Los recientes enfrentamientos bélicos entre los gobiernos de Irán e Israel me han llevado a pensar en una de las primeras interacciones entre iranios (persas) y judíos, la cual ocurrió en el año 538 a.C., cuando Ciro el Grande, rey de los persas, conquistó la ciudad de Babilonia y a su paso destruyó el reino o imperio neobabilónico, que en ese momento era gobernado por Nabonido. Con la caída de este monarca, los judíos (del antiguo reino de Judá) pudieron regresar a Jerusalén, comenzar a reconstruir su templo y establecer un estado vasallo que sirvió de frontera con el reino egipcio en ese momento. Eventualmente los persas conquistaron Egipto y todo ese territorio se mantuvo fiel a la dinastía aqueménida —fundada por Ciro— hasta la llegada y conquista de Alejandro Magno de Macedonia en el 332 a.C. 

El cautiverio de los judíos en Babilonia comenzó aproximadamente para el año 588 a.C., cuando Nabucodonosor II conquistó el reino de Judá y destruyó la ciudad de Jerusalén. Como era costumbre en aquellos tiempos, el rey vencedor se llevaba como su botín de guerra las riquezas principales, esto incluía los recursos humanos más preciados, entre ellos guerreros, artesanos, herreros y hasta magistrados. Usualmente, los estratos bajos de la sociedad eran dejados en el territorio conquistado, ya que no significaban ganancia más allá de los tributos a los que fueron asignados.  

Anterior a todo esto, desde cerca del 1020 a.C., se había constituido el reino de Israel con Saúl como su primer monarca. Su sucesor fue David, quien a su vez fue seguido por Salomón, su hijo. Luego de la muerte de Salomón el reino se dividió en dos entidades separadas: Israel, en el norte, y Judá, en el sur. Cada una de estas divisiones tuvo su propio monarca. El reino de Israel duró hasta aproximadamente el año 721 a.C., cuando fue absorvido por los asirios. Al pasar el tiempo, los asirios fueron derrotados por el nuevo imperio babilónico y esto implicó que los territorios del pueblo de Israel terminaran en manos de la nueva potencia.

Con el advenimiento de Ciro al poder en Persia y su rebelión en contra de los medos, pueblo iranio que en ese momento mantenía la hegemonía de la región del actual Irán, se establece lo que hasta ese momento histórico fue el mayor imperio organizado del planeta. Ciro, aunque era zoroastrista —religión antigua, que basa su doctrina en las enseñanzas de Zoroastro y que tiene un alto sentido filosófico dualista—, fue considerado por los judíos como un ungido de su dios por haber realizado los edictos de restauración del pueblo judío, que implicaron que estos regresaran a su tierra y reconstruyeran el Templo.

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Un devastador terremoto sacudió la ciudad de Charleston un 31 de agosto de 1886 a las 9:50 PM, dejando unos sesenta fallecidos, casi el 80% de los edificios damnificados, los cables, represas y rieles del tren destruidos, y miles de pobladores sin viviendas.  Entre los fallecidos había un cubano habanero, José E. Ramos, de 74 años, residente de la calle Meeting, que llevaba 40 años en el país. 

Considerado uno de los más destructivos en la zona, mi interés por “El terremoto de Charleston” de José Martí, publicada en “La Nación” (Argentina), un mes y medio después (14 y 15 de octubre de 1886), es el resultado de una larga seducción por el tema, retroalimentada por mi actual residencia en la ciudad.  Su lectura en un curso de literatura hispanoamericana dejó una primera impactante imagen de Charleston. Luego, el contacto en un seminario graduado con “El terremoto de Lisboa” de Voltaire, sobre el Gran Terremoto de 1755, ocurrido un 1ero de noviembre, Día de Todos los Santos, acrecentó la curiosidad por aprender más sobre la naturaleza de los desastres, sus efectos e implicaciones éticas, sociales y políticas. A la nación de navegantes, un terremoto la privaba del rico legado de bibliotecas, palacios, arquitectura manuelina, así como de mapas y secretos de navegación que el país sigilosamente guardaba, marcando el fin de una era y el inicio de la ciudad de amplias avenidas y moderna que conocemos hoy.  Voltaire y Martí, en dos siglos distintos, singularizaban un sismo, su capacidad destructiva y su impacto global en dos ciudades: Lisboa y Charleston.  Ninguno había visitado las ciudades cuya destrucción inscribían literariamente. Y para algunos estudiosos, el inicio del periodismo en las Américas estaba vinculado a la impresión de una noticia, en forma de hojas volantes, como era  costumbre, por el primer tipógrafo en las Indias, Juan Pablos, en casa de Juan Cromberger, impresor, México, sobre  un terremoto ocurrido en septiembre de 1541 en el Reino de Nueva España: “La Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la ciudad de Guatimala es cosa de grande admiración y de grande exemplo para que todos nos comendemos de nuestros pecados y estemos aprescibidos para cuando dios fuerere servudi de nos llamar”.  

Residir en Charleston, ciudad puerto, puente comercial y cultural en una zona sísmica, bajo el nivel del mar y de regulares anuncios de tormentas, huracanes, tornados, es revivir la anticipación, la zozobra, o en el peor de los casos, padecer el sufrimiento de estragos, humanos y materiales.  El síndrome remite a los sentimientos vertidos en la popular plena “Temporal”.   De catástrofes y calamidades, naturales o humanos, empezando por el gran diluvio, y su lamentable legado de muertes, enfermedades, desplazamientos y sufrimientos, está constituida la historia, nutriendo el arte y la literatura.      

