(San Juan, 11:00 a.m.) El próximo 1 de enero de 2021 se cumple el 62 Aniversario del triunfo de la Revolución Cubana. Su importancia y trascendencia en el desarrollo de los acontecimientos de América Latina, el Caribe nos impone la necesidad de una reflexión pormenorizada de este acontecimiento en sus sesenta y dos años de desarrollo. Más allá de tal impacto a escala regional y global, también nos impone la necesidad de evaluar esta Revolución a la luz de su impacto nacional en nuestra realidad como puertorriqueños. Después de todo, más allá de los lazos históricos que nos unen con el pueblo cubano, la década de 1950 en la cual se desarrolla la Revolución Cubana, también guarda estrecha relación con el nuevo modelo de dominación estadounidense sobre Puerto Rico y los efectos para ambos pueblos tuvo la llamada Guerra Fría. En tal sentido, recordemos que el Caribe también fue escenario de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Cuba, al igual que Puerto Rico fue “descubierta” por Cristóbal Colón durante su segundo viaje a las Indias Occidentales, hoy América. Sus primeros años de desarrollo bajo el mandato español transcurrieron políticamente hablando de manera análoga a como fueron los primeros años en la colonización de Puerto Rico. A diferencia de Puerto Rico, cuya extensión territorial y ubicación geográfica favorecía más al desarrollo de una plaza militar que resguardara para España las rutas de navegación a través del Caribe desde y hacia el Sur y Centro América; las características de Cuba, rica en extensión geográfica respecto a Puerto Rico, con tierras llanas y fértiles, propició en esta el desarrollo de grandes latifundios inicialmente españoles y luego propiedad de criollos. Cuba, a diferencia de Puerto Rico que se desarrolló como una plaza militar para España, constituyó una plaza política desde el punto de vista de la administración gubernamental de España para sus territorios en el Caribe, a la vez que accesible a las rutas marítimas desde México y el sur de los Estados Unidos de América a partir de 1789.
Ya desde 1823, estando aún en desarrollo los procesos de independencia en América del Sur, el Presidente estadounidense William Monroe había proclamado su doctrina expansionista en la cual se concebía que cualquier ruptura de Cuba o Puerto Rico con España, como una “ley natural” debería llevar a estas islas al regazo de Estados Unidos. Según dicha doctrina, América era para los americanos como se denominaban ellos, con exclusión del resto de América del Sur, América Central o las potencias europeas. Su otra doctrina, la del Destino Manifiesto, convocaba a los Estados Unidos por parte de la Providencia Divina, a convertirse en el poder político hegemónico en este hemisferio