Redes alternativas en la primera globalización

Historia

Redes alternativas en la "primera globalización"

Si bien es cierto que, como decía Walter Benjamin, cada época es capaz de soñar la siguiente, también se puede afirmar que las sociedades modernas occidentales tienden a pensarse como superiores y excepcionales respecto a su pasado –y, por supuesto, todavía más respecto al de los "otros".

En efecto, cuando se reflexiona acerca del proceso que llamamos globalización o mundialización, es como si se tratara de algo extremadamente reciente (como mucho, de finales del siglo XX) y protagonizado exclusivamente por el capitalismo tardío blanco. En realidad, los orígenes de la última fase de integración económica, político-militar y conceptual se remontan como mínimo al siglo XIX y ésta se basó de manera sustancial en la coerción de unos países europeos que, inicialmente, eran superiores sobre todo militarmente. Asimismo, la industrialización y el crecimiento de las redes diplomáticas y comerciales poseían unos antecedentes pluriseculares en los cuales los europeos sólo fueron una de las múltiples fuerzas en presencia, no siempre la más "progresista", casi nunca la más pacífica. Y los complejos, contradictorios y paradójicos procesos de integración no solo no fueron protagonizados exclusivamente por el hombre blanco, sino que, sobre todo durante el siglo XIX, coincidieron o provocaron redes internacionales contestararias, autónomas, alternativas o de resistencia, protagonizadas en buena medida por los pueblos y grupos sometidos, marginales y subalternos. Por tanto, los antecedentes del altermundialismo o el “otro Mundo es posible” también se pueden rastrear más allá del siglo XX, de los no-alineados o la Internacional Comunista.

El "nacimiento del mundo moderno"

Como, entre otros, expone C. R. Bayly, todavía a mediados del siglo XIX la mayor parte de la producción industrial se desarrollaba fuera de Europa, especialmente en factorías situadas en la India y China. La presión europea para abrir los mercados extranjeros, frecuentemente basada en la guerra o en la amenaza del uso de la fuerza, la colonización y la política económica de los Estados de matriz europea, cada vez más hegemónicos en el comercio internacional, fueron factores tanto o más importantes para explicar la superioridad del “Primer Mundo” que el desarrollo tecnológico y las transformaciones sociales endógenas en Occidente. Finalmente, varias de las jefaturas políticas extraeuropeas contribuyeron, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, a supeditar sus países, recursos y poblaciones a las necesidades de lo que después se denominaría Mundo desarrollado. En efecto, la conciencia de atraso o inferioridad, así como la idea de copiar al menos en parte aquello que se consideraba exitoso del modelo europeo, contribuyeron, por la inevitable dependencia tecnológica, científica y financiera, a la aparición de protectorados. Pero lo que describe Bayly es también un proceso de internacionalización, movilidad creciente, uniformización e integración económica, en otras palabras globalización.

Antecedentes: audiencias cautivas y mercados a punta de puñal

El expansionismo y la agresividad europeas no se iniciaron en el siglo XIX, sino que poseían una larga historia. Ésta demuestra que, si en algo fueron eficaces los europeos respecto al resto de civilizaciones, aún en momentos de clara inferioridad tecnológica y cultural, fue en conquistar, exterminar y dominar a otros. Durante la Antigüedad Tardía y la Edad Media se hizo en nombre de la religión y consiguieron, obviamente, “convertir audiencias cautivas” (Miquel Barceló), expulsar o eliminar a los disidentes y, asimismo, obligar a algunos poderes locales a concederles privilegios comerciales.

Con la “primera modernidad” de las exploraciones del siglo XV se continuó, a otra escala mucho mayor y con una capacidad de navegación, fuego y alcance geográfico sin precedentes, la política de abrir mercados a punta de cuchillo en los cinco continentes. Muchas sociedades extraeuropeas, especialmente aquellas directamente conquistadas o situadas cerca de las costas, fueron transformadas profundamente con el propósito de satisfacer las necesidades europeas. Si bien esa integración económica no fue entre iguales (alguna vez lo es?) ni alcanzó la intensidad y la extensión geográfica de épocas posteriores, se puede considerar, sino una primera globalización, al menos un precedente claro.