No es extraño que Martí escribiera sobre el terremoto de Charleston.  Su producción evidencia esa preocupación por los desastres, como las nevadas (” Invierno norteamericano”, “Nueva York bajo la nieve”), desbordamientos (“Las inundaciones de Ohio”, “Inundación en Francia y Alemania”) e incendios, en los bosques y en la ciudad.  Su crónica ameritaría enmarcarse en la tradición de literatura sobre fenómenos naturales que han alterado, modificado y marcado un antes y después, una literatura llamada de desastres o calamidades, que en el siglo dieciocho se denominaba catastrofismo.   Cada país comparte un repertorio de desastres que la imaginación inscribe para rememorar y dejar constancia de lo ocurrido, entender el cómo, detallar las consecuencias, y buscar explicación al porqué. En Chile, tal vez el país más sísmico del continente americano, el primer poeta chileno, don Pedro de Oña, en 1609 envió al Virrey del Perú la descripción de uno en su poema, Temblor de Lima. La recién experiencia post huracán “María” en Puerto Rico es buen ejemplo de la amplia, y variada producción creativa articulada en diversas disciplinas.    

Esta crónica, anterior a la consolidación del pensamiento maduro de Martí sobre el pasado, presente y futuro de los pueblos hispanoamericanos de “Nuestra América” (1891), y “Mi raza” (1893), ha suscitado críticas en torno al rol del corresponsal y testigo ocular de los hechos, sus fuentes, la representatividad de la población negra, entre muchos temas.  Ha posicionado Charleston y Carolina del Sur como centros académicos importantes en los estudios martianos.  Desde la Universidad de Carolina del Sur (Columbia), el Dr. Jorge Camacho, autor de importantes libros sobre Martí, en “Miedo negro, poder blanco en la Cuba colonial” (2015) estudia las intersecciones entre raza, el discurso cientificista de herencia de la época, y las ideas uniformistas de Emerson, mientras que en el College of Charleston, el Dr. Jorge Marbán, ya fallecido, examinó la prosa periodística de Martí.  Fue defensor de la integridad y prestigio del “venerado” Martí, acusado de plagio por el crítico, Dr. Robert Gerardi, quien, en 1982, advertía de ciertos errores fácticos sobre la ciudad, privilegiaba al “News and Courier” de Charleston como su fuente principal y cuestionaba su postura como testigo ocular cuando no conocía Martí la ciudad. Mientras algunos especulaban sobre posibles rotativos neoyorkinos como fuentes, el historiador Richard Cote, que residía en Charleston, avanzaba la teoría de que tal vez los cónsules de la Argentina en Charleston, Motte Alston Pringle o el de España, Nicanor López Chacón, pudieron haberle telegrafiado la noticia puesto que Martí había sido cónsul de Uruguay y de la Argentina en Nueva York. Sin embargo, el mismo Martí acredita en 1890 los reportajes que Henry Grady, amigo y columnista que admiraba mucho, publicara en el New York World del 1 al 9 de septiembre de 1886 como una de sus fuentes,  

Charleston goza de celebridad como una ciudad acogedora, destino histórico para los interesados en la guerra civil, las plantaciones de arroz, entrada al comercio de esclavos, pero también como centro turístico, gastronómico, de casamientos, recreación y entretenimiento. Un rasgo de la silueta paisajista de la “Ciudad santa” es la aparición de torres o campanarios de iglesias, que hoy compiten con los modernos hoteles, las terrazas bar, condominios y los paseos por el mercado central que reciben a los turistas y nuevos pobladores.  Uno de sus más antiguos templos, el metodista y episcopal Emanuel, en la central calle de Calhoun, fue cede de una masacre en la que nueve feligreses fueron tiroteados por un joven blanco el 17 de junio de 2015, disipándose momentáneamente la proyección de la ciudad de gentil convivencia sureña, de las artes, de anuales festivales, que poco a poco abre espacios a la diversidad étnica que la va ocupando.  

¿Qué cartografía de Charleston y que peculiaridades de sus habitantes capta e inscribe para el público lector hispano de fin de siglo diecinueve a través de sus fuentes?  Martí, empieza dibujando un apretado cuadro que singulariza los lugares icónicos que tradicionalmente asociamos a la ciudad. Luego, como en una caja china, las miradas y experiencias de otros (afroamericanos y socorristas) amplían desde sus miradas la visión de los habitantes y los daños, manifestando a su vez las relaciones entre los diversos grupos.  

La crónica es un cuadro intenso de observaciones, impresiones y dramatizaciones sorprendentes y metafóricas, infusas de sentencias, aforismos.  El comienzo, un gancho tan enérgico como asombroso, inquietante como cautivador, seduce al lector rápidamente: “Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston: Ruina es hoy lo que ayer era flor”.  Las secuencias, terremoto-destrucción-ruina, y antítesis, muerte-vida, ruina-flor, como planos de una película, visualizan, alertan y advierten filosóficamente no solo sobre la fragilidad de la vida, sino de todo proyecto.

Primero focaliza un antes armónico, de equilibrio y un después de destrucción y caos. Segundo, detalla las consecuencias materiales, emocionales y psíquicas en la ciudad y población, seguido, tercero, de una reflexión sobre la causalidad, y cuarto, y final, celebra la vuelta a cierta normalidad, con esperanza y alegría, simbolizada en las risas de dos recién nacidos gemelos que comparten con su madre en medio de la desolación. 

