Un queer diálogo

Creativo


altA través de un viaje personal entre dos lectores de lo queer y dos creadores de la palabra, nos proponemos expresar nuestros sentires como una hagiografía o vida de santo, en el sentido de San Juan de la Cruz: "mi amado las montañas los valles nemorosos las ínsulas extrañas" o Santa Teresa de Jesús transverberada en su transfixión o fiesta del corazón, habiendo sido flechada por el ángel que en esa penetración la lleva al momento de éxtasis, de unión e iluminación total y absoluta con Dios.  Dicho de otro modo:  les explicaremos a nuestros oyentes cómo arribamos al lugar de lo queer como una ética de vida, así como lo hicieran los santos en sus hagiografías. Lo queer es, pues, ese espacio fértil de la diversidad sexual y humana donde convergen lo sacro y lo profano, y donde a veces se deciden las identidades sexuales del individuo, o se mantienen en un péndulo de indefinición plena lesbigaytrans.

Para mí, leer sobre las sexualidades periféricas de las que habla Michel Foucault en su texto fundacional Historia de la sexualidad significó un encuentro personal en la letra con toda mi vida como individuo, en una época estructuralista en la que los críticos no podíamos hablar de nosotros sino de las formas y estructuras de las obras artísticas para llegar al significado posible e imposible.  Foucault me decía al leerlo en mis años universitarios de 1979-1984: “el discurso sobre el sexo, desde hace ya tres siglos hoy, ha sido multiplicado más bien que ratificado; y que si ha llevado consigo interdicciones y prohibiciones, de una manera más fundamental, ha asegurado la solidificación y la implantación de toda una disparidad sexual”.  Esta situación dispar la hemos vivido en carne propia los sujetos queer: aquellos que no nos amoldaremos al dilema macho/hembra de la especie y optaremos por un macho/macho o hembra/hembra, o cualquier otra combinación “desviada” o redirigida o multiplicada, para seguir con Foucault.  O para ser más exactos, se trata de salirse de una heteronormatividad o convención que nos pretende dictar las categorías tiránicas de género, entre lo masculino y lo femenino, sin recurso a intermedios.  Este acto de rebeldía es una de las piedras angulares de lo queer.

Se trata de ampliar/multiplicar el registro de las expresiones en la diversidad sexual, como uno de los momentos clave en el entendimiento y comprensión de aquello en que la sociedad nos ha ido alienando como: locas, patos, cangrejos, puñales, maricones, pájaros, desviados, adelaidas, cachaperas, bolleras, del otro lado, que se le hace agua la canoa, se me hace que no es nuez,  los 41 o la cuarentera, etc.  Las expresiones y los insultos son muchos para desembocar en términos clínicos como “homosexual” en contraposición a “heterosexual”.  Lo curioso en toda esta nomenclatura colorida es el insulto que se celebra una vez. Son dos patos o dos cachaperas quienes se autonombran de esta manera en las redes sociales, para escandalizar sin quererlo, o queriéndolo, a los no entendidos, es decir, a aquellos que no han desarrollado un gaydar o radar gay.  Al entendido se le llama ahora ally o aliado/a, es decir, aquel o aquella que entiende de estos asuntos queer (un término que va más allá del binarismo lesbiana/homosexual, para incluir al bi, al transgénero, al travesti, al intergénero o intragénero).  Somos todos aquellos que hablamos de una diversidad sexual en nuestros cuerpos, más allá de nuestras respectivas orientaciones sexuales heredadas por el sistema.  Porque puede haber, por ejemplo, un travesti que no sea transgénero ni homosexual, como el caso de Letal en la famosa película de Pedro Almodóvar: Todo sobre mi madre.  O un hombre gay que no sea queer porque se quiere circunscribir a una vida monogámica con su pareja, tener hijos adoptados o in vitro y ser aceptado por sus vecinos heteros como cualquier ciudadano modelo (las series televisivas están llenas de ellos).  La fauna diversa del mundo lesbigaytrans se multiplica en estas capas identitarias mediante las cuales accedemos a todos aquellos individuos en los que se cuestiona la noción de género. Incluyendo a quienes estén escuchando o leyendo después estas palabras, y se encuentren en ese momento de indefinición sexual, donde los seres están cuestionándose si el beso que se dieron los dos compadres o las dos comadres, en medio de una borrachera, les hace putos o lesbias, para dar otro ejemplo de lo queer no desvelado ni manifestado abiertamente sino en el espacio del clóset.

