus apariciones públicas pueden ser equívocas. Nadie sabe que hay en lo íntimo de los demás. Es difícil predecir la veleidosa sabiduría de las masas. Algunos consideran que los protagonistas de un revés político están impedidos de conocer sus razones. Pero en realidad, las derrotas están precedidas de señales que no comprendemos hasta muy tarde. Leer los signos que manda el público previo a los comicios requiere una mentalidad política precisa. Una que comprenda la mecánica del poder en la estructura local. Luego de la pérdida, es indispensable calibrar las miras frente a estas iluminadoras experiencias. Ser derrotado es parte de aprender este intrincado juego. De ahí la importancia de conversar la derrota. Al ser imposible preguntar al electorado sus razones, la respuesta más cercana proviene de quienes han percibido los humores de otras contiendas fallidas.

La desventura en las urnas no es necesariamente un fracaso. Las campañas están acompañadas de situaciones absurdas a cuya explicación tal vez nunca tengamos acceso. Tal es el caso de la intervención en la contienda de fuerzas extrañas o poderes foráneos. Al final, el líder derrotado busca resolver el dilema sobre su identidad. Algunos acuden al juego impulsados por un salvaje instinto de poder. Estos tienen un lobo viviendo en su pecho. Al que busca la virtud, su humanidad le salvará de una profunda misantropía. Los teóricos del Estado moderno alcanzaron a vislumbrar esta estética del poder. La que protagoniza el líder que es su propio autor. El que actúa sin dudas frente a contrastes no muy diáfanos. La lucha por escenificar nuestros proyectos en el gobierno incluye el riesgo de ser marginado. Pero ese abismo no es insalvable. La majestad de trascender esta separación, consiste en buscar un paso, donde los demás solo ven la niebla.