Identidad, lengua y resistencia: aprendiendo a hablar para vivir una vida plena

Creativo

CONGRESO EDUCACION PARA LA VIDA
UPSA, Bolivia
Marzo 2013

El viernes pasado, tan reciente como hace unos pocos días, el equipo de béisbol de Puerto Rico, venció al equipo de los EE.UU en el Clásico Mundial del Béisbol edición 2013. Fue algo interesante, pues dicha derrota provocó múltiples reacciones entre otras, la emergencia de un nacionalismo ligero o light, el cual señaló la posibilidad de romper vínculos con los EE.UU. O para ponerlo de forma aún más compleja, ¿qué hacemos cuando el esclavo derrota al amo?

Los comentarios por las redes sociales no se hicieron esperar. La borrachera emocional fue plena, y todo el mundo comenzó a alucinar que es posible no sólo ganarle al imperio sino ser autosuficiente.  En este contexto, la picardía popular se apoderó de toda instancia de comunicación.  Esa fue la noche que en el pensar del afamado escritor José Luis González, “volvimos a ser gente”.

Pienso que el deporte, como cualquier otra instancia de afinidad emocional con un territorio en particular, provee un espacio identitario: algo me hace a mi puertorriqueño, diferente a ser boliviano o mexicano.  Es ese el misterio inicial de la conversación – tratar de entender que me hace a mi distinto a, diferente de, y sobre todo crítico de ciertos tipos de comportamientos pero no de otros.
La segunda consideración ante lo que he expresado, es como explico y me comunico por vía de un lenguaje que me permita incorporar esa identidad que me constituye.  Un ejemplo también reciente me viene a la mente: ¿cómo enseño a bailar salsa a una persona sorda?  En particular cuando tengo que reconocer que para bailar, se presupone que debo seguir un ritmo y ese ritmo sólo lo puedo seguir si lo escucho.  Entonces, ¿cómo y por qué baila una persona sorda? Un sordo, según me cuentan, aprende a bailar porque siente el ritmo – ese sentido no está afectado en su organismo, por lo cual un sordo puede sentir el vibrar de la música.

Y, ¿qué hacemos con esta identidad y lenguaje en un mundo tan inmerso en sus problemas?  Me parece que lo lógico es resistir produciendo respuestas concretas que permitan romper con la lógica de la identidad dominante, como a su vez crear o transformar el lenguaje que nos permita referirnos al nuevo paradigma de otra forma hasta ahora no reconocida. En este sentido recojo otra experiencia de este fin de semana, la cual me hace pensar en las resistencias como forjadoras de una cultura que transgreda y nos permita ser, más allá de nuestro entorno y posibilidades. 

En  un concierto de música tradicionalmente reconocida como africana en Puerto Rico, participo como espectador y reconozco que ante mi hay un conjunto de nueve mujeres tocando un ritmo que se llama bomba.  Dicho ritmo, su ejecución musical hasta hace muy poco era parte del territorio de los hombres. ¿Por qué son mujeres ahora? Es algo que me parece un asunto extraordinario para ser interpretado. En el mejor de los casos creo que esto hace alusión a la resistencia impuesta por parte de las mujeres en dos direcciones: por un lado, ir en contra de su propia identidad, que hasta entonces había dicho que el ritmo de la bomba era interpretado solo por hombres.  Pero también es ir contra la identidad dominante, en este caso blanca, que deja a las mujeres en una posición de inferioridad estructural dual: ante los blancos como ante los negros.  

Entonces el ritmo de la bomba se trata de un acto de liberación, el cual forja una nueva identidad con un nuevo lenguaje que es a fin de cuentas liberador y transformador.  Pero es una identidad que, y a pesar de cualquier contradicción, intenta dirigir el paradigma dominante, a uno más democrático.

Identidad, Lengua y resistencia: aprender a desaprender.

En la vida social, todo proceso de aprendizaje, requiere de un proceso de desaprendizaje. Aunque parezca tautológico, es un camino a seguir.  Los procesos de aprendizajes primarios, aunque sean en la relación más básica materno-filial, conllevan un proceso de desaprender. No es algo exclusivo del infante que está siendo educado, sino la propia madre que transmite un conocimiento que representa formas anteriores de conocimiento que ella misma transmite. 

Entonces parto de la premisa que existe una colonialidad del pensamiento, para utilizar a teóricos como Aníbal Quijano, pero partiendo de la premisa del pensamiento de Franz Fanon, quien planteó la importancia básica de descolonizar la mente como parte de un comportamiento social impuesto y no asumido. 
Desde esta perspectiva toda acción social constituye un acto aprendido, al cual se le puede imponer una relación de dominación entre el que define lo correcto y el que lo asume.  Ese entendido social, entonces, establece una norma con la cual vivimos y asumimos como válida.