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Este queer diálogo se inicia a partir de lecturas compartidas cuando elaboré mi libro Verbo y carne en tres poetas de la lírica homoerótica en Hispanoamérica (2005) y otras que he intercambiado desde entonces.  Una escritora chicana, Gloria Anzaldúa, me ha servido para aterrizar todos estos conceptos en el texto literario con las siguientes palabras: “ver en y a través de disfraces falsificados e inconscientes al penetrar la superficie y leer debajo de las palabras y entrelíneas…  Para mí, entonces, es una cuestión de si el individuo posee un modo de lectura que puede leer los subtextos y puede intercalar sus experiencias entre las brechas. Algunos lectores convencionalmente entrenados no tienen la flexibilidad (en su identidad) ni la paciencia para descifrar un texto ‘extraño’, es decir, diferente”.  Hay que aprender a leer entrelíneas y entender los silencios y las pausas de una literatura que apenas apunta a su dimensión queer.  La labor del lector/crítico es dilucidar esos “disfraces falsificados” (la flecha del ángel de Santa Teresa que la apunta como un pene y la traspasa llevándola al éxtasis místico), penetrar la superficie y leer debajo de las palabras de Sor Juana cuando nos habla que “Ser mujer, ni estar ausente,/ no es de amarte impedimento;/ porque sabes tú que las almas/ distancia ignoran y sexo” en relación a su Mecenas, la Condesa de Paredes, o después en El sueño declara: “el mundo iluminado y yo despierta”, pese a las famosas escenas de la película de María Luisa Bemberg basada en la vida de la monja mexicana: Yo, la peor de todas, donde la condesa y Sor Juana comparten momentos de intimidad en la celda del convento jerónimo.

Al intercalar nuestras experiencias entre las brechas de un texto podemos reinterpretarlo libremente ajustando su lente a nuestra visión contemporánea, sin adulterar necesariamente la dimensión en la que se gesta la palabra original.  Hay que descifrar esos escritos “extraños”, otra definición del término inglés queer, que a la vez se refería a una moneda falsa.  A esas palabras diferentes hay que encontrarles el golpe de una dimensión sexual multiplicada más allá de las convenciones heredadas.

Hay otras expresiones literarias como la poesía camp del argentino Néstor Perlongher o del boricua Manuel Ramos Otero que nos incitan al deseo de los cuerpos en sus letras: “¿Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas/ (tan derramadas, tan abiertas)/ y abriremos la puerta de calle al/ monstruo que mora en las esquinas” (Perlongher) o “Tus manos José tus dedos José/ tus brazos José tus hombros José/tus labios José tus besos José/ tus ojos José tu pelo/ todo en mis manos José/ todo tu cuerpo en mis manos/ todo tu sudor José para mi único vaso…” (Ramos Otero).  Estas dos citas abundan en la dimensión gay de dos hombres erotizados.

