Poco papel y mucha tinta…

Crítica literaria
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Sobre la obra poética de Mayda Colón*

Hipócrates estaría muy orgulloso de su discípula, la Dra. Mayda Colón, quien, en un meticuloso ejercicio de conceptualización y ejecución, nos ofrece un potente fármaco para nuestro consumo.

Éste, el primer libro de Mayda, nos sorprende de múltiples maneras. Acostumbrados como estábamos a sus largos poemas narrativos —escuchados siempre, leídos con la gestualidad y la entonación urbanas que, siempre también, le imprime Mayda a su modo de leer—, la brevedad de sus textos en Dosis nos impacta por su modo de hacer hablar al silencio.

Dosis, además de cantidad o porción de una cosa, sobre todo en medicina, quiere decir también “acción de dar”, y en esta primera dádiva impresa de la Dra. Colón, administrada en la breve unidad de un CC, hasta llegar a 44, en lugar de estar los poemas en el centro de una página para que el blanco hable, están presentados más fluidamente en un rollo, al modo de los antiguos códices, y con las tintas también usadas para esos viejos manuscritos o pergaminos: negro y rojo. El material seleccionado por la autora para la presentación de su códice dosificado confirma el concepto del que parte.

Pero el que no exista todo ese blanco que rodea al texto en la página, no invalida las potencialidades del poema breve. El poema escueto (por definición, y siempre y cuando sea un buen texto) provoca en los lectores que incurramos en exceso de reflexión para compensar lo que el autor, mediante el silencio, no ha querido decirnos; nos induce a investigar qué vino antes, qué sucede después.

Lisa Block de Behar en Una retórica del silencio, al referirse a los espacios en blanco en la página del escrito literario y su relación con la función del lector, ha dicho: “En ese espacio no escrito, que tampoco debe ser dicho, se desarrolla la interpretación, la lectura que, sin obliterar el texto, lo aparta de su literalidad”.

En ese sentido, nos equivocamos si de primera instancia pensamos que son los textos extensos los que más provocan nuestra reflexión, nuestra invención, nuestro querer cercar el texto. Podríamos concluir que los textos breves, por todo lo que deja de decir el poeta, dejan más avenidas para que el lector entre en las posibilidades de lo sugerente. Paradójicamente, al incluir demasiada información, los textos largos son excluyentes mientras que los cortos, por esas aperturas, son más incluyentes.

En su ensayo sobre Rimbaud, Esteban Tollinchi, al referirse a Iluminaciones, el título del libro que siguió a Una temporada en el infierno, indica: “Rimbaud usó la palabra inglesa que corresponde a la voz francesa enluminare, la pintura acostumbrada en evangelios, breviarios y devocionarios. Imagen tras imagen quiere impresionar inmediatamente, sin palabras, sin significados (énfasis nuestro).” Los textos cortos de la Dra. Colón, “imagen tras imagen”, son así, como iluminaciones, como ramalazos de luz que deslumbran y ante los que el lector, cegado, si bien reconoce la carga del pistoletazo, queda perplejo y sabe que tiene que dedicarles más tiempo, pero después.

Se trata, por eso, de un fármaco al que hay que volver más de una vez para disfrutar de su exceso, de lo que no nos dice. Recalquemos con César Aira, quien, al hablar de Alejandra Pizarnik y la poesía breve de ésta, establece que “la brevedad asegura a priori la pureza, establecida por el surrealismo, al cerrar la puerta a todo lo accesorio o trivial que tiene la extensión”.

Si en el rectángulo o cuadrado de la página en cuyo centro se ubica el poema breve la mirada circula el texto, en el “rollo” de Mayda Colón la mirada es vertical, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, como si estuviéramos chequeando un cuerpo. El margen para lo que no nos dice está delimitado por los pequeños frisos, negros y rojos también, como los de los códices antiguos, con que acorrala cada dosis, cada Cc, cada oferta. Las manos, ese otro modo de mirar, se desplazan en torno al pergamino en el marco de una nueva incomodidad, vertical también, como si estuviéramos revisando el cuerpo de un paciente.