Asumimos, por ejemplo, que la democracia es participar en procesos electorales cada cuatro años.  Asumimos que en la vida democrática, todos somos iguales, aunque no lo somos.  Asumimos que las relaciones con la diferencia son de naturaleza simbólica pero no sustantiva.  Es decir el lenguaje que asumimos contiene formas de poder, invisibles que permiten que las relaciones de dominación se sigan multiplicando. Por eso, no nos podemos olvidar, que las feministas lo segundo que atacaron, una vez implosionaron la desigualdad del género, fue el lenguaje.  Se concentraron en crear un lenguaje que no fuera dominante: intercalar los artículos él o ella, por tiempo que nos tome, es profundizar en la democracia representativa y directa de un mundo que no es, por decir lo mínimo, justo.

Es aquí donde la relación entre la identidad asumida en transición, vis a vis una lengua redefinida, nos permite realizar un acto de insubordinación light, o ligero, con el cual convivimos a diario, sin identificar que estamos siendo hostiles.  Esto quiere decir, que hemos aprendido a convivir de forma revolucionaria sin ser excepcional.  La revolución, como hace tiempo acuñó el chileno Fernando Mires, es la que nadie soñó.  La revolución constituye un acto integrado de resistencia, el cual ya no es un momento de excepción y único, y sobre todo glorioso.  Se trata de un devenir continuo, el cual nos permite ir transformando continuamente nuestras formas de vida no democráticas a formas de vida cada vez más democráticas.

De esta forma me es necesario redefinir mi identidad, de una que asume la vida a una que vive la vida de forma cuestionada y en respuesta.  Por otro lado, requiero de un lenguaje que aunque viejo, diga cosas nuevas, que sean diferentes.  Pero más que nada, debo comprender que en mi hacer, en mi continuo quehacer, voy transformando la vida, y sobre todo redefiniendo los parámetros.  Enfatizo, se trata de una revolución integrada.

Una nueva visión integrada de cultura y vida democrática

Como todo cuerpo orgánico, lo que no funciona en los procesos de evolución tiende a ser superado.  En otras palabras muchas de nuestras conductas sociales, por no decir de los atributos físicos, van evolucionando según los dejamos de utilizar, entre otras cosas porque dejamos de pensar de esa forma o de valorar de igual forma lo que antes hacíamos. El concepto de evolución se trata de eso, de un cambio progresivo.  Ante esto la cultura va modificándose y los nuevos aprendidos sociales van cambiando nuestras formas de ser, y las formas que ha habíamos dado por buenas van siendo superadas y modificadas por formas y maneras más recientes que le valoramos como las correctas.

Creo por tanto, que debemos de ir integrando pequeños cambios en los comportamientos individuales a colectivos, de naturaleza social, para que estos puedan incidir en lo que constituirían cambios culturales.  Es en este momento que podemos pensar que hay un movimiento desde el ente social, para poder asumir esa posición de progreso, de transformación y de que estamos en una mejor posición ahora que en el pasado.   En este punto seguimos siendo modernos – esto quiere decir, que vemos el fututo, progreso, como bienestar.  Por lo tanto todo cambio que promulguemos debe coincidir con esto.
Las sociedades tienen a valorar momentos como de bienestar si sienten que colectivamente ha habido progreso. Desde esta lógica los procesos de educación deben forjar, en adición a mejorar el sentido de convivencia social de cada persona (“me siento con las destrezas correctas para estar en el lugar correcto”)  un sentido generalizado que “aquí hacemos las cosas de forma distinta a como se hacían antes”.
Democratizar la vida, es también democratizar las formas culturales que nos gobiernan.  Para muestras muchos ejemplos.  Por un lado, y volviendo al caso feminista, haber introducido los artículos “él y ella” en nuestras formas de hablar, trata de un largo proceso de cerca de 40 años, que a nivel global todo el mundo comienza a aceptar.  Hablar exclusivamente desde el paradigma masculino, en muchos circuitos comienza a sentirse como un comportamiento del pasado. 

Por otro lado, y en un caso que me toca de forma muy cercana, es en Puerto Rico en uno de los municipios más pobres y negros del país –Loiza.  Allí se reflejan nos patrones culturales en cuanto a la violencia y la muerte, bastante alarmantes.  Con una población de apenas 35 mil personas, Loiza reflejaba niveles de violencia, asesinatos, por la cifra de 150 asesinatos por 100 mil personas.  Esto representa una media de más de 500% más alta que la media nacional de asesinatos, que ronda los 30 asesinatos por cada 100 mil personas.

A través de un proyecto llamado Acuerdos de Paz, desde principios del año 2012, iniciamos un proceso de modificación de comportamientos culturales.  Entre muchas cosas, descubrimos que la vida y la muerte, como diría el cantante Rubén Blandes, toman cervezas juntas. Descubrimos que los comportamientos culturales dominantes han legitimado la muerte como una forma de vida.   Luego de un proceso educativo, interaccionando de forma prioritaria con el perfil de la persona que es asesinada como la que asesina (es decir, jóvenes varones, entre las edades de 20 a 24 años), descubrimos  si se les escuchaba, los jóvenes estaban dispuestos a modificar sus comportamientos. 