Dentro de ese cuadro de devastación Martí inscribe cinco imágenes distintivas, que continúan todavía hoy asociándose al imaginario de la ciudad: “ciudad de acogida”, “pueblo apacible”, “lánguida concordia”, “poca ciencia e imaginación ardiente”, y de “jubileo religioso” 

En la configuración citadina Martí presta atención a su ubicación y periferia, áreas de influencia, posición, su planificación urbanística y la población. La describe panorámicamente elevándose del “agua arenosa de sus ríos” como un “cesto de frutas”, que se extiende en pueblos lindos, rodeados de bosques de magnolias, de naranjo y jardines. Su importancia histórica-económica la proyecta en el simbolismo de los lugares e instituciones que selecciona. Privilegiar el puerto es distinguir su importancia estratégica en el comercio internacional. A este “pueblo de buques”, que recibía y exportaba “algodón para Europa e India”, del que se omite su rol en el comercio de esclavos, le suma  el halago de haber recibido “con bondad a los viajeros infortunados de la barca Puig”, atributo por buen tiempo incomprensible, pero que ilustra el estilo amplificador de Martí para comunicarse con un público lector específico, que muestra  su profundo conocimiento de los asuntos políticos del continente americano y que le permite intercalar una denuncia de la falta de libertad de expresión y política, por ejemplo, en el Uruguay de 1875.  Ricardo Hernández Otero y Diego del Pozo (2019) aclaran la enigmática alusión, señalando que se trataba de un barco mercante catalán, comprado por el gobierno uruguayo (Transporte Nacional Puig) en calidad de buque de guerra para deportar a unos quince ciudadanos liberales, entre ellos políticos y directores de periódicos, críticos del entonces gobierno uruguayo para “sepultarlos en el fondo de un barco y lanzarlos en las aguas de Cuba”. Al negársele entrada a Cuba, siguen a Charleston, donde a los forzados viajeros se les recibe y proveen las condiciones para regresar.  Entre los infortunados estaba Agustín de Vedia, sobrino político del fundador de “La Nación” en Argentina, y por lo tanto primo de Bartolomé Mitre Y Vedia, director del periódico cuando Martí escribe sobre el terremoto.  

Gracias a Martí, la primera gran distinción para la ciudad es de reconocimiento por su condición de puerto hospitalario y de acogida a los afligidos políticos latinoamericanos, promocionando Charleston como destino de libertad, acogida, y de solidaridad para con los perseguidos.  

Los otros lugares son emblemáticos: el fuerte Sumter, por la guerra civil; la calle King por su comercio; la de Meeting, por sus hoteles lujosos.  Aprecia la arquitectura colonial.  Subraya su tropicalismo al señalar que “no se caen las hojas de los árboles”; que se mira al “mar desde los colgadizos vestidos de enredaderas”, que las calles “van derechas a los dos ríos”, y está formada por “residencias bellas”. La configuración de viviendas las distingue de las del norte por no estar pegadas “hombro con hombro” sino a distancia, contribuyendo a “la poesía y decoro de la vida”.  Dentro de esa representación destaca la buena disposición de la mano de obra de color.  La ornamentación que embellece las barandas apunta, es el resultado del trabajo matutino de “negras risueñas”.  Estima la existencia de una convivencia, endeble, pero armónica como otro rasgo definitorio de la ciudad.  Asegura que después de la guerra civil los blancos y negros viven en “lánguida concordia”.

La ciudad se representa, lógica y cuidadosamente maquillada, como un centro moderno, que goza de desarrollo, comercio, riqueza, técnica, trabajo, arte, poesía, belleza, todos estándares de una ciudad floreciente, próspera y progresista.   Pero esta visión de “ciudad apacible”, de “lánguida concordia”, bella, floreciente y armónica, posible modelo urbano de exportación, la descompone el terremoto: “Ocho millones de pesos rodaron en polvo en veinticinco segundos”.  Todo es ruina material (“las torres están por tierra”; “las casas son unas ruinas”). Toda “majestad”, grandeza, autoridad y superioridad sobre otros, rueda por el suelo.  Los pilares de la modernidad técnica y del progreso (ferrocarril, locomotoras) son devorados.  El cementerio cobra preeminencia.  El desastre introduce sus primeras consecuencias notables en la población, el horror, y la irracionalidad: “Se nota en todas las caras…que acaban de ver la muerte: la razón flota en jirones en torno a muchos rostros”.  Esa impactante imagen surrealista remite al espanto, terror y miedo de la gente. Las escenas que se suceden son muchas, conmovedoras y retratan las acciones desesperadas por escapar, huir, o sobrevivir.  

Los próximos calificativos asignados a la ciudad atemperan la inicial seducción de los lectores cosmopolitas y progresistas bonaerenses su puerto hospitalario, y pueblo de armónica convivencia y tranquilidad: “país de poca ciencia e imaginación ardiente” y “ciudad de jubileo religioso”.  Ambos captan la centralidad de la religión en la cultura sureña.  Martí remarca el cuantioso número de “gente devota” y la presencia excesiva de iglesias de diversas denominaciones, que en la visión positivista y progresista de la época se asocian a la falta de una formación científica. Los habitantes buscan en sus creencias explicación, resignación, o salvación.  Mientras Martí se muestra más empático con manifestaciones religiosas no eurocéntricas, aprovecha para desenmascarar la hipocresía, por ejemplo, de los pastores, a quienes tilda de “necios” por incendiar a la muchedumbre campesina con mensajes de ira.  Caricaturiza a aquellos que basan sus creencias en el castigo o miedo de Dios antes que el amor: el masón que sale despavorido de su iniciación, con el mandil todavía agarrado a la cintura o del indio cheroqui que venía de pegar a su mujer, y ante el temblor, se arrodilla jurando que jamás la volverá a maltratar. 

