La tierra está caliente

los hombres endiosados lo niegan

Gea tiembla y nacen géiseres

Y nadan las islas sus latitudes

Y mueren los peces y aves

Los dioses enhombrecidos

encienden sus pulmones

apagando el latido de la bondadosa amazonia

que sin aceite para girar,

cruje

que sin balance para girar,

gime

Y con huecos en su vientre,

nos expulsa a dónde.

Finjo ser esa otra

de quien escribo,

otra es quien finge

ser yo

pensadas transubstancias

equilibrio de la mirada

y su negación en los velos

de la concavidad acuosa

el filtro seduce la palabra necesaria

luego se deshace de ella

allá lejos del dolor.

Siempre escribo para ganar,

pero no el premio

sino mi liberación, soberano estado

energía de los puentes

que me nacen hacia mi infinitud

allí en mi particular lluvia

penetra la inocencia y la perversidad

configuraciones tornasoladas:

bóveda de palabras fortuitas

juego de pesca, caña sin ley de gravedad

la cesta de un arcoíris… escribo.

Fuego, carne de crimen y desahucio.

Lluvia de esquirlas en tus ojos.

 

Corren los niños con la sangre entre los dedos.

Brilla la noche de misiles,

brota la pólvora y el odio.

Han despedazado tu cuerpo de olivos y moradas.

 

No tiembles Palestina.

Se oirá el llamado del olifante.

Te llegará el trigo de tus días, te llegará

el cántaro y la hora.

 

¡Gaza en el cristal de los relojes!

En la casa vacía me guarezco

En las esquinas

los aromas

del pasado llegan antes

que las gotas de Fiona.

 

Vuelvo a ser niña y a ayudar

a proteger la casa llena

Mis padres siempre discutían

menos cuando venía un huracán

entonces él era el payaso

de los rayos y nos hacía reír

hasta el llanto

ella, la dadora

de los frutos y reina del orden

de los juegos de mesa

La niñez nos permitía ser felices

en el espacio seguro

asombrarnos ante la fuerza

de los vientos que doblaban ramas

y árboles y todo lo trasponían

o arrancaban,

de ver la calle convertida en un río caudaloso

y tanta lluvia, todo nos asombraba…

 

Hoy

asomo mi rostro al sur

con diligencia y buen humor

mi norte

me guía agradecido.

Soy el uno, el que suma dividendos

de los ismos endeudados

y en mi cuna de oro no cuenta la heredad del 99,

ni su mesa, ni su alterada semilla de mostaza.

Sus caminos pobres yacen

en libros soñadores de frutos mágicos

y noches de amantes imantados

en fiestas de gatos simbióticos.

La situación de la cadena alimenticia, no me preocupa,

que las aguas inunden los espacios, no me preocupa,

que exploten bombas y se maten, no me preocupa,

que el hambre y las plagas los atrapen, no me preocupa.

La prolijidad inmensa y buena de su tierra, no me preocupa.

Mi suelo no es yermo, es inmaculado, es el que guarda

la mínima casta que borra lenguas amargas

con banquetes de abundante y malabarista egoísmo

en las 99 revistas que compran los 99 para soñar.

Ni el arribo de futuro cuando el lodazal sea

nostalgia seca en las ovejas,

ni la muerte que en masa bermeja trote por todo el globo,

gima, tiemble o solloce,

no me preocupa nada, pues me alimento

de los 99 fetos de sudor amniótico e inteligente ciencia

que ahogo a mi conveniencia.

Soy el somos contenido en el uno apocalíptico,

el entero original más importante, el primogénito;

soy el porciento necesario

de error humano en todo experimento

…y qué me importa.

A veces suelo reflexionar en el valor de mi crianza, la dada por mi madre. Su temperamento no era perfecto (cuando levantaba su voz, el mundo callaba) ni las cosas que alguna vez me decía, pero lo que sí fue perfecto, les puedo asegurar, fue su amor incondicional. Mi madre siempre estuvo con nosotros. Nunca nos dejó cuidando con nadie y no trabajó sino hasta que ya todos estábamos en la universidad. Sus arroces eran deliciosos y su pollo guisado con papas, lo más espectacular que jamás haya probado. Recuerdo sus baños con yerbas para protegernos de las enfermedades, y sus sobitos de pecho y de cuerpo con alcoholado cuando nos daba fiebre. Nunca se apartaba de nuestro lado como buena leona. No le gustaba que usáramos palabras malas o soeces. Los modales, la mesa, el andar bien puestos era su credo y el nuestro. Su voz, sus consejos y su buen humor me acompañarán por siempre. ¡Qué falta me haces, Mamita!

…marullo…

mar y arrullo,

tu voz en mis oídos…

la ola, el viento y el vaivén que me marea

en el brazo de las olas en tu abrazo que me espera

y voy y vienes, y vas y vengo

que en el último splash de los mares

la caricia de Neptuno canta

en su beso de abismo,

nuestro anhelo.

Y seré como Alfonsina

una ninfa niña en tus corales nuevos

tejiendo nuestro lecho de éxtasis

como una hamaca fresca de algas

y danzantes estrellas del deseo.

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