Quisiera ampliar este queer diálogo a mi novela Conversaciones con Aurelia, donde vertí el alma de una draga o de un travesti enamorado de un tal Miguel, como en el poema de Manuel Ramos Otero, el José de brocha gorda fue su fuente de inspiración.  En el caso de mi personaje, de la mala Aurelia, es Miguel, el macho que frecuenta El pájaro azul, puticlub sanjuanero donde se desarrolla parte de la acción de la novela.  En el mismo inicio del texto Aurelia nos declara (pasando el epígrafe que comenta que “el fracaso es lo que nos trae de vuelta a la realidad”, como argumenta el personaje de Faye Dunaway en La madame de Beverly Hills) que Miguel: “Llega:/ se me sienta ahí delante/ y me mira hasta volverme loca/ -un poco más de lo que ya soy-/ Es alto, bello y esas cosas:/ ¿por qué, Dios mío, por qué/ me gustarán tanto?/ Y justo ahora en medio de mi número/ de estrella del espectáculo/ me sonríe y súbitamente el mundo / se me llena todito de colores/ para próximos amaneceres…/  Si no te digo: se me sienta ahí delante./ Yo alzo la pierna toda sensual/ como la Fabery/ -siendo de un país tropical-/ y de repente me lluevo toda/ -los aplausos-/ el silicón se me deshace/ hasta que se me corre el maquillaje./ Un auténtico desastre, nena,/ pero él/ -como si no notara este caos/ y este orden de emociones-/ÉL/ se me mete entre el deseo/ y no sé ya de mí/ sino hasta cuando friendo/ y comiéndome por dentro/ algo me dice que ese huevo quiere sal”.

En estas tres instancias, Perlongher, Ramos Otero y Aurelia,  se explora el deseo de los cuerpos masculinos por otros cuerpos masculinos.  Dos emisores asumen el ropaje de una femineidad afectada en las voces de quienes coquetean con el género desde las construcciones de cuerpos masculinos feminizados en la voz, y en la afectación de un discurso paródico de la mujer, pero a la vez asumiendo los afeites y constantes propias de lo femenino desde un cuerpo y una óptica tanto masculina como gay y queer.  Otro emisor opta por apoderarse del nombre del amado, “José”, como un mantra o un talismán, y recorrer el cuerpo todo hasta poseerlo, conjurando en la palabra misma de ese hombre de papel, en el verbo y en la carne, y en la descripción de sus besos por los labios de José.

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Volviendo sobre Foucault y Anzaldúa, como dos posibles focos de luz para iluminar este queer diálogo, quiero indagar por ahora que la literatura escrita por sujetos marcados por el deseo hacia el mismo sexo jugando con las nociones macho/hembra (como en el caso de Aurelia y del poema de Perlongher) es una manifestación de lo humano que la sociedad patriarcal siempre ha querido re(de)primir.  Es de sobrada aceptación el hecho que queremos condicionar a los niños en el azul y a las niñas en el rosado aún en el siglo XXI.  Digan lo que digan los demás, sería interesante dejar que los niños expresen si uno u otros colores son de su agrado, independientemente de la ansiedad de la influencia de ciertos padres que quieren a toda costa borrar lo que se ve a la superficie de tener un hijo diferente.  Aquel que no se conforma a los dictámenes del género y que trae tatuado en su frente lo queer como un destino real en el “born this way”, o nacido de esta manera, de Lady Gaga.  O aquellos niños que se amoldan sin más al azul o las niñas al rosado, pero llegado el momento de su liberación sabrán optar por uno u otro color a discreción.  Esto no quiere decir que habrá quien azul o rosado es quien es, un macho bien plantado en la especie o una hembra bien sembrada en las arbitrariedades de ser mujer en nuestra sociedad latinoamericana.  O como decía aquel famoso merengue de Olga Tañón, “Receta del amor”: “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”.