Uniformización y diferenciación

La globalización debe ser entendida, desde sus mismos inicios, como un proceso contradictorio y al que contribuyeron varias fuerzas, no únicamente el Mundo blanco. Significativamente, el imperialismo y la integración contribuyeron a la difusión de ideas y formas de organización, incluyendo pero no sólo aquellas de matriz europea, que ponían en entredicho, matizaban o hasta se oponían al predominio europeo. Así, la migración o la educación de los “nativos”, presentadas, especialmente la última, como parte de la “misión civilizadora” blanca, pero que respondía también a las necesidades de la estructura colonial, acababan difundiendo entre ciertas elites del Tercer Mundo aquellas ideas de libertad, derechos y democracia que se negaban clamorosamente en los territorios sometidos. Apologetas del imperialismo, como Neil Ferguson, lo reconocen: los europeos pusieron la semilla de la destrucción imperial al enseñar a los nativos los valores universales, liberales y/o democráticos, aquellos que teóricamente regían en la metrópoli, pero nunca en las colonias.

La uniformización del tiempo, del espacio, o de la forma de practicar aquello que se acabó denominando deporte, también alcanzó a las relaciones entre Estados (la diplomacia y sus formalismos), o a la manera de presentar el cuerpo en público (la indumentaria). Así, el traje occidental se impuso a los diplomáticos y a muchos gobernantes extraeuropeos, pero también ciertas prendas o tipos de ropa, frecuentemente no exactamente tradicionales y/o producidas en Occidente, acabaron adquieriendo nuevos significados, ligados a una reivindiación política, una identidad nacional o religiosa que contrastaba con -cuando no se oponía directamente respecto al- predominio y la uniformidad eurocéntricos. Un ejemplo de ello, que también menciona Bayly, es el famoso fez, producido en Austria y que se acabó convirtiendo en un objeto que simbolizaba la identificación con las ansias de reformas en todo el mundo musulmán, desde el Magreb hasta Indonesia, además del carácter específicamente otomano.

Redes alternas en un mundo globalizado

La creación del “mundo moderno” que describe Bayly está constituida, entre otros fenómenos, por la aparición de organizaciones internacionales (desde la Cruz Roja hasta las federaciones deportivas mundiales), los Congresos y Ferias que pretendían ser globales (encuentros científicos, técnicos y económicos, entre los que destacan las Exposiciones Universales). También se desarrollaron movimientos de carácter religioso, incluyendo encuentros ecuménicos o la creación de organizaciones religiosas supranacionales. Lo más curioso y paradójico de esas instituciones y dinámicas de integración, que coincidían y en parte eran fruto del predominio blanco, fue que frecuentemente necesitaban de cierto grado de reconocimiento e interlocución “del otro”, de los pueblos colonizados o supeditados a los intereses occidentales, como es obviamente el caso en la diplomacia. A continuación mencionaré de pasada algunas de las redes internacionales, de carácter como mínimo intercontinental, que se crearon al margen del predominio occidental y de los Estados durante el siglo XIX.

