Los domingos no pasa nada

Voces Emergentes

No se puede decir que recorra muchas calles, a menos que el tránsito caótico sobre el piso de mi breve estudio que hace de morada sea contado como múltiples salidas. Pero cuando me aviento hacia las avenidas de la multitud ataviada con todos los protectores posibles engarzados a mi cuerpo, confieso que mis ojos tienen una inevitable afición por los espectáculos de la soledad.

Ceremoniosa exhibición que hace su gala mayor los domingos. Como el protagonista de uno de los cuentos que nunca escribí y que repetía: “Este día es como una malformación en el calendario; no pasa nada”. Más allá de su percepción quizás discutible aunque incólume, los domingos construyen una realidad distinta que la del resto de la semana, tal vez se deba a la apoteosis del silencio.

De esta manera, parece haber un axioma claro: domingo es igual a soledad que es igual a silencio que es igual a marasmo. Así, este día parece la vertiginosa estatua de un reloj gigante que ha dejado de correr. Claro, escrito esto desde la canícula de un sábado pierde en algo su magia este comentario a despropósito.

Lo cierto es que también emergen los cuestionamientos sobre lo que implica la tan acusada y acuciante soledad. Vista desde el silencio parecería (me atrevo a afirmar que es) el estado más propicio para “hacer la luz” de la creación; nosotros personajes que nos inventamos incansablemente. Observado desde la soledad misma, el domingo no hay más remedio que encontrarse con uno y es ahí donde viene el impertinente sentimiento. Y es que admito otra vez que relaciono soledad con el indeseable hecho de la ausencia de compañía (¿la propia?) y he ahí donde radica la confrontación: me veo despoblada sin los demás (o ¿sin mí misma?). Si me observo frente a los espejos de mi caminata como si quisiera transitar a todas partes menos a mí misma por temor a encontrar a la que llora y sin algún congénere que me despite de mi ruta, la verdad es que el paseo santurcino dominical, reflexionado desde el ruido sabatino, es un escenario desierto en el que se topan las presencias desaparecidas de los demás transeúntes, cada uno como si estuviera considerando las omisiones del domingo.

¿Y adónde habré querido llegar yo ante tal meditación que me ocupa desde la estampida de este presente? Quizás a un estado de preparativos en caso de emergencia. Mañana (hoy) es domingo.