Esto nos pareció muy significativo, pues la apuesta de los jóvenes inmersos en la violencia no era continuar la violencia, sino de ser escuchados para a partir de ahí dejar la violencia. Este proceso ha dado frutos muy significativos en la medida que cerramos el año 2012, con una merma sustancial de asesinatos en dicho municipio de un 53% menos que el año anterior.   A partir de ahí comprendimos que a través de un proceso continuo de educación, promoviendo la integración en lugar que la exclusión, y más que nada aprendiendo a escuchar para ser escuchados, logramos modificar sustancialmente un entendido cultural sobre la violencia.

Logramos en el caso de Loiza, a través de la transformación cultural desarrollar un nuevo entendido de las relaciones sociales mucho más democráticas (participativas, incluyentes, plurales) que lo que existía con anterioridad. 

Transformar al oprimido como al opresor

Hace tiempo que supere el postulado judeo-cristiano de los buenos y los malos.  Simplemente somos.  Todos y todas incluidos.  Todos y todas participamos de procesos en los cuales a veces oprimimos como a veces somos los opresores.  Se trata de una lógica inspirada en el pensamiento de Franz Fanon.  Ahora bien, la pregunta de rigor es ¿cómo podemos superar una cultura que se constituye de forma bi-popular, para pensarnos en una cultura que se ve y actúa de forma plural?

El proceso requiere, sugiero iniciar un largo camino de transformación que irradie en la cultura en general, pero de forma particular en la cultura de aquellos que asumen ser el opresor como aquellos que asumen ser la víctima. Se trata de un asunto un tanto complejo, pero normalmente en los procesos educativos nos hemos dado a la tarea de trabajar con él o la  transgresor-a,  con la persona que violenta la ley, o con la persona que hace un daño a la sociedad.  Pero ¿cómo respondemos con la persona que se enfrenta a dicho daño?

Es en la relación con el perdón y la reconciliación entre la víctima y el agresor-a donde veo que hay que realizar un trabajo muy profundo.  Los procesos de educación para transformar, sugiero, crean normativa sobre el cambio y modificación de conducta dirigido a modificar comportamientos de la persona que “erró”. Sobre esta persona nos concentramos en todo momento. Pero que nos dice esto, en torno al que evalúa al errado.  Nos dice muy poco.  Por eso las sorpresas continuas cuando, y como comentamos, “quien lo hubiera imaginado, tan buen muchacho que era Pepe”.  Es decir, la concentración en una mirada y no en todas las miradas de la vida, crea sorpresa.

Lo que hemos aprendido a lo largo de muchos años en trabajo comunitario, sobre todo en la transformación de conflictos como en la erradicación de la violencia,  es el hecho de que hay que trabajar con todo el conjunto, para que todos y todas se muevan en la misma dirección. Sobre todo, que la gente va modificando conductas para mantener una dirección pero inevitablemente la dirección vuelve a cambiar, lo que requiere procesos continuos de reforzar conductas aceptadas y modificar de forma continua las conductas no aceptadas que re-emerjan.

Conclusión

Podríamos aprender que los cambios culturales todos, para alcanzar un nuevo paradigma, requieren de una modernidad particular – esa que crea identidad, que asume un nuevo lenguaje y que sobre todo ve las resistencias y respuestas como necesarias.  Es una modernidad donde el progreso, nunca deja de ser contradictorio – hacia adelante pero hacia atrás.  En esto retomo del pensamiento de Michel Foucault, y pienso en lo contradictorio que ha sido la modernidad.   Pero no asumo, de forma ligera un concepto de postmodernidad, sino que asumo un momento que es post-moderno y que aún no hemos podido definir de forma común.

Ahora bien,  se trata de repensar la modernidad: una donde se van creando ciertos fundamentos o bases sólidas sobre ciertos entendidos comunes, que a partir de ahí producen cambios y modificaciones.  Sin lugar a dudas entre algunos y no entre todas y todos.  Pero lo interesante es comprender que una vez surge el entendido, hay profundizar en aceptar dicha norma como emergente y potencialmente válida.
Todo lo alcanzado, como nos recuerda Marshall Berman, es sólido para volverse a desvanecer.  Nada es un continuo de forma absoluta. Sobre todo en lo que respecta a los comportamientos humanos. Por ende, apostar a que nuestra identidad está sujeta a cambios es el primer punto de partida en la conversación.  Sin lugar a dudas, modificada nuestra identidad, nuestro lenguaje debe reflejar esos cambios para incluir las nuevas formas de representar a la identidad.  Ahora bien, de lo que no podemos prescindir, en ninguna dirección, es del sentimiento que la resistencia a lo establecido es innecesario o evitable.  Por el contrario, el diálogo continuo debe ser a modificar conductas continuamente a partir de la lucha entre lo establecido y lo porvenir.

Que sea la educación continua, de todos y todas, de los negros como de los blancos, de las indígenas como de las doñas,  de los asalariados como de los patronos, lo que nos lleve a convivir en un mundo, que tal vez pueda ser mucho mejor.

Bibliografía:

Berman, Marshall – Todo lo sólido se desvanece en el aire.

Fanon, Franz – Los condenados de la tierra

Foucault, Michel – La microfísica del poder.

Quijano, Aníbal – La colonialidad del poder.

Mires, Fernando – La revolución que nadie soñó