La incomodidad, pienso que a propósito, es uno de los soportes de Dosis. Recordemos en este punto que la palabra “fármaco”, además de medicamento, quiere decir veneno. Además del registro inusual que le propone a las manos, de ese modo de mirar antiguo a que nos invita en la era de los cibertextos, son muchas las interrogantes que nos plantea Dosis: ¿Cómo colocar este libro en la biblioteca, en qué tablilla, junto con qué? ¿Qué “deslucimiento” es ese? ¿Es acaso, la biblioteca, ese paraíso inventado de Borges, una suerte de botiquín enorme en el que los fármacos, uno tras uno, nos sanan; o, mejor, nos envenenan? ¿Son entonces, acaso, los botiquines diminutas bibliotecas en las que, como si fuera un capítulo de la serie CSI (“Crime Scene Investigation”), cada frasco nos transmite un relato, una evidencia, una intensidad? ¿Puede un libro, en realidad, ser así? ¿Qué es un libro? ¿Qué implica esta materialidad distinta propuesta por la Dra. Colón?

Productora de su libro, Mayda se inserta en la extensa tradición de los libros de autor, emparentándose así con figuras de todo ámbito, desde Virginia Wolf y Anäis Nin hasta Huidobro y otros poetas de las vanguardias, desde las producciones de la gente de Guajana hasta libros como Rantamplán de Ivonne Ochart y carteles como Alicia la roja. También se inserta en la más intrigante tradición de los libros-objeto. Y la discípula de Hipócrates sabe que ese desubicado acercamiento del cuerpo todo ante el frasco anaranjado, permea nuestra lectura.

Ese frasco nos envenena de conocimiento de dos maneras: primero, con el formato, con la propuesta de esa incomodidad antes mencionada, ese objeto de difícil y estrafalario consumo. De lo fácil, ya lo sabemos, no se aprende nada.

Segundo, nos envenena de conocimiento a través de la poesía misma. Pero esto hay que matizarlo. Más allá de esas nociones “new age” o trivializadas que presentan la poesía o el arte como mecanismos “light” de salvación del espíritu, del cuerpo o de lo que sea, la propuesta de Mayda Colón pienso que es más compleja.

En la tradición marxista, estoy generalizado, se ha establecido que el arte está a medio camino entre la ideología, en su sentido estricto, y el conocimiento. La ciencia, por su parte, se supone que siempre ha estado en el conocimiento. Parto de la premisa de que esa propuesta más compleja de Mayda se inserta en esa discusión secular sobre los límites entre el arte y la ciencia, sobre cómo los bordes entre ambos se hacen difusos, sobre como se solapan las distintas disciplinas de los dos extremos, hasta constituirse en gametos, como los del Cc 15, necesarios, la ciencia y la poesía, que se unen para dar origen a un nuevo ser: el texto… y la experiencia poética, tanto para el autor como para el lector. ¿No dijo acaso precisamente Alberto (Einstein), como familiarmente lo llama la Dra. Colón en el Cc 28, que la imaginación es la que lleva al conocimiento? ¿No fue acaso Hipócrates el que dijo Ars longa, vita brevis?

Dosis está completamente imbuído de ciencia, de conocimiento; o, al menos, de “ideología de ciencia”. También de una supraconciencia de que el conocimiento, la comunicación, los afectos, la historia, dios, la felicidad doméstica, el paraíso, la poesía misma, son ficción.

Además de su ob-je-ti-vi-dad, de su presentación como fármaco, la retórica de Dosis también refiere a la ciencia. Algunos poemas son presentados gráficamente, algo que venía trabajando Mayda en algunos poemas extensos previos, como fórmulas matemáticas o químicas elaboradas en un laboratorio como parte de un proceso de experimentación y búsqueda. La mano de la científica, no importa la ausencia de la bata blanca, apunta las fórmulas según va descubriendo. La ciencia, como el arte, tiene fórmulas.

Y los textos más breves, en ocasiones lindantes con el haikú pero sin su cárcel, son aforismos que enlazan extraordinariamente con los enumerados de Hipócrates. Recordemos tan solo algunos de su autoría para instalarnos en el tono sentencioso:

  • “Los ahogados, estrangulados y acometidos de muerte aparente, si tienen espuma en la boca, no vuelven a la vida”.
  • “A enfermedades extremas, remedios heroicos, excelentes y bien administrados.”
  • “Lo que conviene evacuar debe ser dirigido por lugar conveniente”.

