Carta Abierta a los Maestros Bibliotecarios de Puerto Rico

Cartas de un(a) Antillano(a)
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altQueridos Maestros Bibliotecarios:

Recientemente, se ha despertado una polémica en las redes sociales acerca de unos comentarios publicados en el periódico METRO extraídos de una entrevista que ofrecí en el Perú en el marco de la 18va Feria Internacional del Libro en Lima.

Trabajé junto a la Junta de Directores y a todo el equipo de producción y programación del Salón Literario Libroamérica de Puerto Rico y los productores del Festival de la Palabra; en alianza con el Pen Club que presidiera Yvonne Dennis, la Asociación Puertorriqueña de Profesionales del Libro, el Licenciado Rafael Juarbe Pagán del Departamento de Estado, la Licenciada Ataveyra Medina, Asesora en Cultura, Deportes y Comunidades de la Oficina del Gobernador y muchos otros escritores, amigos de la lectura y personalidades de la empresa privada, gobierno, educación y cultura para, contra viento y marea, llevar nuestra delegación al Perú. Todos los encargados de lograr esta gran contribución para la internacionalización de nuestra literatura trabajaron gratis, donando interminables horas de esfuerzo y labores para lograr nuestro cometido. Habrán de recordar que, una semana antes de partir, aún nos faltaba dinero. Puerto Rico entero se unió para darnos la mano. Recibimos fondos de la Corporación de Turismo, la Comisión de Deportes, Cultura y Globalización presidida por el Honorable Senador Antonio Fas Alzamora (quien nos acompañó a Lima para ofrecer el saludo protocolar) y, como sorpresa final, Supermercados Pueblo, nos donó fondos especiales, probando así su compromiso con nuestra cultura, ya que ahora Pueblo es una empresa netamente puertorriqueña. Agradecemos encarecidamente la ayuda de Isamari Castrodad, Vicepresidenta de Pueblo y ávida lectora, por ese empujón final de la empresa privada boricua para llevarnos hasta el Perú.

En esta entrevista expreso muchas cosas en el tono jovial, irónico, provocador y dicharachero que me caracteriza. Termino la entrevista argumentando que en Latinoamérica y el Caribe no podemos llegar a la conclusión de que la gente no lee y está abandonando la cultura libresca porque no va a las bibliotecas. Con esta respuesta rebatí el comentario del encantador periodista peruano que me estaba entrevistando. Mi respuesta, que ha sido sacada de contexto en la reciente discusión en las redes sociales, iba encaminada a expresar que, en Latinoamérica y el Caribe, los libros no están donde la gente lee y que tomar como medida la asistencia a bibliotecas para determinar cuántos lectores reales existen en nuestras regiones es un error de elitismo intelectual y de cortedad de visión.

Dicho sea de paso, hoy sostengo que prefiero ir a leerme un buen libro a la playa tomándome una cerveza que írmelo a leer a una biblioteca.

Como en estas entrevistas que le hacen a uno cada 45 minutos en los lobbies de los hoteles no dan tiempo para elaborar mas que comentarios provocadores (y reivindicadores de la Cultura Caribeña; una cultura que no tiene NADA que envidiarle a la de ningún otra región del planeta), aprovecho esta carta para presentar otros argumentos relacionados a mis declaraciones y que desde hace años vengo exponiendo, elaborando en programas y acciones concretas que ayudan a fomentar la lectura en Puerto Rico.

Si alguien sabe cuánto de mi tiempo libre dedico a visitar bibliotecas escolares y municipales, para ofrecerles charlas a estudiantes y educadores del país, es precisamente la clase magisterial de Puerto Rico. Llevo más de 10 años recorriendo la Isla en esta tarea. En esas jornadas he visto bibliotecas impresionantes -la Biblioteca Municipal de Manatí, por ejemplo, que es una de las pocas que he visto operando hasta las 11:00pm, fuera de horario regular, para poder darle espacio a la gente que trabaja y a los estudiantes a utilizar dicho espacio como centro de tutorías, investigación, estudio y esparcimiento-. Otras que han desarrollado un programa integrado de servicios y ofrecimientos excelentes son las bibliotecas municipales de Carolina y de Bayamón y el Archivo Histórico de Puerto Rico que ubica en Puerta de Tierra. Además de ofrecer tutorías y servir de centros de investigación, presentan libros, tiene programas de lectura para niños, para personas ciegas (el programa de la Biblioteca Municipal de Bayamón en este aspecto me impresiona) y sirven de centro de encuentro para grupos de lectura.

