Quemando las zapatillas en el Día Nacional de la Zalsa

Voces Emergentes

altEl pasado 16 de marzo me levanté tempranito a planchar mi traje blanco, limpiar mis sandalias, preparar mi lonchera de frutas y agua, y arranqué para el Estadio Hiram Bithorn. Era el XXXI Día Nacional de la Zalsa y por primera vez en mi carrera artística, me tocó estar en esa multitudinaria tarima. ¡Que emoción al ver miles de personas diciendo presente desde temprano apoyando esta actividad de pueblo!

La “Z” no se equivoca al incluir en su evento anual más importante las raíces de nuestra expresión cultural que contribuyeron al desarrollo de la salsa y que expresan la historia no escrita pero sí hablada, cantada, tocada y bailada de nuestro pueblo antillano: la Plena y la Bomba. ¡Como se movió la masa al son del grupo Plena Libre! Son esos los momentos que los trabajadores culturales reafirmamos nuestro compromiso, reconfirmamos que la mayoría no conocedora de nuestros géneros autóctonos no sigue la plena o la bomba por falta de exposición, y no porque no le interese. Todo lo contrario. El público no paró de brincar, de bailar y de hacer coro. Las sonrisas de oreja a oreja que llegaban desde la arena nos animaba a hacer lo que sabemos hacer con alegría y con el disfrute de quien ama lo que hace.

altLuego de la buena sudá que dimos pleneando, corrí al trailer asignado para cambiarme las sandalias por las tenis, el traje por la camisilla y la falda corta, los moños por la gorra y a quemar suela como me gusta junto a mi gente cocola. De más está decir que me encanta todo tipo de música. He sido rockera y cocola, rapera y cocola, bolerista y cocola, plenera y cocola y bombera y cocola, entre otros géneros musicales y cocola. Agradecida siempre con mi padre (el cocolo mayor de Roosevelt) por agarrarme por los brazos, darme sus pies de apoyo y enseñarme a bailar salsa cuando lo podía pisar sin hacerle daño.

Pues lista para la batalla, salgo a la arena a seguir sudando bajo ese sol caribeño y me topo con lo que más me gusta, con las caras lindas de mi gente negra. Eran caras negras de diversos colores, diversos pelos y diversas edades, pero todas negras. ¡Y me vuelvo a emocionar como niña con paleta de colores! Más allá del disfrute de los legendarios exponentes de la salsa, me disfruto ver a la masa boricua exaltando lo que tenemos en común y no lo que nos separa. El parque se convirtió, una vez más, en un espacio para compartir alegrías, nostalgias, luchas, amores, desamores, victorias y todo tipo de historias humanas a través de la salsa. La gente que se ve todos los días se saludaba con fuertes apretones y hasta con algún desconocido o desconocida todos y todas las presentes bailamos con complicidad. Da la sensación de que somos una gran familia y no hay que esperar un funeral para vernos. Lo celebramos hasta el dolor de piernas, lo cantamos “esgalillaos” y lo sudamos preparándonos para el próximo tema como si fuera el primero.

Cuando el hambre apretó, seguí bailando. Cuando apretó más, seguí bailando. Y cuando era insoportable, bailé una más y me fui en busca de alimento. No fue fácil encontrar comida dentro del parque así que salí a los alrededores recordando haber visto puestos improvisados de BBQ, ollones de arroz con todo y cervecitas de esas doradas que no se encontraban dentro del parque. No se crean que me salí de la fiesta. La salsa se celebraba en cada esquina del estacionamiento. Me topé con parejas bailando salsa junto a sus carros con las puertas abiertas y el radio encendío, con juntes de personas cocolísimas como yo que hasta bocinas y sonido completo llevaron al estacionamiento y tenían su propio espectáculo, con niños, jóvenes y no tan jóvenes remeneándose con caras de completa satisfacción. Y como si el tambor me llamara, me encuentro con mis colegas pleneros que se habían apoderado de una esquina y parecía que habían montado un pub. Allí no faltaba nada. Así que después de comer sabroso y plenear, regresé bailando la salsa que se escuchaba desde adentro del parque. ¡Ya sonaba el Gran Combo de Puerto Rico!

altEsos legendarios mulatos uniformados con nuestra bandera demostraron una vez más su profesionalismo y su sabor. Es impresionante ver a tantas generaciones cantando todas las canciones de este grupo y me pregunté: ¿acaso hay alguna que no haya “pegao”? Pues no. No en vano fueron los homenajeados de este año.

Luego de continuar mi hazaña de bailarlas todas, sola o acompañada, me fui contenta de no haberme perdido este evento. Llegué a casa, sacudí las tenis y sonreí satisfecha del dolor muscular que recorría mi cuerpo. Ya ansiosa porque llegue el próximo evento que mis tenis[zapatillas] me acompañarán.