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“Yo misma fui mi ruta, yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese, un intento de vida, un juego al escondite con mi ser”.  Esta cita de los versos de la boricua Julia de Burgos me hace pensar en la tiranía del género de la que hemos estado hablando y cómo este queer diálogo sobre lo queer, intenta precisamente ir más allá de estos tormentos de una mujer que fue su ruta y quiso ser como los machos quisieron que ella fuese, un amago de vivir y un jugar a esconderse de sí misma para satisfacerlo a ÉL.  Ese ÉL con mayúsculas tanto en la e como en la ele del poema con el que abre mi Conversaciones con Aurelia.  A Aurelia la pensé en vivo, la vi en tantos shows travestis de España, en Vigo, para más señas, de ahí salió la Isabel Pantoja y Sara Montiel. También en la Isla, es decir en Puerto Rico, con La Lupe e Ivy Queen, la caballota, o aquí en Yucatán donde vi a una draga perfecta, Alexis, quien hacía una Paloma San Basilio que superaba a la modelo. De ese sentimiento, de ver el lipsinkeo de una canción, de la cual se apropia la artista que la dobla, y la imita y la hace parte de una segunda piel. Como "Fuera de mi vida" cantada por la Valeria Lynch, que se la vi hacer a Nani Namú, un travesti yucateco a quien admiro y a quien todavía sigo de cerca en sus shows y fue modelo de mi Aurelia. De todo ese mundo externo del show travesti salió la necesidad de contar Conversaciones con Aurelia como un largo intercambio de diálogos entre dragas que buscan al hombre perfecto y lo pierden en cada esquina para recuperarlo en las palabras de una canción. Sé que juego con el melodrama, que hablo de una ciudad llamada San Juan y sus entresijos, así como de la condición colonial de nuestro Puerto Rico inmerso en tantos  cambios hormonales como los de una buena draga transgénero o transexual que se respete.

De lo que se habla, en última instancia, cuando hablamos de un queer diálogo, es de instalarnos en la hagiografía de nuestras vidas y trascender como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús lo hicieron con sus palabras “en el amado” transformadas, de uno, y la penetración de esa flecha del ángel que traspasa a la santa como un buen pene que la hace extasiarse en el rostro que esculpe Bernini, en su famosa escultura.  La santa aparece abandonada, transfigurada, transverberada, iluminada en el más alto orgasmo espiritual del que sea capaz, al comulgar con la unión final del alma con Dios.  ¿Y no es esto la pétit mort o pequeña muerte del amor? ¿Pero por qué entonces nos nos permiten a los raros, a los maricones, a las cachaperas, a los putos, a las bolleras, a las adelaidas participar abiertamente, más allá del clóset, de los rigores de la carne en el Amor con mayúscula?  ¿Qué sentido tiene que no se pueda andar de la mano de su compañero de la vida y mostrar así su compromiso o besarse en un parque como lo hace todo mundo?  ¿O si alguno o alguna quiere demostrar en público bajo los decoros y convenciones de vivir en sociedad aquello que lo aqueja a la hora de decir lo que siente por otro ser del mismo sexo o no?  ¿O por qué el bi tiene que definirse por uno u otro lado, hetero u homo, si a lo mejor su lugar está en el justo medio de ni lo ni lo otro y a la vez los dos?  ¿Quiénes somos nosotros para dictar la pauta de lo queer en sus límites lesbigaytrans, si hubiera algunos?  Preguntas que contextualiza en una dimensión jurídica la honorable jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Sonia Sotomayor, durante el debate reciente sobre la legalización del matrimonio gay en Estados Unidos, en la siguiente cita: “Fuera del contexto del matrimonio, ¿se puede pensar en alguna otra base racional para que un estado use la orientación sexual como un factor para negarle a los homosexuales beneficios o imponerles sanciones?  ¿Hay alguna otra decisión racional que el gobierno pueda establecer?  ¿Negarles un trabajo, no concederles beneficios de ningún tipo u otra decisión?

Yo creo que en este queer diálogo no sólo queremos definir las entrelíneas de las que hablaba Gloria Anzaldúa, o las sexualidades periféricas que buscaban el centro en Michel Foucault, a través de una hagiografía de nuestros santos y santas de lo queer, sino que también esperamos informar y ser informados del estado de la cuestión en la sociedad ante un mundo virtual que desborda aquello que las personas de “buenas costumbres” ya no practican.  Hay que seguir abriendo todas estas limitaciones para que lo queer sea también parte del diálogo social, más allá de las cuatro paredes de este auditorio.