EL SEMBRADOR Y LOS CUERVOS

Política

Había una vez un sembrador que decidió ampliar sus campos de cultivo. Con mucho esfuerzo preparó, poco a poco, más terreno donde plantar. Soñaba con producir una cosecha abundante, capaz de alimentar a todo el país, sin dejar a nadie con hambre. El poder e influencia que esto le traería sería perdurable. Mientras esparcía las semillas trataba que toda cayera en la buena tierra. Pero no podía evitar que algunos de sus valiosos granos volaran lejos, entre las zarzas y las piedras. Muy pronto también, una bandada de cuervos comenzó a volar sobre sus campos. Estos  comenzaron a picotear por todas partes, amenazando con devorar todo a su paso. Al ver esto el sembrador preguntó a su líder, porque le hacían esto ahora. Si esperaban al tiempo de la vendimia, podrían sacar mayor provecho. El cuervo le contestó: “No soy tu enemigo, pero escrito está, que sin sembrar ni segar, sin despensa ni granero, Dios me alimenta”. Consideró pues inútil el sembrador su afán de ahuyentar las aves. Entonces le dijo a estas: “Hagamos un trato. Podéis comer de toda semilla que caiga en la maleza y las rocas, fuera de mi vista y alcance. Pero si algunas de ustedes osa entrar a los surcos, será objeto de mi persecución implacable”. Los cuervos aceptaron y así pudo el sembrador alcanzar aunque fuera en parte, algunas de sus metas.

Esta fábula aplicada a la política tiene interesantes implicaciones. Al parecer cierta  dosis de corrupción es ineludible en cualquier tipo de gobierno. También explica que esta se conduzca en terrenos agrestes o en sitios  ocultos. Los gobiernos de signo progresista no están menos expuestos a las hordas corruptas que sus contrapartes conservadoras. Pero su ideología, si es fiel a sus valores, debería brindarles mejores herramientas para enfrentarla. Un ejemplo al punto lo brinda Luis Inácio “Lula” da Silva, ex presidente de Brasil. Un escánda­lo de financiamiento de campaña amenazaba con empañar su obra de gobierno. El incidente se desató durante el verano de 2005, cuando su publicista en las elecciones de 2002, aseguró que parte de sus honorarios fue pagada con dine­ro proveniente de una cuenta secreta offshore en Bahamas del Partido dos Trabalhadores. Simultáneamente, el presidente del Partido Liberal, aliado del Go­bierno, reconoció haber recibido dinero luego de los comicios, a cambio de apoyar a Lula en el Parlamento.

En un mensaje de agosto de 2005, el presidente da Silva aseguró que no sabía nada y dijo sentirse “traicionado” por lo que definió como “prácticas inaceptables”. Lula pidió perdón por el escándalo y conjuró así momentáneamente la intriga que pudo costarle su mandato. Pero el efecto sobre su legado político estaba por verse. El antiguo obrero metalúrgico, y tantas veces derrotado candidato presidencial, diseñó un plan para superar el escándalo. Éste incluía razonable transparencia de sus acciones frente a la oposición y sometimiento al escrutinio judicial. Menos hubiera sido decepcionante. Después de todo, la ascendencia de Lula al poder estuvo  predicada en parte sobre la tormenta política que desató el residenciamiento del ex presidente Collor de Mello en 1992. Este fue convicto por extorsionar contratistas gubernamentales para avenir fondos a su campaña. En fecha reciente el Procurador General de Brasil desmintió informaciones periodísticas de que ordenó la apertura de una investigación contra Lula. Pero lo cierto es que el esquema de sobornos instalado durante su primer gobierno, conocido popularmente como el “mensalao”, terminó con la condena de importantes políticos, legisladores y empresarios. El sembrador no puede aspirar a lograr todo lo que se propone, pero sí a que su cosecha, sea limpia.