Amistad Recuperada

Crítica literaria
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En el principio era la palabra…

Juan 1:1

Éramos todos pentecostales. Y así pensábamos debería de ser. Solo en las iglesias de avivamiento se manifestaba con claridad, según nosotros, el espíritu santo, señal que testificaba estar en el camino correcto, y de que se era verdaderamente cristiano. La iglesia católica estaba totalmente fuera de la jugada, y exhibíamos un protestantismo aprendido quien sabe como, que nos permitía mirar con condescendientes, y a la vez sospechosos ojos, a otros cristianos que aún cuando congregándose fuera del seno romano, no vivían a plenitud las manifestaciones del espíritu santo. Los presbiterianos eran de lo peor, casi católicos. Los metodistas eran muy fríos, situación que luego aprendí, para justificación histórica de mi juvenil análisis, que estos peligrosamente se habían alejado de lo que originalmente fue un avivamiento espiritual, y que deberían de buscar en sus raíces el regreso al camino recto. Estaban entonces los Discípulos de Cristo, grupo difícil de ubicar dentro de nuestro esquema de salvación, pues aunque su uso de la palabra era idéntico al nuestro, no todas las congregaciones mostraban el fuego del espíritu que sellara y eliminara toda duda de redención. Era en este último mundo, que en aquel entonces concebíamos como inundado de ambivalencia redentora, en donde Rubis se movía.

Graduada un año antes que yo, nunca coincidimos en la escuela superior, pues durante mi cuarto año, el año de mi conversión, ya ella estaba en su primero de universidad. Son entonces las contadas caminatas por las empinadas cuestas que llevaban a su casa, las que alimentan los recuerdos de nuestra breve amistad. Al tope de una de esas colinas de Guaynabo, y en un balconcito que le permitía a la brisa envolver nuestras conversaciones, íbamos desde la escuela, en peregrinaje, a contarle a Rubis los últimos aconteceres en la Margarita Janer, y en nuestra Confraternidad de Estudiantes Cristianos, la Confra, como la conocíamos todos. Ella era una de las designadas ancianas del grupo, título que le dábamos a ex confraternos que ya graduados, y por el liderato que habían mostrado mientras en la superior, continuaban como nuestro grupo asesor en materias espirituales, las cuales en aquellos tiempos, cubrían todas las materias. Su aprobación, comentario, consejo, en fin, su palabra, eran trofeos ansiosamente buscados. Al lado de su casa, sobre otra colina guaynabense, estaba el templo de la iglesia Discípulos de Cristo a la que Rubis pertenecía. De la única vez que recuerdo haber participado en un servicio en la iglesia de Rubis, solo poseo hilachas de memorias. Lo que si guardo grabado en mi mente es la imagen de esta caminando hacia el púlpito menor en dirección a leer una porción de la escrituras. Regia, pero con paso veloz, y comandando ya desde muy joven, el respeto de toda la congregación.

Sentados en ese balcón, el cual se encargaba de recibir a todo el que llegara a la casa de Rubis, se podía ver claramente la sala a través de la puerta principal que, por supuesto, permanecía ampliamente abierta. Yo de reojo miraba los muebles, pero más me concentraba en el tablillero de libros que en aquel entonces parecía ser la biblioteca de Rubis. Eran tal vez unas cuatro o cinco tablillas, algo que hoy podemos juzgar minúsculo, pero para aquel entonces, como adolescentes de menos de 20 años de edad, representaba un número saludable de libros leídos. Uno de los compañeros de la Confra le mencionó a Rubis de mi última predicación en la escuela, y de cómo yo había hecho una distinción entre la búsqueda imperfecta de los hombres por lo divino, y la encarnación en Jesucristo como la forma divina de buscar a los hombres. Las alabanzas de Rubis sobre mis primicias homiléticas me impactaron sobremanera, y aún las protejo cual tesoro de alumno que agradece la marca que su mentora hizo en su vida. Mas como adelanto de lo que nuestras carreras intelectuales serían, poco tiempo pasó antes de que Neruda rasgara las intercambiadas citas bíblicas de nuestra tertulia y surgiera egregio en la conversación. Contribuía yo con pasajes frescos en mi memoria por la recién lectura de su autobiografía “Confieso Que He Vivido.” Rubis por su parte orbitaba más hacia la poesía de Neruda, y en uno de esos comentarios en donde hoy claramente veo el origen del tono sensualmente apasionado de los “Cuentos Traidores”, esta lanza una parca sinopsis del poema 1 en los “Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada”, y testificando públicamente sobre el encrespamiento en la piel de sus brazos, cita al bardo chileno, el cual describía, mientras se apresuraba a tocar el pubis de su enamorada doncella, como húmedo musgo. Fue la última vez que vi a Rubis en persona.