Ciudad de jubileo religioso” capta las pluri manifestaciones, rituales y expresiones religiosas, dando relieve a las del canto, los himnos, gritos, clamores, bailes y delirios.  Si la ausencia del negro en la visión idealizada de la ciudad es notable, después del terremoto ocupan primera plana.  Son los afroamericanos los que lideran la huida a los bosques, a donde los blancos le siguen. Son los que proveen liderazgo espiritual.  Martí avala sus contribuciones, dándoles superioridad moral.  Los describe como de gran “bondad nativa”, “varonil bravura”, lealtad, que en sus “pasiones” exhiben claridad, tenacidad, intensidad, que viven en íntima comunión con la naturaleza y en su manera de ser y pensar muestran algo de “sobrenatural y maravilloso”.   Su bondad y humildad le ennoblecen.  Denuncia que solo “los malvados” desfiguran su personalidad. Ni la esclavitud puede apagar el espíritu de una raza “heredado de su sangre”. Son la “raza comprimida” conectándoles con el África de sus antepasados.   Establece que “Trae cada raza al mundo su mandato, y hay que dejar la vía libre a cada raza.” Sus “lamentosos himnos” y “terribles danzas” son herencias ancestrales.   Y Martí, que los tipifica de acuerdo con las teorías de la herencia del momento, muestra respeto por sus manifestaciones religiosas, signadas por la espontaneidad y naturalidad, que se suman a su identificación con la Biblia y la imagen de un Jesús azotado y manso como ellos.  

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Durante la lucha por sacar la Marina estadounidense de Vieques fui a  la Corte federal de Puerto Rico a  despedirme de un amigo negro porque sabía que su sentencia sería la cárcel. Ya había estado allí apoyando a mi hermana que fue apresada tres días en la cárcel federal por defender la Isla Nena. Le hablé poco, lo abracé y me fui calladamente. En mi vida siempre compartí con afrodescendientes que estaban en posiciones de marginalidad, pero que formaban parte de mi  niñez como es común en el Caribe por su diversidad racial. Por eso, me impactó el libro sobre Martin Sostre, anarquista afroboricua, particularmente su desarrollo intelectual libre de  marcos institucionales  que aprisionan los saberes. Esto lo hizo defensor de otros presos mediante actos performáticos llevados a cabo en la corte y por medio del Black English, luego reivindicado por el lingüista Labov, que cambió el mercado de exámenes estandarizados en Estados Unidos. La corte y el mundo de las leyes, aclara el  autor de En mi celda: escritos desde la cárcel, publicación de  Editorial Emergente, el profesor emérito Julio Ramos,  es un gran teatro que Sostre invadió con su palabra contestataria y su gestualidad.

Me parece memorable que Ramos haya impugnado nuevamente el canon literario, además de haberlo hecho anteriormente con los trabajos sobre Luisa Capetillo en Amor y anarquía,  mediante la celebración y análisis de la literatura carcelaria que retaba el sistema punitivo criticado por Michel Foucault- vigilar y castigar- y del que se ha manifestado recientemente la UNESCO.  (Hacia una educación no punitiva)

Otro elemento que destaca es la utilización de la psiquiatría y la farmacolonialidad para condenar la disidencia, manipular su psiquis, reducir  al encarcelado al no ser, al olvido del yo. Asombra que Sostre sufrió estoicamente el ser afroboricua por medio de la fabricación de casos y la imposición de diagnósticos  psiquiátricos a su cuerpo. Julia de Burgos sufrió por igual la medicalización abusiva en los hospitales de Estados Unidos por su afición a la bebida, según la investigación de Grisselle Merced. También Carlos Gil en su trabajo sobre don Pedro Albizu Campos denunció la forma en que  fue torturado y cómo se utilizaba el castigo en las cárceles de Estados Unidos. Los doctores y la medicina han cumplido un papel represivo en el trato a las minorías y disidentes tanto en Estados Unidos como en las dictaduras de  América Latina. (He escrito sobre los adolescentes y el confinamiento en las penitenciarías juveniles. Hace varios años visité la de Guaynabo y me informaron que a los jóvenes a veces les pegaban como forma disciplinaria. ¿Hasta qué año se admitieron legalmente las palizas en las cárceles juveniles?) Franz Fanon sigue teniendo vigencia como siquiatra de los disidentes.

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    ¿Quién es Betty Díaz, que nos ha sorprendido con una opera prima, la publicación de su novela Amén ausente? (2023, Editorial Ausente, Puerto Rico). No aparece información sobre ella; no hay solapas  que incluyan información sobre ella; solo aparecen en la contraportada los comentarios de tres escritores reconocidos: Dinorah Kortright Roig, Beatriz Navia y Luis López Nieves, en ese orden, que reconocen la destreza de la autora en el manejo de una historia compleja inspirada en sucesos reales sobre el robo de órganos en Mozambique, suceso que se desató en medio de la guerra civil que sobrevino luego de que el país africano lograra su independencia de Portugal en 1975.

     La descripción minuciosa de este aterrador negocio resulta perturbadora para el lector, que va descubriendo detalles de la mafia organizada a la que pertenecen el doctor Lino Agostini y su ayudante directo, el doctor Biagio, dos distinguidos cirujanos italianos. Asistimos al larguísimo viaje que realizan prácticamente todos los personajes a Nampula, Mozambique, la puerta del infierno. A partir de ese momento, la trama se va complicando.  La autora articula con destreza varios ejes narrativos que van enlazándose y llevándonos en medio de la violencia, la muerte y el terror  hasta alcanzar el estallido climático.

     La construcción de los ambientes está muy bien lograda en el texto, sobre todo la mozambiqueña. Las lluvias persistentes, los baches, los lodazales, la invasión de mosquitos, el calor sofocante, los montes, los bosques, sirven de marco perfecto para la acción trepidante en que se mueven los personajes.