He visto pocas bibliotecas escolares, tanto en el sistema de educación pública como en el de escuela privada, con bibliotecas actualizadas, con una buena colección de libros de autores puertorriqueños, caribeños y latinoamericanos (casi ninguna lo tiene), y que haya integrado de manera efectiva la innumerable cantera de referencias por internet a sus planteles. Las razones son varias -no hay fondos destinados para actualizar permanentemente sus colecciones, no existe una integración efectiva de currículo con colección y programa de bibliotecas que convierta dicho espacio en un lugar de continuidad educativa en constante renovación, no hay dineros para que el personal bibliotecario permanezca trabajando fuera de horas escolares o laborales (8pm- 5pm), y porque, aun hoy día, hay libros importantísimos que no llegan a Puerto Rico-.

Sí, existe el internet. De hecho, cada vez más, la investigación educativa o especializada echa mano a esta tecnología para que cientos de miles de personas podamos hacer nuestras investigaciones y trabajos académicos utilizando el medio. Yo, particularmente, hago casi todas mis investigaciones históricas, literarias y académicas por internet, lo cual acorta el tiempo que paso en bibliotecas y seminarios. Mi acceso no está restringido ni a horarios de biblioteca, ni a desplazamientos incómodos. Tengo, eso sí, una enorme ventaja frente a muchos puertorriqueños, una formación académica que me ha entrenado en la investigación. Quien no la tiene, debe enfrentar el enorme riesgo de perder horas en la red buscando su agujita en el inmenso pajar de información cibernética. Es decir, que, aun hacen falta guías, expertas buscadoras y buscadores de información, data y trabajos formativos para ayudar a encontrar el ensayo o el libro que un usuario está buscando. Los bibliotecarios son importantes y necesarios, ahora más que nunca, precisamente en esta era de la informática; sobretodo para ayudar a detectar qué es basura y qué tiene valor intelectual en red.

Sin embargo, creo que mucha gente confunde la función de las bibliotecas -que son y deben seguir siendo centros de ACCESO a la información y al saber acumulado por la especie humana- con el lugar simbólico que ocupan en nuestra cultura de Extremo Occidente. Las bibliotecas representan para muchos la casa de la cultura libresca y, por lo tanto, del poder intelectual de un país. Todo país que se fundó en el siglo XVIII o XIX (es decir, en los albores de la modernidad en Occidente) lo hizo edificando sus lugares sagrados: un capitolio (o casa de las leyes), una catedral (o casa de la moral), la plaza (o lugar de encuentro y discusiones públicas, con sus respectivos cafés, negocios, oficinas de importación, exportación, farmacias, consultorios médicos, estatuas, monumentos, y oficinas de papeleo burocrático) y un Ateneo/Academia/Biblioteca (su casa del saber). La edificación de estas instituciones y edificios formó y aún forma parte de los ritos fundacionales de la modernidad.