Dulces memorias de los corrientes protagonistas de nuestra literatura, pues a la misma vez, y dentro de su propio universo, aunque paralelo al nuestro, Rafael Acevedo también merodeaba los pasillos de la Margarita Janer, seleccionando los adjetivos finales para los versos de su primer poemario, “El Retorno Del Ojo Pródigo.”

La palabra precisa…

Silvio Rodríguez

Es entonces evidente para mi, cuando hoy leo los “Cuentos Traidores”, como es que estos realmente se comenzaron a escribir 37 años atrás. Pero la calidad que el relato de Rubis ha cultivado en más de tres décadas, vas más allá de lo que yo pueda fácilmente describir o exaltar. La indiscutible e intensa labor que esta pone en cada una de sus oraciones, su agudo sentido de la necesidad de mantener cautivo al lector, y el uso que hace del poder de la palabra escrita para lograr tal objetivo, poseen una calidad única. La imaginación, esa productora incesante de nuevos mundos, está presente en cada relato. Y es que cada vez que terminaba de leer uno de los cuentos, y alimentaba la certeza de lo que hasta ese momento pensaba era el mejor logrado de todos, esta invariablemente me sorprendía con la brillantez, inventiva, y los inimaginables recovecos por los que sería llevado en el próximo. ¿Quién sino Rubis posee la ingeniosa fertilidad intelectual de poner a una vomitiva ballena entrando por lo que parece ser la bahía de San Juan? Mas no cualquier ballena, pues esto sería relativamente fácil. Tiene entonces que ser, para deleite del entusiasta lector, la ballena que se tragó a Jonás. Tentando inmortalidad en la literatura puertorriqueña a través de sus cuentos, Rubis ubica como testigo de tal increíble desembarco a un Don Pedro Albizu Campos redentorizado. El cual, luego de tres días de insomnio en las posibles mazmorras de El Morro, y en una mañana de domingo resurrector, termina dándole instrucciones específicas de cómo proceder a nuestro más reciente e inesperado visitante marítimo.

Suave y seductora, la portada del libro, una pintura de la puertorriqueña Susana López Castells, bien adelanta el tema romántico y erótico que salpica casi todas las ficciones presentadas por Rubis. Difícil es abandonar cualquiera de sus cuentos. Y el no terminarlo en una sola y corrida lectura es algo que, a menos que nos veamos obligados por las circunstancias, no quisiéramos hacer. Pero más difícil aún es leer dos, o más relatos seguidos y sin descanso. Y es que los cuentos de Rubis tienen la capacidad de permanecer en nuestras cabezas dando vueltas, poniéndonos a trabajar, haciendo necesario una pausa, el tener que cerrar el libro, aunque sea por un corto tiempo. Y así, según se repasan y revolotean las historias en nuestras mentes, y mientras el libro reposa sobre la mesa en espera de que pase el necesario sosiego que el torbellino del recién acabado cuento exige, el tiempo de reflexión nos abre la puerta a una segunda mirada a la obra de López Castells. Es entonces cuando la suavidad inicial de la paleta de la pintora abre paso, despertada por las indiscreciones sensuales de los personajes de Rubis, al aspecto carnal en el acto de la pareja, complementando así, y dándole un sentido más depurado a la selección para la portada. Cualquier lector puede entender y simpatizar con tal decisión, sin embargo, este preámbulo es para mi un tanto limitado, pues deja sin incluir la herencia bíblica de estas narraciones. Nosotros, los que convivimos los comienzos pastorales de la autora y también afinamos nuestra visión de mundo en la tribuna del altar creyente, sabemos que el principio y sustrato histórico e ideológico que sostiene estos cuentos son sus experiencias cristianas. Estos relatos no son cuentos, sino predicaciones, la continuación lógica de la experiencia del púlpito.

