Segunda Carta de una cristiana a PR por la Familia- sin sarcamos

Cartas de un(a) Antillano(a)
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Debido al revuelo y confusión que causó en algunas personas mi primera carta titulada, “Carta de una Cristiana a Puerto Rico por la Familia,” quise compartir de una manera más abierta y más clara mi sentir.

Sé que debido al tono agresivo que muchas personas han tomado respecto a este tema, ya muchos no saben la diferencia entre el sarcasmo y lo literal. El tono de la carta que escribí fue en tono sarcástico, de ninguna manera refleja mis principios ni creencias.

Soy una cristiana más; no estoy afiliada a ningún grupo ideológico o político. Aunque activa en mi iglesia, no me considero nada de especial. Soy imperfecta; algunas veces terca. Soy curiosa.

Hablo con Dios todos los días, pero no todos los días me arrodillo. Leo la Biblia, pero no la entiendo completamente. Muchas veces no comprendo, por eso hago muchas preguntas, y tengo fama de involucrarme en lo que mucha gente piensa no debe de concernirme.

Este es uno de esos temas: ¿Por qué habría de concernirme la comunidad LGBT, si yo no soy homosexual? ¿Por qué habría de concernirme la comunidad LGBT cuando para muchas personas mi matrimonio de trece años con un hombre cristiano de familia cristiana, mi crianza en el evangelio y la bendición de ser madre de un hermoso niño (¡el más bello del mundo!) son el reflejo de una cristiana ideal? Para muchos mi foto familiar sería el cartelón de promoción para un movimiento como lo es "Puerto Rico por la Familia."

La respuesta es simple: Yo como cristiana evangélica y creyente de la Biblia no puedo endosar:

la INTOLERANCIA al no respetar los derechos civiles y laborales de unos ciudadanos que contribuyen responsablemente a una sociedad en su totalidad;

el MIEDO cuando decimos que éstos son una amenaza para nuestros niños(as).

el ODIO cuando no aceptamos que todos estamos creados a la imagen de Dios y negamos que a través de la historia esta comunidad ha sido consistentemente menospreciada, MALTRATADA y discriminada.

el DESPRECIO cuando hablamos en forma despectiva – utilizando palabras soeces.

la INDIFERENCIA cuando descartamos sus sentimientos simplemente porque no nos parecen validos o auténticos.

el RECHAZO cuando no le damos la bienvenida en nuestra comunidad de fe, que representa el Reino provisional de Dios en la tierra, y no sabemos extenderles amor de una manera libre e incondicional;

la DIVISION cuando familias cristianas lastiman y desheredan a sus propios hijos o hijas por el mero hecho de éstos no someterse a lo que la sociedad describe como ideal o natural;

el ABUSO cuando denigramos su humanidad acusándoles de ser personas “defectuosas, inferiores, incompletas o endemoniadas;”

la HIPOCRESIA cuando proclamamos que un pecado es mayor que otro, ignorando que las estadísticas del divorcio dentro de la comunidad cristiana son idénticas a la tasa de divorcios en la comunidad secular.

El divorcio fácilmente accesible es la amenaza más grande de la institución sagrada del matrimonio con repercusiones altamente dañinas en la salud emocional de los menores. En adición, hay abundantes referencias en contra del adulterio en las Escrituras, pero aún así no rechazamos a estas personas, les extendemos perdón incondicional y hasta oficiamos ceremonias de re-casamiento múltiple (es decir, poligamia legal moderna);

el FALSO TESTIMONIO cuando responsabilizamos a esta comunidad del deterioro de la institución familiar y de conductas sexuales aberrantes como son la pedofilia y el bestialismo – manipulando a las masas con estudios y cuestionarios que no tienen ninguna base científica y no provienen de fuentes confiables.

Yo respeto el derecho de cada ser humano a la libertad, al trabajo, a la educación, a la protección, y hasta el derecho de amar en una sociedad pluralista. Según la Confesión de Westminster, “Sólo Dios es el Señor de la conciencia.”