El mercado en Suriname

Economia Solidaria

Suriname no es una cultura de mercados. No en el sentido en el que podriamos describir a Guatemala o México o Turquía, con grandes y coloridos mercados centrales; y múltiples y multifacéticos mercados periferales. Es más bien una cultura de pequeñas y constantes tiendas con artículos multilinguísticos que parecerían haber sido seleccionados al azar. Eso es, en la ciudad.

En las aldeas del interior del país, son pocos los artículos disponibles para la compra-venta. Las mujeres cosen y tejen su propia ropa; en su mayoría las madres cuidan todos los niños y niñas por igual; los hombres tallan sus utensilios en madera; usan higueras para comer; siembran lo que comen; y pescan o cazan para complementar su dieta de casabe, arroz y habichuelas tiernas. A pesar de que viven de día en día a merced de sus recursos, han aprendido a responder y sobrevivir en el contexto de su entorno como muy pocas personas podríamos hacerlo en los llamados países de alto ingreso.

El desarrollo alimentado por el influjo de turistas de países Europeos, ha cambiado la visión de algunas personas con respecto al potencial de desarrollar ingresos desde la producción y venta de artesanías locales. Cientos de turistas llegan cada año por avión o bote a algunas de las más grandes aldeas cimarronas ubicadas a las orillas del Rio Suriname. En su mayoría, llegan en pequeños grupos liderados por guías turísticos, quienes les enseñan brevemente la historia y estilo de vida de una sociedad que por siglos vivió con la meta de no ser encontrada.

El desarrollo comunitario esta integralmente relacionado a una perspectiva de género. Mientras muchos hombres abandonan las pequeñas aldeas en busca de trabajo y sus ingresos se reinvierten en nuevas familias o sus propios gastos; las mujeres se quedan a cargo de la cosecha, la casa y la familia. Por tanto, invertir en el desarrollo de ingresos de mujeres jefas de familia, contribuye a invertir en el desarrollo de recursos múltiples para toda una familia.

A partir de esta premisa, un puñado de entidades privadas, publicas e internacionales en Suriname han capitalizado la oportunidad representada por el turismo. La idea es entrenar mujeres locales para que produzcan de manera rutinaria los tipos de artículos que pudiesen llamar la atención de las personas visitantes: cousus (telas de aproximadamente metro y medio, decoradas y utilizadas como faldas, blusas o toallas por mujeres en muchas aldeas), adornos o utensilios de madera tallada, jabones y prendas, entre otros. Aunque muchos de estos productos han sido de uso local constante, los talleres reclaman enseñar nuevos diseños creativos, estrategias de venta y teorías de autogestión o empresarismo. Sin embargo, la consecuencia más obvia de este esfuerzo externo es la proliferación de productos artesanales casi idénticos disponibles para la venta a lo largo del Rio Suriname.

Aunque las tareas requeridas para lograrlo a menudo estén desconectadas o desenfocadas, las mujeres de las aldeas quieren organizarse para la venta. ¿Por qué quieren vender? Porque hay alguien con disposición de comprar. No están pensando necesariamente en contribuir a la compra colectiva de tanques de recogido de agua de lluvia. No están buscando crear cooperativas o micro préstamos. No establecerán postes de infraestructura eléctrica. Su interés consciente es mucho más sencillo. Han visto el interés de las personas visitantes de llevarse consigo un recuerdo de los bosques del interior del país y esto las motiva. Su interés expreso es acceder a algunas de las necesidades básicas que la modernidad nos ha creado, como pueden ser: un celular inteligente o una televisión de alta definición en donde ver programas durante las 3 horas de electricidad diaria racionadas a la aldea.

La joven de 21 años que atiende la mesa de venta en el Festival de la Herencia Surinamesa, es de descendencia cimarrona. Hace 16 años que su mama y su papa abandonaron la aldea en el Rio Suriname como estrategia para ofrecerle una mejor educación con mayores oportunidades. Le faltan dos años para completar sus estudios como maestra de nivel secundario. "¿Mantienes contacto con la aldea?" le pregunte. "No. Mi mamá visita a menudo, pero yo hace años que no voy." Cuando se gradúe, preferirá quedarse en la capital y dar clases en una de las escuelas de la ciudad. Una pena que un recurso valioso no será recobrado en la aldea. "¿Y tú haces la artesanía?" proseguí. "La hace mi tía y otras mujeres en la aldea. Me las mandaron a mí para yo ayudar con la venta en algunos mercados de la ciudad."

 

Los procesos de apoderamiento nunca son tan simples como pudieran parecer. Y quizás no se ha perdido un recurso después de todo