     La novela se lee como un thriller donde la intriga y el suspense logran que el lector no se despegue de la lectura. La acción, que es intensa, y la estructura de creencias y valores religiosos que defienden o niegan los personajes priman sobre los efectos emocionales que los sucesos violentos y escalofriantes dejan en el alma o en la psiquis de los personajes. Probablemente sea porque la autora no quiera alejarse de la denuncia del suceso horroroso y desgarrador que vertebra la novela.

     Vemos entonces que coexisten en el texto los personajes que se abrazan a la creencia en  los valores cristianos de justicia, compasión y honestidad con los que, viendo la realidad de la pobreza, la injusticia y la violencia, dudan de toda esa estructura de creencias. Aparte quedan los desalmados, perversos y hasta siniestros que manejan el negocio criminal organizado atentos solo al lucro personal. La perversidad y la codicia de estos hacen que otros se pregunten por qué Dios permite tantas injusticias. Esta duda es la que expresa constantemente y con ingenuidad la niña de doce años, Czarina Agostini, quien dice: “¡Odio las dudas!”  “¿Soy pecadora si dudo? …¿No saben rezar las madres de África que pierden sus hijos? ¿Por qué la virgen no las oye a ellas?” La mente inocente de la niña no comprende cómo el cristianismo, con todos sus dogmas, preceptos, creencias y tradiciones se ha desentendido de las grandes injusticias que llenan de dolor y desesperación el alma humana. El clamor de los labios secos de tanto pedir no llega a los oídos de ese ser todopoderoso, perfecto e invisible. Claman los mozambiqueños víctimas inocentes de la guerra civil; claman los secuestrados que, sin ellos saberlo, llenarán con la venta de sus órganos los bolsillos voraces de sus captores; claman las monjas, pero tendrán que ver con dolor que  el fuego consuma el hogar de acogida de las Siervas de María por el que tanto habían luchado; clama Zara Agostini por el sentimiento de culpa  y por la sensación de complicidad en los “negocios” del marido que la mantienen  desesperada y ansiosa; clama el padre Jerónimo cuya fe nunca flaquea. Czarina no puede clamar: “¿Para qué le rezamos a ese Dios? Yo no estoy creyendo mucho en ese ser. No lo puedo ver; nadie lo ha visto”. 

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Lajas se establece como municipio independiente en 1883; precisamente en un momento de crisis económica, acentuado por el monopolio de los comerciantes peninsulares sobre la economía local. Es en este periodo que surgen grupos de criollos liberales que se organizan para contrarrestar el predominio de los peninsulares. Entre las medidas que tomaron estaba el boicotear los negocios de comerciantes españoles y de quienes apoyaran al gobierno colonial; entre estas asociaciones estaban las que se conocieron como “La Boicotizadora”, “La Torre del Viejo” y “Los Secos”. Mientras esto ocurría, los partidarios del autonomismo puertorriqueño se fueron organizando y creando distintas agrupaciones que representaban el pensamiento liberal de la época. Lajas no fue la excepción, Lidio Cruz Monclova lo identifica como uno de los 49 municipios donde se lograron constituir organizaciones de este fin.

En marzo de 1887, se reúnen los liberales en la ciudad de Ponce en una asamblea donde se estableció el Partido Autonomista Puertorriqueño. Los representantes del área suroeste en la asamblea de autonomistas de Ponce fueron: el Dr. Félix Tió Malaret por Sabana Grande; Dr. Pedro Malaret y Ulises López por San Germán; y el Dr. Luis Aguerrevere por Cabo Rojo, este último, de origen venezolano, eventualmente fue nombrado médico de beneficencia en Lajas. Junto a la delegación sangermeña, se integró Francisco Feliú y Toro, cuya familia se había establecido en Lajas. Propiamente de Lajas, no hubo representante, aunque como ya vimos que sí se constituun grupo a favor. Jaime Frank Paganacci establece que una de las razones para que no hubiera representantes lajeños en Ponce era la falta de un pensamiento político maduro en el recién creado municipio.

Luego de la asamblea autonomista, los ánimos entre liberales y el poder colonial aumentaron. Romualdo Palacios, gobernador de la Isla desde el 23 de marzo de 1887, viendo posibles repercusiones negativas hacia la soberanía española en la colonia, orquesta una política de represión que inició en agosto de ese mismo año y que será conocida como los compontes. No es hasta octubre que se comienza a sentir en Lajas la represión que tuvieron a cargo el capitán Fernández de Castro y los tenientes José Sánchez Candal y Nemesio Ibern Cuesta.

El primer incidente que ocurre en Lajas fue el allanamiento de la residencia de Francisco Antongiorgi, sangermeño y ciudadano francés, por sus padres, quien tenía una finca en el barrio de Santa Rosa. Al momento de ocurrir la intervención, Antongiorgi se encontraba en San Germán; al conocer que las autoridades lo buscaban se presentó al cuartel de la guardia civil. Allí es detenido y encarcelado, dejado en libertad al día siguiente. Las posibles razones para que las autoridades intervinieran con Antongiorgi fueron dos circunstancias vistas como sospechosas por la guardia civil: (1) la gran cantidad de personas que lo visitaban en su residencia en Santa Rosa, y (2) el estigma que se tenía sobre extranjeros, especialmente franceses, a quienes se les ligaba con pensamientos políticos de corte liberal.

