Sueños de ATRIPLA, o despertar dentro del sueño del sueño del sueño

Crítica literaria
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altBreves apuntes sobre (In)somnio, de Ana María Fuster Lavín

La primera vez que me tomé la ATRIPLA, segundo tratamiento contra el vih que consiste en una sola tableta todas las noches antes de acostarte, soñé que estaba atrapado en un sueño del cual, cada vez que salía, caía en otro. No eran pesadillas. Eran solo eso: sueños, raros, bonitos, extravagantes, pero no pesadillas. Y lo peor de todo es que tenía ganas de no despertar nunca.

Conviví tres años con ese tratamiento. Recuerdo que los efectos secundarios de la Sustiva, uno de los tres ingredientes de la pastilla, me hacían sentir como si mi vida fuera el peor de los sueños de Calderón de la Barca. Me sentía como en un letargo del cual no podía despertar. Como si nada fuera real. Como si el mundo entero fuera la cortina de otro mundo mucho más terrible. A veces no dormía. Podía pasar períodos hasta de 7 meses de mal dormir. En ese período conocí (in)somnio, de Ana María Fuster Lavín, texto que nos ocupa hoy. Y recuerdo haberme visto retratado en el mismo.

Treintaidós cuentos o capítulos, como decida usted verlos (yo veo este texto propiamente como una novela) llenan al lector con esa experiencia límite de quien ha trasnochado por mucho tiempo. Ese tocar y no sentir, ese oír sin escuchar, ver sin ver… Sucede que el desvelo, en su desplazamiento de los hechos y los objetos, hace que uno viva “entre” dos mundos: el entendido como real y el hermoso desconocido cuya existencia damos por dada, pero no nos atrevemos a indagar en ella. Y hay una razón para ello: indagar en este otro mundo envuelve la trampa que le tendieron al gato, la succión de arena movediza en el suelo, en el cual, cuando caes, ya sabes que todo se jodió. Que ya jamás saldrás de esta. Que no te queda de otra salvo seguir adentrándote en el delirio, más que por buscar una salida, para saber hacia dónde te conduce el mismo. O hasta dónde puedes llegar en él.

De “Primavera añil”, y cito: “Sueño que me sueñas. Entro en tu sueño y siento tu calidez, que aumenta según me sumerjo en tu cuerpo. Tus pequeños movimientos involuntarios me provocan cosquillas.”

La primera vez que le dije a mi psicóloga que estaba sintiendo todas las noches que aterrizaba de golpe en mi cama, ella me habló de algo conocido como “alucinaciones táctiles”. Este libro está lleno de ellas, porque ¿qué, sino un aterrizaje forzoso en tu mismo cuerpo, puede ser considerado una experiencia límite? Y hablo de dicho tipo de experiencias porque esto es un libro puramente gótico en sus vertientes tanto neo como clásica.

El insomnio prolongado te desdobla. Comienzas a escuchar voces, a ver visiones, a sentir lo que otros sienten, y en tu delirio trasnochado, te conectas con el dolor universal. Te desdoblas. En inglés, el proceso se conoce como “unraveling”, que se traduce literalmente como “deshilacharse”. Interesante. El sueño saludable es lo que mantiene tus hilos unidos. Tus átomos. Lo que conoces como realidad, que como diría Morpheus en The Matrix, “What is real? How do you define real? If you're talking about what you can feel, what you can smell, what you can taste and see, then real is simply electrical signals interpreted by your brain.”

El personaje principal de esta novela se desdobla en miles de personalidades que se convierten en personajes en sí mismas. Ana, Soledad, Aura, Ainhoa, Elena, Sara Morrigan, las conocidas, las hermosas desconocidas… son todas la misma persona dentro del insomnio de quien ya no puede definirse (o contenerse) dentro de un solo espacio de carne. Cada personalidad es humana y deidad, Aura puede ver el futuro y tiene aires de bruja, Sara Morrigan es la diosa celta de la guerra, o una de tantas. Eso. Una de tantas. El insomnio hace que el personaje principal sea una de tantas.

Cito de “El diario de Ana”, primer capítulo: “mírame, mírate, tú no eres nadie, eres una marioneta de mi propio insomnio. No existes. Eres producto de mi mente, de mis diarios, y tengo que matarte”. Porque solo en el acto de matar una de estas personalidades, que tal vez son tan reales que se hacen cuerpo, o tal vez son meras disociaciones, radica la aparente solución al dilema del no dormir. Después de todo, ¿quién puede conciliar el sueño con tanta voz en la cabeza?

Había una vez un hombre, Roderick Burgess, a quien Morpheus de los sueños castigó con una eterna pesadilla. Justo cuando el hombre despertaba de una, aterrizaba en otra peor. Sus seres amados los veían convulsar en su sueño, del cual solo logró despertar una sola vez en varias décadas. En el mismo texto donde aparece la historia de Roderick Burges, The Sandman, de Neil Gaiman, se hace referencia a la enfermedad del sueño, encephalitis lethargica, la cual arrasó con el globo terráqueo durante la década de 1920 y la Gran Depresión. Leyendo (in)somnio, de Fuster Lavín, siento que los efectos de la enfermedad del sueño no nos han dejado del todo. Que hay trazos, resabios en nuestro ADN postmoderno que nos recuerdan que en cualquier momento podemos caer en un sueño profundo del cual difícilmente podríamos levantarnos. Un sueño de esos de ATRIPLA.