Desde sus inicios, la religión musulmana ha estado ligada a un sentido de comunidad (umma) y solidaridad colectiva. La peregrinación a la Meca, obligación teórica de todo musulmán, mantuvo una conexión y un mecanismo de difusión de ideas que englobaba a todos los territorios islamizados y, al menos en teoría, a todo creyente musulmán. Asimismo, tras la muerte de Muhammad, los musulmanes consideraron necesaria la existencia de una dirección común, mundial, que denominaron el califato, idea que ha subsistido durante siglos, a pesar de las divisiones políticas y religiosas. Así, cuando los europeos amenazaban el Sudeste Asiático, el califa otomano envió, sin demasiada fortuna eso sí, una expedición marítima militar para defenderlos como expresión tanto de su carácter de dirigente de toda la comunidad islámica como de la misma solidaridad en el interior de esa comunidad. Cuando finalmente el califato fue suprimido, en los años veinte del siglo XX, existió un movimiento mundial para reinstaurarlo sobre nuevas bases. De cualquier manera, Asimismo, durante la primera mitad del siglo XX, no sólo se organizó un Islam global, aunque basado en la colaboración entre estructuras de base nacional, sino que éste se manifestó en solidaridad de situaciones que consideraban que los ateñían, como Palestina y el estatus de Jerusalem –y, más tarde, ese tipo de ideas fueron la base de la movilización contra la invasión de Afganistán y de la red Al-Qaeda, monstruo surgido de la unión de ese sentido de solidaridad global panislámica con una nueva concepción de la yihad como obligación individual. Más interesantes son, sin embargo, las iniciativas y tipos de organización, muy anteriores, desde al menos la primera mitad del siglo XIX, que explica Michael A. Gómez, pues no sólo denotan estrategias de solidaridad y auto-organización de los musulmanes bajo el dominio europeo, sino el mantenimiento de unas redes de comunicación intercontinentales que apenas conocemos. En efecto, los musulmanes del Caribe se organizaron para rescatar a sus correligionarios esclavizados, pero además conservaron una comunicación con los africanos, interesados a su vez en el mantenimiento de la religión islámica en el Caribe y que ésta se practicara según la Ley.

Un fenómeno de comunicación también intercontinental y fruto de la iniciativa de un grupo no ligado directamente a un Estado es el proyecto del periódico La llumanera de Nova York. Este fenómeno editorial ha sido estudiado por Lluís Costa y destaca por la publicación en Nueva York y en lengua catalana de un medio de comunicación que pretendía contactar Catalunya y los catalanes de América sitos en lugares tan dispares como esa misma ciudad, California, México, el Caribe (incluyendo Puerto Rico) o Brasil. Todo ello intentando al parecer cohesionar y representar una identidad y una visión del mundo catalana en un entorno que mayoritariamente no lo era, a una escala intercontinental y superando las fronteras políticas y lingüísticas entre territorios (durante su publicación, del 1874 al 1881, sólo Cuba y Puerto Rico se mantenían todavía bajo dominio español). La publicación tenía carácter comercial y basaba su funcionamiento en la existencia de una red de corresponsales-distribuidores en los dos continentes, así como en el sentido de comunidad, solidaridad y visiones compartidas entre ellos y su mercado de lectores.

Ya de carácter abiertamente contestatario y que abarcaba tres continentes es la red que describe Benedict Anderson en su Under three flags. En ésta, que tenía uno de sus epicentros en Barcelona, y muy especialmente en la infame prisión del castillo de Montjuïc, se asociaban, por motivos no sólo de solidaridad entre las causas sino de amistad, lecturas o visiones parcialmente compartidas, anarquistas y federalistas catalanes (Pi y Margall), independentistas cubanos y nacionalistas filipinos (Rizal). Sin necesariamente compartir completamente ideologías ni objetivos, unidos en parte por su oposición a una monarquía española pre 1898 que era su enemigo común, lograron sin embargo hallar un espacio compartido de colaboración y solidaridad globalizada que ojalá pudiéramos emular, o mejor superar, en el futuro, y todo ello utilizando en buena medida una lengua impuesta e imperialista, el castellano del opresor.

 

Referencias

Anderson, Benedict, Under Three Flags: Anarchism and the Anti-Colonial Imagination, London: Verso, 2007

Bayly, Christopher Alan, The Birth of the Modern World: 1780-1914, Oxford: Blackwell, 2004

Costa, Lluís, La Llumanera de Nova York. Un periódic entre Catalunya i América, Barcelona: Llibres de l’Índex, 2012

Gómez, Michael A., Musulmanes africanos en el Caribe y América Latina (conferencia, UPR, 20 de septiembre de 2012)

Ferguson, Niall, Empire: The Rise and Demise of the British World Order and the Lessons for Global Power, London: Penguin Books, 2002