A Francisco Antongiorgi no se le encontró causa que lo relacionara al movimiento subversivo, no obstante, la guardia civil continuó en su afán de detener y humillar a toda persona relacionada con las ideas liberales. Entre los supuestos conspiradores, residentes o con propiedades en Lajas, estaban: Francisco María Farías, Juan Antonio Farías, José Antonio Sanabria, José Dolores Landrau, Eustaquio Balzac, Tomás Balzac, Rafael L. Ronda y Francisco Vélez Pagán. Se tiene constancia de algunos de los abusos que se perpetraron contra estos liberales. Por ejemplo, Francisco María Farías fue torturado, al igual que Francisco Vélez Pagán, aunque este último también fue azotado; José Dolores Landrau, periodista de profesión, fue golpeado tan fuerte que sufrió dislocación de una de sus extremidades, como si esto fuera poco, tuvo que caminar encadenado desde Lajas hasta San Germán.

Los abusos del gobernador Palacios fueron tantos, que las quejas de algunos puertorriqueños llegaron hasta España, provocando que Palacios fuera destituido de su cargo en noviembre de 1887. Lamentablemente, y como ya Jaime Frank Paganacci había comentado, el sentido de lealtad de algunos lajeños era tal, que sin mirar las atrocidades que se habían cometido aún abogaban ante la propia Reina Regente para que el gobernador Palacios no fuera removido de su puesto. Los incondicionales lajeños fueron Pedro Ascaso, Augusto Caimaré, Leoncio Portela, Vicente Tomey, José Noriega, Juan Costa, Celestino García, José Rodríguez, Laureano Rodríguez, Domingo Almodóvar, Luis Almodóvar y Benito Crespo, quienes tuvieron la arrogancia de indicar sobre Palacios que este era un “dignísimo patricio y bravo y celoso militar que había descubierto la horrible, tenebrosa y jamás oída conjuración tendente a destruir el Imperio español en estas apartadas regiones”.

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En las masacres que han ocurrido en las escuelas de Estados Unidos han muerto muchos niños y niñas. Hace poco un periódico digital mostraba  una foto de uno que cargaba un cartel que decía “Yo también soy persona”.  Otros niños son emigrantes que acompañan a sus padres en un viaje inseguro hacia un país de mayor desarrollo económico del que provienen: de Guatemala y Honduras a Estados Unidos, por ejemplo. Recordemos a los que fueron apartados de sus progenitores o parientes durante la administración de Donald Trump al llegar a territorio estadounidense. En Puerto Rico viven el crecimiento de la pobreza en medio de huracanes, la pandemia del COVID, terremotos y el deterioro de esta zona antillana. 

La pobreza infantil creció en Europa debido a la guerra de Ucrania y en el 2022, informa UNICEF,  organismo de las Naciones Unidas dedicado a  la niñez y la juventud, la pandemia del COVID tuvo como repercusión que se redujeran los ingresos en los hogares con niños y que se afectara su educación, según indica también  el Banco Mundial. Por su edad esta población vive ajena a una plena participación social. Todavía se escuchan las despectivas palabras : “los niños hablan cuando las gallinas mean”. También se ve públicamente el maltrato a los niños en la calle, oficinas y centros comerciales, lo que indica la necesidad de proteger nuestra infancia mediante la educación, la disminución de la pobreza y la violencia.

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En Páramos del amor: escrituras del VIH y sida en la poesía puertorriqueña (2023), Daniel Torres Rodríguez combina ensayos, entrevistas y poemas de escritores gais que han convertido el sida en estética literaria. Desde esta combinación de géneros publicado por la Editora Educación Emergente, setraza una cronología de la enfermedad en las letras puertorriqueñas desde la década de los setenta hasta el presente. A través de esta cronología, se ofrece un análisis de las obras de Víctor Fragoso, Manuel Ramos Otero, Alfredo Villanueva Collado, Joey Pons, Moisés Agosto-Rosario, Ángel Lozada y Eïrïc R. Durändal Stormcrow. Para acercarse a estos autores, se toma en cuenta la importancia del sexilio. Los autores examinados emigraron a los Estados Unidos influenciados por la represión sexual en Puerto Rico. En los Estados Unidos, encontraron un anonimato y una apertura que no tenían en la isla ante el privilegio de unas expectativas impuestas por el patriarcado y que discrimina preferencias sexuales que no estén fundadas con el fin de procrear.

Desde el título del libro, se examina las escrituras sobre el VIH y sida como terreno por explorar. Por lo tanto, además de cronología, Páramos del amor podría leerse como un intento de cartografía. Sin duda, se dibujan mapas literarios para guiar al lector. Al principio, el crítico nos remite a un lugar frío y desamparado. Un páramo cuenta con una superficie llana, poco fértil y desértica. Esta imagen se conecta con la reproducción sexual del sexo gay que no permite la progenie o con el sentimiento de desolación que muchos gais infectados con sida experimentan ante la inminencia de su muerte. Sin embargo, seaborda esta literatura con un oxímoron: los páramos están llenos de amor. Dentro de la aflicción, se abre un espacio para crear una estética que celebra el deseo por el cuerpo masculino y que se enfrenta a la enfermedad desde la escritura. Tanto los poetas como el crítico reconocen que la experiencia dolorosa del VIH y sida puede convertirse en fuente de inspiración. Las palabras no pueden sanar el cuerpo enfermo, pero mantienen vivo el acto creativo.

Al trazar una cronología de la enfermedad en estos poetas, se delinea a su vez el desarrollo de la literatura gay en Puerto Rico. Desde estas dos coordenadas, el crítico hace una doble contribución con Páramos del amor a las letras puertorriqueñas. Por un lado, el uso de la metáfora de una enfermedad evoca a los autores del siglo XIX que intentan diagnosticar al país. Si bien podríamos tomar como referencia las “Crónicas de un mundo enfermo” de Manuel Zeno Gandía, muchos escritores no olvidan que la enfermedad y sus metáforas forman parte de la literatura anterior a Susan Sontag y su clásico estudio AIDS and Its Metaphors (1989). Por otro lado, el análisis de Torres Rodríguez muestra cómo escribir sobre lo gay se hace con más comodidad y aceptación que en el pasado. Ya no estamos frente a escritores que deben hacerse paso para desarrollar un tema, sino que nos encontramos con escritores que han recorrido un camino y que, ahora, pueden criticar los aciertos y desaciertos de las generaciones anteriores.  

