Pedaleando por la orilla: Cuando la víctima encarna al “Yo”

Gary Gutierrez
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Tras varias semanas de “cobertura” mediática, la muerte y entierro del boxeador Héctor “Macho” Camacho pasó abruptamente al pasado mientras la desaparición y eventual muerte de José Enrique Gómez Saladín, así como el asesinato en Ponce de un adolecente competían por ocupar los espacios de titulares en la Isla.

La muerte de Gómez Saladín, identificado desde el principio en los medios como publicista, ocurrió en la ciudad de Caguas en medio de circunstancias de las que se dan varias versiones y que al momento que escribo todavía se investigan, aún cuando ya hay personas arrestadas.

El otro incidente se reportó cuando desconocidos abrieron fuego sobre el vehículo que conducía el ahora fallecido  Juan Carlos Vega Ruiz.

La versión mediática apunta a que Vega Ruiz, de 19 años de edad,  intentaba llegar al área turística de la Cruceta del Vigía acompañado del joven Elmer Santos Figueroa de 16 años, cuando viró por error en la calle Méndez Vigo final de Ponce, donde se dice ubica un punto de droga.

Observando estos incidentes, mi mente se introduce en una maraña de preguntas sobre la forma en que la sociedad, encabezada o tal vez dirigida por la prensa se enfrenta y reacciona a estos casos.

¿Por qué unos incidentes que lamentablemente ya son prácticamente cotidianos en Puerto Rico, generaron  el torbellino mediático que formaron estos?

Después de todo, y por dolorosa que sea para los familiares y amigos, si se mira fríamente la muerte de Gómez Saladín no es diferente de cientos de otras tragedias reportadas en Puerto Rico en los pasados años.  De igual forma no es inusual que se desaten balaceras que cobren vidas en sectores donde ubican puntos de drogas.

Lo que hace la diferencia en estos casos es que la víctima ya no es “el otro”, aquí la víctima soy “yo”.

Por una parte, desde su desaparición, los amigos publicistas de Gómez Saladín comenzaron una campaña por las redes sociales que, no solo construía como importante la necesidad de encontrar con vida al infortunado, fue también construyendo a Gómez Saladín como el “yo” en que todos nos vemos encarnados.

Un “yo” de clase media decente y respetuoso de la ley quien por ineficiencia del Estado sufre los abusos de esos “otros” inmorales cuyas vidas son producto de la “falta de valores”.

De igual forma pero en menor escala, los medios tradicionales también fueron construyendo en la figura de Vega Ruiz “el mito” del “yo” bueno que cometiendo el error de meterse donde no debía, encontró la muerte a manos de “los otros”, es decir de los delincuentes operadores de puntos de drogas.

De esta manera entonces es fácil entender la campaña que la confirmación de la muerte de Gómez Saladín desató en las redes sociales: “Todos somos José Enrique”.

La pradera ardía en fuego y el viento soplaba fuertemente.

La efectiva campaña de opinión pública a la que se sumaron celebridades como Riky Martin, se disparó en las redes sociales y generó lo que Enrique Gil Calvo denomina un clima de opinión donde la mayoría de la población se identificó con la víctima.

La mayoría de las personas con las que hablé, incluyendo a mis estudiantes de criminología se identificaban con Gómez Saladín y denunciaba lo intolerable de los índices de criminalidad en el País.

Esto a pesar de que demográficamente hablando, la mayoría de ellos se parecen más a los victimarios que a las víctimas y de que la criminalidad que azota al Isla no es ni mayor o menor que lo experimentado en los pasados años.

En medio de este vertiginoso proceso, en su oportunista estilo y en busca de audiencia, la irreverente muñeca que por años a reinado en la televisión puertorriqueña, realizó expresiones que atentaron contra la imagen de Gómez Saladín como encarnación de las virtuosas características del “hombre decente”.  Es decir el hombre blanco, propietario y de apariencia heterosexual y cristiana.

Las expresiones de la irreverente muñeca desataron otra ola de repudio en las redes sociales.

Encabezado por el amigo Pedro Julio Serrano, quien con mucha razón entendió que el cuestionamiento del monigote validaba la agresión contra quien tenga un estilo de vida diferente al que el poder establece como “correcto”, el torbellino de críticas dio paso casi de forma silvestre a un boicot en contra de Super Exclusivo, programa desde el cual el operador de la irreverente muñeca se hizo millonario difundiendo intolerancia, homofobia y falta de compasión mientras destruía la reputación de artistas, políticos y celebridades.

A diferencia de la experiencia histórica, en esta ocasión el boicot pareció ser efectivo.

En solo horas el rechazo virtual en las redes sociales comenzó a dar frutos y paulatinamente, una tras otras, las firmas comerciales que de alguna manera se relacionaban con el programa Super Exclusivo se desvinculaban públicamente del mismo y le eliminaban el respaldo económico.

Solo el tiempo dirá si el mismo será o no el apocalipsis de la maldita muñeca.

Sin embargo, el aparente éxito y respaldo que generó este movimiento de opinión pública no tuvo el mismo efecto que el primero en el clima de opinión.

Tomando nuevamente mis estudiantes como barómetro, para mi sorpresa todos defendieron la muñeca en vez de a su víctima. La misma víctima que defendieron en la pregunta anterior y con la cual se identificaron.

¿Qué significa esto?

Realmente no creo tener la respuesta a esa pregunta.

Al parecer en ambas instancia, tanto en la tragedia de los asesinatos y la del boicot, el pueblo sigue respaldando aquello que le reafirme el mito de que todos somos clase media y por tanto buenos que tenemos que protegernos de los que son diferentes al poder, varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano.

No me extrañaría, después de todo, si miramos atentamente veremos que ese también fue el resultado de las elecciones.