Pero los tiempos cambian y más aún en países que siempre han operado de manera conflictiva con esas tradiciones de la modernidad, de las democracias y de la civilización (casi siempre de corte occidental Y PUNTO). En países como el nuestro, lleno de negros, de indios, de obreros, de exesclavos cimarrones, de excortadores de caña anarquistas, de inmigrantes legales o ilegales, los ritos de la modernidad y sus instituciones siempre han levantado ronchas. Por ejemplo, en Puerto Rico finalmente tenemos un hermoso Centro de Bellas Artes con una sala sinfónica IMPRESIONANTE, un Conservatorio de Música que quita el habla y un Museo de Arte de Puerto Rico de una belleza que saca lágrimas. Yo, particularmente me enorgullezco de estas edificaciones. Allí se exhiben obras de teatro, se ofrecen conciertos de música clásica, podemos ver una colección comprehensiva del arte puertorriqueño. Vemos, vivas y concretas, bien presentadas y cuidadas, las obras que representan lo mejor del trabajo, la imaginación y el empeño de nuestros artistas nacionales. Pero a algunos no se nos olvida que, para edificar estas "casas de la cultura puertorriqueña" se BORRARON DEL MAPA a comunidades enteras de obreros. Se desplazaron a personas, se destruyeron sus casas, se aniquiló una comunidad. Para poder compensar en algo este acto de violencia cometido contra personas de carne y hueso, es un DEBER imperioso que dichas instituciones y edificaciones se pongan al servicio de ese mismo pueblo que dicen representar. Tienen el deber moral de abrir acceso, prestar servicios, convencer y convocar a los miembros de los sectores sociales que por siglos han tenido que vivir al margen de la cultura. Si esto no es así, la cultura sigue operando como un símbolo de violencia, poder y privilegio. Sus museos, salas de conciertos, teatros y bibliotecas serán vistos como meros edificios deshabitados que no sirven más que para el esparcimiento y deleite de los amos de siempre.

Menciono al Centro de Bellas Artes, al Conservatorio de Música y al Museo de Arte de Puerto Rico porque conozco bien los programas y el personal que emplean para el servicio de poblaciones enteras de estudiantes, maestros, y miembros de la sociedad civil del Pueblo de Puerto Rico. Les agradezco encarecidamente su entrega y su trabajo a todo el personal que allí labora. Sé que se me quedan muchas instituciones por nombrar. Pienso, mientras escribo estas reflexiones, en el Archivo Histórico y sus colecciones. Me gustaría que estuviesen abiertas después de las 6:00pm todos los días. Pienso también, y con inmensa pena, en el estado actual de la Biblioteca Carnegie, cerrada y cayéndose en pedazos. Pienso en el hecho de que Puerto Rico, aun hoy en el siglo XXI, carece de una Biblioteca Nacional.

¡Qué poco protegemos nuestra memoria histórica y a nuestra literatura en Puerto Rico!

Sí, mejor me leo un libro en la playa (mar eterno, bello, abierto siempre, querido y visitado por miles) bebiéndome una cerveza (pa' olvidar esas y otras penas).

Pero estos argumentos que presento, tan lúgubres y conflictivos, no borran el empeño de artistas, educadores y gestores culturales comprometidos. Ellos siguen laborando, contra viento y marea, y con muy poca visibilidad y apoyo, por el fomento de la lectura en Puerto Rico.

Ocurre que en este país habitan personas que le sirven a la belleza y que trabajan todos los días por garantizar que esa belleza -la belleza de la cultura, del poder imaginarnos un país diferente, más justo, más amable, un país de una cultura que le sirva a algo más que a la mera supervivencia o al cultivo sostenido de los privilegiados- llegue hasta donde está la gente. Existe gente como Justina Díaz, que año tras año, sola junto a su esposo, monta la Feria del Libro Usado en Salinas; gente como Johan Figueroa, que, sin apoyo de NADIE, declama poesía puertorriqueña en la Plaza de Armas del Viejo San Juan, gente como Luis Rodríguez, antiguo coordinador del Taller de Cantautores, quien junto a su hermano Leonardo Rodríguez y esposa, convoca a malabaristas, actores, y trabajan el proyecto "Vente pa' la Plaza" en Caguas. Ofrecen hace un año talleres de teatro y literatura para niños, música popular, clásica y jazz. Ellos sí reciben cierto apoyo, aunque muy tímido, del Municipio de Caguas.

¡Qué hermoso sería que todas nuestras plazas municipales dieran espacio a proyectos como los anteriormente mencionados y que, además, les ofrecieran a su pueblo un kiosco de venta de revistas y libros, para que la literatura estuviera presente en los lugares donde pasea y vive y está la gente!