Páramos del amor: escrituras del VIH y sida en la poesía puertorriqueña es un texto que celebra la diversidad. Al reunir ensayos, entrevistas y poemas de escritores gais que se enfrentan al virus, el libro llega a nosotros como collage para recordarnos que, a pesar de compartir una experiencia única, cada uno de estos escritores se acerca a la enfermedad y a su preferencia sexual desde un punto de vista particular. Hay visiones, voces, y reacciones distintas. Además, al trazar una cronología de la enfermedad, el estudioso está consciente de que esta cronología no es lineal. Por ejemplo, al estudiar la escritura de Manuel Ramos Otero, Torres Rodríguez se desplaza al pasado para explorar la obra de Víctor Fragoso y al futuro para analizar los textos de Alfredo Villanueva Collado. Se dibuja un mapa que se mueve en el espacio y en el tiempo. Por tanto, lo que une a este libro y a los autores examinados son los puntos de encuentro, las conexiones y convergencias que se pueden trazar entre homosexualidad, sexilio y enfermedad.

La diversidad está presente en la estructura misma del libro. El texto se divide en tres partes que aglutinan un género distinto. En la primera parte, “El síndrome bajo análisis”, se incluye un prólogo, cuatro ensayos de crítica literaria y un ensayo sobre representaciones artísticas de Néstor Millán. Con el prólogo, sepresenta el tema además de ofrecer un contexto del origen del libro. Desde la primera oración, el lector sabe que tiene en sus manos un estudio crítico que resalta la experiencia personal. El primer ensayo, “La inmunidad en la lógica de la poesía del síndrome: Poemas de la lógica inmune de Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario”, es la ampliación del prólogo al libro que se menciona en el título. Se examina esta poesía y se conecta con la décima puertorriqueña. En el ensayo “Imágenes retrovirales en la lírica boricua del VIH y sida”, se explora cómo aparece la enfermedad en una serie de poemas. Escribir sobre el sida no es un acto aislado, sino una red que une a escritores gais. En el siguiente ensayo, “De la metáfora silenciosa de Víctor Fragoso a la metáfora contagiosa de Manuel Ramos Otero y a la poética de la ira de Alfredo Villanueva Collado”, se identifica una posible lectura del virus en la escritura de Víctor Fragoso además de identificar coincidencias entre su escritura, la de Manuel Ramos Otero y Alfredo Villanueva Collado. El ensayo “El síndrome de Lázaro: Moisés Agosto-Rosario, Ángel Lozada y Eïrïc R. Durändal Stormcrow”, continúa rastreando la representación literaria del VIH y sida en generaciones más jóvenes. Para concluir, la sección se cierra con un ensayo sobre el arte de Néstor Millán.

En la segunda parte, “Ellos tienen la palabra: Entrevistas a los poetas”, se incluye una variedad de textos. Además de las entrevistas a Alfredo Villanueva Collado, Joey Pons, Moisés Agosto-Rosario y Eïrïc R. Durändal Stormcrow, se añade un comentario a una carta inédita de Manuel Ramos Otero y una “Oda al SIDA” de Ángel Lozada. Todas las entrevistas se presentan con una breve introducción que selecciona las ideas principales de los escritores. Aunque cada autor fue entrevistado individualmente, el lector tiene la sensación de presenciar un debate. Alfredo Villanueva Collado hace énfasis en el aspecto político de la literatura gay y pone en contexto su desarrollo en la década de los setenta. Para este autor, la insistencia en el tema de la nacionalidad hizo que no se les diera más atención a voces interesadas en escribir sobre lo sexual. Perteneciente a una generación más joven, Joey Pons se centra en las nuevas tendencias y el desplazamiento de la literatura gay por el interés en la literatura queer. Miembro de la misma generación, Moisés Agosto-Rosario celebra la existencia de un espacio visible para la literatura gay. Por su parte, Ángel Lozada utiliza la escritura misma para reflexionar la conexión entre lo gay y el VIH. Finalmente, Eïrïc R. Durändal Stormcrow resalta la familiaridad con que ahora nos acercamos a esta literatura y hace un llamadoa apoyar nuevas voces. Tal como hace Torres Rodríguez, estas entrevistas funden crítica literaria y experiencia personal.

Finalmente, en la tercera parte, “Poesía del síndrome”, se ofrece una selección de poemas de Víctor Fragoso, Moisés Agosto-Rosario, Joey Pons, Ángel Lozada y Eïrïc R. Durändal Stormcrow. Lamentablemente ni los herederos de Manuel Ramos Otero ni los de Alfredo Villanueva Collado respondieron al pedido del crítico para publicar tres poemas de cada poeta en esta parte. La inclusión de los poemas analizados en el libro facilita el acceso a los textos. Muchos de estos poemarios no se encuentran en librerías o solo son accesibles a través de bibliotecas. Consciente de los lectores, Torres Rodríguez comparte los versos en su totalidad para que podamos leerlos sin su interpretación y, a la misma vez, para incluir el objeto de estudio que apoya su análisis. De este modo, la estructura tripartita del libro empieza desde la mirada del crítico, pasa a través de las voces de los autores y culmina con la palabra misma. Dicho de otro modo, crítica, opinión y texto nos permiten auscultar cómo la literatura gay ha logrado crear una estética de la enfermedad a través de la poesía.