Mas si se extiende el ministerio, esta vez se hace desde una perspectiva crítica al papel de la religión organizada en nuestra sociedad. Y esto lo deja claro el libro desde su punto de partida. Pues no solo es un golpe magistral para una cuentista relativamente desconocida, por lo menos al momento de la publicación de los “Cuentos Traidores”, comenzar el libro con un exquisito, mas breve cuento, tan breve como 7 oraciones, y así capturar de entrada y en inevitable anzuelo la atención e interés del lector, sino que también se ocupa de aclarar, como ex ministra religiosa, donde esta está hoy situada con respecto a los que profesan el ministerio. Y es claro que el abandono se limita a la institución, pues las historias bíblicas que han alimentado quimeras milenarias, continúan siendo el pozo del cual Rubis extrae muchos de sus cuentos. Sin embargo, esta se encarga entonces de revisitar los evangelios en un Jesús que permanece milagrero, pero que lo es creando nuevas realidades, que ante los ojos observadores son tan increíbles como la de físicamente sanar el enfermo. Se acerca Rubis así tal vez al verdadero Jesús. Aquel que al final de su desolada cuarentena, por fin comprende el carácter de su llamado, y emprende su misión de desenmascarar todo poder, aún cuando esto signifique tener que cargar con la pena de nunca realizar sus deseos de amor con la Samaritana. El milagro ocurre entonces en la transformación de la avaricia por la caridad, de la quejumbre y el lamento por el agradecimiento de existir, en fin, un radical cambio humano que por inesperado es realmente portentoso.

… Que mi palabra sea 
la cosa misma…

Juan Ramón Jiménez

Y así como en la Biblia, en donde cada verso, o cada palabra de cada versículo debe de ser minuciosamente estudiada y ponderada, si es que no se quiere perder el significado oculto del pasaje, dejando así de capturar el tesoro que cada una de estos carga, los cuentos de Rubis también se pueden deconstruir como en versículos. Fragmentos de observaciones, enseñanzas, verdades, y profundidades de la experiencia de estar vivo, que en su conjunto componen la historia, pero que tomados individualmente también ofrecen una fuente prácticamente inagotable que describe y reflexiona sobre el significado de ser humano. Durante mi segunda lectura de los cuentos, en preparación para este ensayo, fui felizmente sorprendido por una serie de oraciones que nuevamente me abofetearon luego de haber jamaqueado mi espíritu en la primera leída. Tan bien escritas estaban estas oraciones que como niño travieso, de cuando en vez las añadía a mi pagina de Facebook, aisladas, y totalmente fuera del contexto del cuento que provenían, solo para ver las reacciones de mis amigos. El experimento fue tan exitoso como esperaba, pues invariablemente mientras algunos las leían e interpretaban apropiadamente con el contexto de origen, aún sin conocerlo, otros encontraban las riquezas mas inesperadas. Algo así como el predicador que usa una corta cita bíblica, y utilizando o no el contexto en que fue escrita como base, construye toda su homilía, la riqueza de la oración en Rubis provee suficiente material e inspiración para la creación de inesperados mundos. Esta, como la creadora de las mil y una oraciones que componen sus cuentos, la madre obsesiva que invirtió innumerables horas de desvelo buscando la palabra y el orden preciso, al principio de mi experimento podía certeramente identificar de la boca de cual de sus personajes venía la cita con tan solo un vistazo. “Ujumm, la Luisa Capetillo”, acertaba orgullosa cuando leyó la primera de mis citas. Mas sin intención, mi gusto por las oraciones descontextualizadas de Rubis se fue refinando hacia las más rebuscadas, las más oscuras. “¿María Antonieta????”, propuso dudosa en el acierto, enfrentando la segunda cita. “Jajajaa. No tengo idea. Ilumíname.” Confiesa desconcertada, en la tercera ronda, por el origen de sus propias palabras. Comprendo entonces como existen también trances de prolífera inspiración en donde se puede escribir mas allá de lo que nuestra memoria es capaz de recordar.

Mas si en Rubis el germinal binomio bíblico-cristiano evolucionó naturalmente hacia la literatura universal y sus origines en la mitología de los pueblos, la transición hacia lo político tampoco podía tardar mucho. Abrazando los iconos de la izquierda, pero muy a su manera, Rubis, siempre diferente, reconoce la importancia histórico-política de estos personajes, mas los aborda en detallados y profundos estudios de sus naturalezas internas, sus mas íntimos sueños, temores, y esperanzas. Así tenemos a Don Pedro, que aún cuando torturado por las autoridades coloniales, se preocupa en buscar un continuador de su compromiso predicatorio. Vemos El Che, el cual aún en el contexto de la guerrilla africana, sufre mientras recuerda a su madre y reflexiona sobre su niñez. Se nos presenta a una Luisa Capetillo, que aunque encarcelada por su actividades sediciosas, reflexiona y recuerda el momento en que siendo niña decidió usar pantalones, y a un Santiago Iglesias Pantín, convertido en confidente personal, al hacerlo el recipiente destinado de las escritas añoranzas de Capetillo.

