Los dos Héctor: El Macho Camacho ante Héctor Lavoe

Creativo

Hay algo que vincula a estos dos personajes.  Es algo que para mi quedó plasmado durante el proceso de los actos fúnebres recientemente realizados a nombre de Héctor ¨El Macho¨ Camacho. En momentos de mayor dolor por su partida, la familia de El Macho Camacho, optó por llevarlo a ser enterrado en santa sepultura en la ciudad de Nueva York.  Para alguien que nació en Puerto Rico y se crio allá, su admiración por la isla lo hizo relocalizarse, para vivir plenamente a partir de este país caribeño. Me pregunto con curiosidad, ¿por qué había que enterrarlo en Nueva York?

 

En el momento de su muerte su familia dijo que le pertenecían sus restos al Puerto Rico extendido de la ciudad de Nueva York.  Esto es curioso, pues se trata de la misma decisión que tomaron en su momento los familiares de Héctor Lavoe Pérez, cuando éste murió allá para el 1993.  Inicialmente fue enterrado en dicha ciudad, y eventualmente en el año 2002 fueron relocalizados sus restos a su ciudad natal – Ponce, Puerto Rico.  Hoy estos yacen en el cementerio civil de dicha ciudad.

Pero ya lo decía Héctor Lavoe, cada cabeza es un mundo. Y ese mundo, sugiero yo, hay que poderlo vivir.  En este sentido, estos dos Héctor, ambos de origen social humilde, ambos nacidos en Puerto Rico y criados en Nueva York, nos presentan un detalle aún más importante, el cual creo que no fue destacado por nadie a lo largo de los días recientes en que la muerte de Camacho copó los medios publicitarios.  Es el hecho de que ambos representan una mirada diferenciada del Puerto Rico que reclaman.

Para mi los dos Héctor epitomizan una lectura curiosísima de lo que es ese ser puertorriqueño que no se define a partir de la isla, ni de la nueva migración boricua al estado de la Florida, EE.UU.   Se trata de los puertorriqueños olvidados, pobres, negros, desclasados y sobre todo no socializados a partir del proyecto de las clases medias llamado ¨manos a la obra¨.  Se trata de un pueblo que se fue entre 1947 y 1965, a razón de un millón de personas y se concentraron donde estaba el trabajo, y en dicha ciudad hicieron una vida.  Es esta la historia de Héctor Lavoe, quien llega a dicha ciudad en 1966, y en paralelo, a temprana edad y durante esta década, el Macho Camacho junto a su familia también se traslada a vivir a la ciudad de Nueva York.

Pero el Nueva York que ellos conocieron, el Nueva York que pregona la palabra ¨Boricua de pura cepa¨ y grita ¨Wepa¨, es la misma ciudad que superó a su punto de origen y ya no tiene mucho que ver con el mismo. Es decir, Nueva York y Puerto Rico son ya dos versiones de lo mismo: se puede ser boricua desde la isla, como ser boricua desde Nueva York.  Distinto a la Florida, Nueva York guarda una independencia identitaria que es muy distintiva a su punto de origen.  Nueva York es creatividad, es excentricidad, es afirmar un sentido de puertorriqueñidad  incoherente inclusive para aquellos que desde una posición de clase media, claman ser boricuas.  En fin, ser de Nueva York y reclamar ser boricua, es afirmar una mirada que es consistentemente más negra, más pobre, y sobre todo marginal.

Es por esto que a mi me encantó la locura que la familia Camacho-Matías le impartió a los actos fúnebres de su hijo el Macho Camacho.  No muy distinto a lo que en su momento le impartió la familia de Lavoe Pérez ante la muerte de El Cantante.  Lo cierto es que si Francisco Oller volviera a pintar su cuadro El Velorio (Puerto Rico, 1893), lo haría a partir de los entierros de estos dos personajes llamados Héctor.

¿Quién desea representar en un cuadro un entierro católico en Puerto Rico? Nadie, ni Francisco Oller, ni Héctor El Macho Camacho, ni Héctor Lavoe.  Nadie.  Es la locura, de las peleas, es la locura de lo Yoruba junto a el Islam, la relación de lo popular alrededor de los actos fúnebres del Macho Camacho. Es eso lo que la gente desea ver y reclama.  Es esa mirada la cual Lavoe como el Macho pregonaron.  ¡Segudooo!

Me parece que es en esto en lo que nos debemos de concentrar cuando pensamos en los sepelios de estos dos boricuas, los cuales se parecen mucho más, que lo que no se parecen.  Pero se parecen porque no representan la puetorriqueñidad isleña sino la neoyorkina.

Y más aún, es a partir de sus sepelios que podemos entender otros asuntos, que serían provocadores mencionar: en sus sepelios yace una tradición mucho más africanista que cristiana.  Es el homenaje al muerto.  Es el recuerdo musical que pregona la vida y no la muerte. Es la fanfarria y homenaje a la alegría, antes que reconocer la angustia y la pena.  Es curioso, pero no se puede olvidar el detalle, que en los actos fúnebres de Camacho, realizados en una agencia del gobierno de Puerto Rico, la música de fondo que se tocó fue la de Héctor Lavoe Pérez.

Es algo así como el documental que auspició uno de los principales bancos de Puerto Rico en el año 2011, bajo el título de Sonó, Sonó – homenaje a Tite Curet (Gabriel, Coss/Israel Lugo, Rojo Chiringa, Puerto Rico, 2011).  En este documental el punto vinculante de la música de Tite Curet con la pobreza lo fueron las áreas residenciales de los pobres, la negritud y el entierro público y callejero. Es decir, se trató de un evento público, donde los muertos que se describen en dicho documental (Ismael Rivera, Rafael Cortijo y Catalino ¨Tite¨ Curet), se llevaron todos por las calles, al son de plena o de salsa, la gente bailando en alegría.  Tres negros bajo la tradición yoruba cantándole a la patria.

De igual forma fueron los entierros de Lavoe y de El Macho Camacho.  Eventos públicos donde la gente se tiró a la calle.  La diferencia es el evento, espectáculo carnavalesco que definió ambos funerales.  Es la marcha a caballos, en el caso de El Macho Camacho por la ciudad de Nueva York.

En fin, que viva tanto el Puerto Rico de la isla, como el Puerto Rico de Nueva York.  Que chévere, que tenemos personajes de los quilates y méritos de Héctor El Macho Camacho y de Héctor Lavoe Pérez.  Que chévere, que ser puertorriqueño siempre es un proceso en continua evolución. Y a fin de cuentas, se dice Wepa en la isla, en Nueva York o, si fuera necesario, allá en la Luna.