Hay películas que uno las ve sin ninguna razón aparente. Este es el caso de la película de hoy, que uno se sienta a verla, porque le parece. Porque el director es tremendo tipo, un intelectual fílmico de primera. Pero también porque el principal actor de la película, a su corta edad se ha consagrado sin más, con varios premios memorables, incluyendo un Oscar.

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Hay algo de referente en esta película y las condiciones sociales hoy en Puerto Rico. Con tanto inversionista de la Ley 20 y 22, ahora conocida por la Ley 60, corrupto viviendo en Puerto Rico, uno siente que ellos han llevado a la isla a ser un gran casino. Es decir, todo está expuesto a la suerte, al azar, sobre todo a ganar y perder. No hay certeza. De eso trata la película hoy reseñada, de la incertidumbre que vivió una generación ante los cambios tecnológicos experimentados por en ese momento.

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Ver películas en plataformas digitales es un atentado contra los hermanos Lumiere.  Desde el inicio, el cine, era un encanto entre el Gaze, la oscuridad y la conspiración.  Acto, el de conspirar, que podía incluir un beso, una mano agarrada, hasta asuntos de mayor profundidad. Pero una película por plataforma… bueno, es algo post el placer de vivir en la oscuridad.

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La vi, por aquello que el actor principal es siempre ocurrente. Porque estaba de viajes, y cine gratis en una residencia de hospedaje, siempre es mejor que nada.  Pero también, porque comenzó como una película de boxeo y eso me entusiasmo. Luego terminó como una película de los santos evangelios y eso me perturbó. En fin, Hollywood.

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El filósofo Zygmunt Bauman acuñó un término que se ha puesto en boga, recientemente, que es el de la modernidad líquida. Viendo escritos y escritos diariamente, la forma en que se ha traducido, es que ya no hay derechas ni izquierdas. Sino seres humanos. Es curioso, pues los que utilizan mejor este concepto, para oponerse a la vieja tradición de izquierda y derecha del parlamento francés del Siglo 18, lo hacen para defender, sin lugar a dudas una base material claramente capitalista, y a veces neoliberal. Por lo tanto, soy cuidadoso en invocar la modernidad líquida.

Curiosamente, en Triangle of Sadness (Dir. Ruben Östlund, EE.UU., 2022), se implora con claridad el concepto de modernidad líquida. Al final, en un yate donde el valor no tiene valor, pero los invitados todos eran de la misma clase social, es decir sumamente adinerados, se debate entre neoliberalismo y socialismo, y a fin de cuenta, nos narra la película, todas y todos somos iguales. De mi parte, patético.  Pero así es el cine.  

Si usted vive agobiado por las privatizaciones, por el mundo donde la playa de Salinas la privatizaron y luego de un año el gobierno de Pedro Pierluisi no ha hecho nada, y peor aún, donde la precariedad es la norma del día para la gente que aún tiene un trabajo, entonces usted no es de derecha ni cree en la modernidad líquida. Usted se sigue alineando en la izquierda. Si usted, no cree que nadie le puede faltar el respeto a su dignidad, ni, para usar un ejemplo contemporáneo, botarle su teléfono por “robarle una foto a su imagen”,  entonces, usted está en la izquierda.

Pues bien, la película es contada por Carl (Harris Dickinson), modelo de profesión y quien le plantea a su pareja, Yaya (Charlbi Dean) ciertos dilemas sobre la masculinidad igualitaria [¡toma nota Bad Bunny/Benito A. Martínez]. Ella no le hace caso, y lo compensa con un viaje que como influencers se gano a pasear en un crucero con mil millonarios.  La vida no es igualitaria pero se vive.

Luego viene la lucha de clase, donde los barbudos Marx y Engels intervienen. Entonces se da un interesante diálogo de terror, entre el capitán del yate (Woody Harrelson) y uno de los invitados, el griego magnate de la basura, Dimitry (Zatko Buric). Ellos, ambos borrachos, tienen una escena extraordinaria sobre la lucha de clase en tiempos de la modernidad líquida, que vale un millón. Al final, la propuesta del director Östlund es que derecha e izquierda son iguales. Discrepamos.  

En fin, vea la película pues lo que pareciera una abierta crítica a la cultura y economía neoliberal, se torna en un discurso anti todo mundo posible. Aún algunos de nosotros soñamos, por lo tanto nuestra razón de disentir con el proyecto social de la película. No obstante, es un gran filme, razón por la cual se llevó la Palma de Oro del Festival Cannes, 2022. 


Hay que verla porque sí. Porque es una película completamente sórdida, la cual me acuerda a los programas de televisión sobre cocineros, hoy llamados chefs, y sus equipos de trabajo. Es más nos acuerda cuando Donald Trump dirigía aquel programa de televisión, y todo el mundo le fascinaba cuando botaba a gente del mismo. Curioso, hoy Trump ha sido acusado por el Congreso Federal de insubordinación y sedición. ¿En serio? Pues mejor hablemos de cine.

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La vi sin referente alguno.  Me gustó la idea de que eran de Siria, las protagonistas, y que habían migrado en dirección a Alemania. Luego que el gancho me amarró, entró en juego la resistencia y la sobrevivencia. Entonces me dije, pese a todo, sobretodo cuando se anda de vacaciones, que era una película que merecía ser vista.

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