Ni hablar del esfuerzo de maestros y bibliotecarios del país. Existen los muchachos del proyecto LEER en Vega Baja, estudiantes de escuela superior que van a escuelas elementales a enseñarle a leer a niños. El mismo proyecto comenzó hace años en la Escuela Elemental de Luis Llorens Torres y sigue esparciéndose por muchas otras escuelas. He visitado círculos de lectura y clubes de biblioteca en la Escuela Vocacional Miguel Such, en la Juan Ponce de León, en Lajas, Trujillo Alto, en Camuy, en la Florida. Conozco de grupos de lectura y de tertulias en Isabela, Rincón, Ponce, Cidra, Guaynabo... Los he visitado a todos.

Pero insisto en que, aunque los hábitos de lectura se enseñan en escuelas y bibliotecas, leer no es meramente una tarea intelectual, educativa o investigativa. Leer es y debe ser un acto placentero y cotidiano. Para mí leer es una fiesta. Una gran fiesta, llena de música, de sol y brisa, y que convoca y reúne a gente que también ama los libros. Por eso me empeño tanto en celebrar, año tras año el Festival de la Palabra. Los libros deben estar donde también habita el juego, el placer, la vida. 

Mucha gente dice que en Puerto Rico no se lee, ni posee una cultura letrada. Que los intelectuales en Puerto Rico operan como un club cerrado; que la gente percibe que leer es para los que "les sobra el tiempo" y para los "estofones". Si nos dejamos llevar por la situación actual, llegaríamos a la misma conclusión. No existe un solo estudio estadístico que cuantifique cuánto, qué y cómo lee la gente en Puerto Rico (ninguna encuesta ha querido ayudarnos en esta empresa, aunque el Salón Literario Libroamérica lo ha solicitado mil veces). No existe tampoco una Biblioteca Virtual de Literatura Puertorriqueña (aunque desde los tiempos de Marcia Rivera y hasta la fecha, decenas de intelectuales hemos sometido propuestas para la confección de dicha biblioteca a la UPR, al Departamento de Educación, universidades, centros de estudios graduados y al Instituto de Cultura). Recalco, no existe en Puerto Rico una Biblioteca Nacional (habrá que preguntarse por qué). Las bibliotecas municipales y escolares son poco visitadas. No existen puntos de venta de libros, ni siquiera en los stands de revistas de los paradores de Puerto Rico (con la extrañísima salvedad del Parador 1929 en Guánica; al que apoyo en esta gesta).

Sin embargo, creo que no es cierto que en Puerto Rico la gente no lee ni le interesan los libros. Veo a la gente leyendo en las playas, en los parques, en sus casas, en aeropuertos, en estaciones y paradas de guagua, insistiendo en que nadie les va a quitar las palabras, esas que alimentan la imaginación; esas que nos ayudan a reflexionar lo que significa estar en el mundo.

Hacia este punto estaban dirigidos mis comentarios en el Perú. Hacia esta misión y meta van dirigidos muchos de mis esfuerzos de vida. Sueño con que la gente de mi país se disfrute la literatura. No que se conviertan todos en serios intelectuales (no hay que serlo), ni en habitantes de la más exclusiva cuidad letrada. Mi sueño es que en Puerto Rico se lea y que los libros estén accesibles, en cualquiera de sus plataformas y preferiblemente en español. Que mi gente se disfrute la literatura, que amplíe sus conocimientos, su curiosidad por el mundo, que conozcan a sus escritores nacionales y a muchos internacionales, que los valoren. Que entiendan la enorme riqueza que es nuestra lengua. Que lean también en otras lenguas, para enriquecer la nuestra. Que lean en plazas, en playas, en sus casas, en parques de pelota, en centros comerciales, y también en bibliotecas, si así lo prefieren. Pero que sientan que pueden, que quieren leer un buen libro y que saquen tiempo de sus vidas para hacerlo. Sin vergüenza, sin pena, sin justificaciones. 

Yo los esperaré en la playa, cerveza en mano, con los nenes haciendo castillos en la arena. Ya bastante tiempo paso encerrada en casa, frente a la computadora, leyendo, escribiendo cartas y propuestas, prontuarios de clases y planes de trabajo, y ensayos de reflexión, como este.

¡Carajo, que a mí también me gusta la vida!

Mayra Santos Febres, Escritora