Al terminar de leer el libro se me ocurre la pregunta, ¿cuál es mi cuento favorito? Me doy cuenta de lo difícil de encontrar tal respuesta, pues a diferencia de otras colecciones de cuentos, aquí no hay ninguno que se pueda decir que es mediocre o que no está completamente terminado y bien logrado. “Cuentos Traidores” es uno de esos libros que me enorgullezco en añadir a mi biblioteca personal, pues cubre la condición que yo mismo me he impuesto a través de los años. Come libros patológicos como nosotros, en algún momento, diría yo después de alrededor de 15 o 20 años de lectura continua, tenemos que imponernos un límite a la inicial e irracional idea de seguir acumulando todo libro que nos parezca tenga algún potencial o valor. Es un asunto de espacio, y también presupuesto. Mi criterio es entonces el siguiente, solo compraré o añadiré libros a mi biblioteca que merezcan ser leídos varias veces. Libros que con una sola lectura agotan todo potencial e interés ya no tienen cabida, literalmente, en mis libreros. “Cuentos Traidores”, como libro que bien merece leerse varias veces a través de los años, implica también, como todo buen libro, que seguirá produciendo nuevas emociones, interpretaciones, y apreciaciones según pase el tiempo. Por tanto la respuesta a cual es de los cuentos el más que me gusta es relativa al momento en que la conteste. Todo esto dicho y aclarado, hoy en día el más que tal vez me hubiese gustado sería el relato de Don Pedro y Jonás. Sin embargo, por ser tan ingenioso y venir marcado con el sello de la fama, ya había escuchado de él antes de leerlo en su totalidad. Y aunque disfruté a plenitud su lectura, y en cierta medida todavía pude participar del elemento sorpresa, pues no sabía todos los detalles, la velocidad y amplitud con que la información corre hoy en día me robó tan deliciosa primicia. Escogeré entonces dos. El primero es, sin necesariamente pretender preferencia, “Como De Plumas Malditas.” La exquisitez en el manejo del idioma y la atrevidamente deliciosa idea de trocar hígados por penes, le da a este mito milenario un contemporaneidad envidiable para cualquier escritor de historias. El segundo, y de nuevo, no por ello secundario, “Dolores.” Y es que en estos últimos dos años, en los cuales he tenido la oportunidad de realizarme como padre, aún cuando ya cumplí 52, he vivido una de las bendiciones mas grandes que la existencia me ha dado. Por ello es que llevo a flor de piel el mensaje de este otro favorito cuento. Ya que por los recién 24 meses que acostado al lado de mi esposa, y mientras la observé dándole el pecho al primero de nuestros hijos, y hoy haciendo lo mismo con nuestro segundo, he sido consumido por la tibieza del calor familiar, junto con el soñar e inventar futuros con los frutos de nuestra propia sangre. Acurrucados en el lecho se nos ha inundado la vida de tanta ternura y sentido, que entendería y compartiría a plenitud el desquicio de la madre del cuento, la completa perdida de mi conexión con la realidad si por alguna razón pierdo o se interrumpen mis ensueños y anhelos.

Es este ensayo mi reencuentro público con mi amiga de la juventud, y la colocación de “Cuentos Traidores” en la cuarta tablilla del primer tablillero en mi biblioteca, comenzado por la izquierda, como quien lee, mi privado homenaje. Allí vivirá, tanto para mi como para mis hijos, junto con José Luis González, Luis Rafael Sánchez, Pedro Juan Soto, Rosario Ferré, Juan Antonio Ramos, Luis López Nieves, Rafael Acevedo, Edgardo Rodríguez Juliá, Luis Raúl Albaladejo, Magali García Ramis, Ana Lydia Vega, Jose M. Rodríguez Matos, Tomas López Ramírez, Manuel Ramos Otero, Edgardo Sanabria Santaliz, Manuel Abreu Adorno, Carmen Lugo Filippi, y muchos otros gigantes de la literatura puertorriqueña del último medio siglo. Me veo en años venideros, visitando una y otra vez el libro de Rubis, así como hago con los demás, placenteramente influenciando mi pensamiento, y usándolo como mina inagotable de docenas de epígrafes y citas que inevitablemente moldearan mis futuras líneas.