Y ya hubiera querido Hipócrates añadir a su inventario el Cc 21 de la Dra. Colón: “Más allá de la trampa del papel, la ausencia y tú son términos inversamente proporcionales”; o el 12: “Hay héroes que intentan podrirse entre las páginas sin que nadie los vea”;  o el 17: “Justo después de crear el mundo, si hubo un dios, supo que la perpetua alegría sería una emoción insostenible”; o el 40: “El orgasmo se anula sin un movimiento constantemente acelerado”. Sobre esto y lo del movimiento, creo que Einstein tendría también algo qué decir.

Dosis, no obstante todo lo antes dicho, ha sido recetado por la Dra. Colón, quien, al igual que todos nosotros, está enferma. A lo largo de todo el fármaco, un  ficcional le sirve de interlocutor para realizar desplazamientos del yo poético, por un lado, y, por otro, el yo melancólico del que hablaba Freud. Ése que “se conduce como una herida abierta” permea todos los poemas producidos.  Escritura desde la melancolía, desde todas las pérdidas posibles —que constituyen, de todos modos, un espacio de comodidad—, los textos de Dosis constituyen la entrega de una enferma del alma que se vacía en el fármaco con que nos quiere envenenar, ese envenenamiento que conduce al conocimiento.

La ironía es salvadora en este hospital. Los juegos de palabras y líneas como “Estos versos son como algunos humanos, mucho papel y poca tinta”, “Sin la ecuación de Alberto, cómo hubiéramos sabido que el odio tenía cargas subatómicas”… y otros apuntan a un proceso de  recuperación, aunque dudoso y crónico.

De una poeta que es capaz de escribir versos como el 8: “Cuestión de oficio. Frente al destierro del poema he podido emigrar de todo, excepto de las palabras”; como el 11: “Eleguá, niño, no juegues a abrir caminos, no dividas el mar, que tengo la piel de los pasos descalza”; ó el 32: “Algunos tienen que morir porque quienes desprecian su vida no pueden repartirla entre los más necesitados”; o el 6: “Causa y efecto. Sé que voy a morirme al borde de una duda milenaria”… De una poeta, repito, que es capaz de escribir esos versos debemos esperar más libros.

No sé cómo serán, tampoco sé si éste lo pondré en la biblioteca o en el botiquín, quizá al lado de otros frascos que esta edad me obliga a tener al lado de la cama. Tampoco sé, después de las intensas lecturas para esta presentación, si lo volveré a abrir y que se me vuelva, de nuevo, un rollete entre las manos que me dará apuro enderezar para no lastimar el pergamino.

Sí sé que a una poeta que, la parafraseo, “habla de aquellas cosas que no son posibles”, que es lo que debemos hacer todos, y para la cual “en la vida todo es naufragio”, hay que pedirle que esos futuros libros, esa nueva farmacopea, no la apresure; que la decante como ésta, que es su mejor modo de entrar al mundo de los libros, que no al de la poesía, donde estaba desde antes. Hay que recordarle, y recordarnos, parafraseando su poema 42: “Para qué dios, si está la poesía, y ya no estamos tan perdidos”.

 

*Texto de presentación del libro Dosis, de Mayda Colón

30 de agosto de 2008

Poet´s Passage, Viejo San Juan

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Vanessa Droz es escritora, periodista, diseñadora gráfica y relacionista profesional. Durante la década del setenta fue miembro de las principales revistas literarias del país. Su poesía ha sido incluida en innumerables revistas y antologías nacionales y del extranjero, ha publicado artículos de opinión en la prensa del país y crítica de arte en catálogos y revistas. Tiene tres libros de poesía publicados: La cicatriz a medias (1982) —mejor libro de poesía publicado ese año (El Nuevo Día)—, Vicios de ángeles y otras pasiones privadas (1996) —Primer premio, Instituto de Literatura Puertorriqueña— y Estrategias de la catedral (2009) —finalista del Primer certamen literario del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Fue presidenta del PEN Club-Puerto Rico (1991-93) y de 2003 a 2007 tuvo a su cargo el Taller de poesía de la Universidad del Sagrado Corazón. En 2008 recibió el Premio Nacional San Sebastián “por su destacada labor como poeta, escritora, comunicadora y promotora cultural”. Desde agosto de 2011 anima el programa cultural Esto es cultura (Radio Isla 1320).