Páramos del amor: escrituras del VIH y sida en la poesía puertorriqueña es un conjunto de voces. A través de las letras, podemos oír a los escritores con sus opiniones, pero también a los enfermos que se refugian en sus versos. Sin embargo, hay una voz indirecta que aparece a lo largo del texto: la voz del autor del libro. Además de darle unidad al volumen, esta voz de Torres Rodríguez aparece para dar testimonio de la relación que ha tenido con estos autores. Igualmente, selecciona epígrafes al principio de cada ensayo tanto para atraer como para guiar el acto de lectura. Aunque los autores son los que escriben, Torres Rodríguez se convierte en orfebre de la palabra. Sabe usar los materiales a su disposición y, por tanto, también podemos ver el goce por las letras desde su posición de lector.

Con armonía, Torres Rodríguez se luce como crítico y escritor. Durante 40 años, se ha dedicado al estudio de la poesía virreinal y contemporánea publicando libros y ensayos académicos. Ha estudiado la anti-poesía conversacional hispanoamericana, con especial interés en la escritura del poeta mexicano José Emilio Pacheco, y la poesía gay en Puerto Rico. Además, ha publicado novela, ensayo, cuento y poesía. Amén de una sólida carrera literaria, Daniel Torres Rodríguez se acerca a esta poesía desde la hermandad que lo une con aquellos que se dedican a la palabra. El crítico no esconde su excelente calidad humana y su capacidad para ser solidario con el otro. En su análisis del VIH y sida, no hay discrimen, juicio o culpa, sino camaradería con estos autores y un reconocimiento a su escritura sin alejarse de su compromiso intelectual. Los lectores futuros podrán juzgar la calidad de sus textos, la rigurosidad de su trabajo y la contribución a la disciplina.

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Mario R. Cancel Sepúlveda es oriundo de Hormigueros Puerto Rico. Nació en 1960, y estudió su grado de Bachiller en Artes con concentraciones en Historia Europea Moderna, Humanidades y Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez, y en la Universidad Interamericana de Puerto Rico, recinto de San Germán, ambos en el oeste de Puerto Rico. Prosiguió estudios graduados en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en San Juan Puerto Rico, donde completó su Maestría en Artes con concentración en Estudios Puertorriqueños y del Caribe. En dicho centro docente completó estudios en Archivística Civil y Religiosa.

Cancel Sepúlveda es catedrático de historia en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez. Ha sido docente graduado de crítica literaria en la Universidad del Sagrado Corazón de Jesús, y de Estudios Puertorriqueños y del Caribe en el Centro de Estudios Puertorriqueños y del Caribe, ambas entidades universitarias situadas en San Juan, Puerto Rico

Indóciles: Nueva visita al laberinto (Puerto Rico, Ediciones Laberinto 2023) es un libro de ensayos de investigación historiográfica. En estos ensayos, Cancel Sepúlveda da rienda suelta a su mirada al pasado y al paso del tiempo, a eventos y próceres, tan vivos que de vez en cuando pareciera que dialoga o conversa desde su presente y su porvenir. Indóciles: Nueva visita al laberinto es un texto que debe leerse como continuidad de ese otro libro de investigación historiográfica de Mario, El laberinto de los indóciles (Puerto Rico: Educadora Educación Emergente 2021).

Mario fue mi mejor profesor en la Universidad de Puerto Rico. Fue uno de los pocos que puedo decir, si no fue el único, que tenía a su haber el manejo de la investigación sociohistórica, la poesía y el cuento. Fue y sigue siendo un vivo ejemplo para mí, como sé que también lo ha sido para otros y otras de sus alumnos. Fruto de ese dominio transdisciplinar son sus múltiples textos, de los que quisiera destacar su tesis de maestría, Segundo Ruiz Belvis: El prócer y el ser humano (Una aproximación crítica a su vida) (Puerto Rico: Editorial Universidad de América/ Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe/ Municipio de Hormigueros 1994).

En un comentario a un texto previo, El laberinto de los indóciles: Estudios sobre historiografía puertorriqueña del siglo 19, también de Mario, pude comentar en el 2022:

“Cualquiera que conozca la obra historiográfica de Cancel Sepúlveda atisba que lleva casi tres décadas de producción y crecimiento dentro de los marcos transfronterizos de la literatura, la historia y los estudios culturales. El laberinto de los indóciles es un volver a temas que ya ha trabajado sin volver a lo mismo, salvo que no sea para recalcarnos aquello que de lo previo le haya podido servir para argumentar.”

Por su parte, Vibeke Betances Lacourt también en el 2022 comentó sobre:

“El laberinto de los indóciles nos hace parte de las discusiones que se gestaron en el siglo diecinueve y que sin duda tienen remanentes en el modo en que nos acercamos a la manera en que pensamos al país. Al final corroboramos que existió «[…]una discursividad que nunca se puso de acuerdo, nunca fue homogénea y que se apropió de la identidad y de la puertorriqueñidad de manera creativa […]» (Cancel 15) y para los que nos preguntamos, pensando en Benedict Anderson en la lejanía, ¿y qué pasó? ¿por qué no funcionó?, el hecho de que nunca se pusieran de acuerdo ni fuera homogénea – discursivamente hablando- es una de las razones, la segunda la ofrece el mismo escritor, pues sentencia que esa discursividad terminaba «[p]oniendo la historia y la memoria del pasado al servicio de causas que chocaban la una con la otra» (15). Si bien el libro establece que no tiene la intención de pensar asuntos contemporáneos, para aquellos de nosotros que hemos estado conscientes de las situaciones sociopolíticas de nuestro país hasta la actualidad, el libro en general nos parecería señalar otro camino más: una ida al pasado que nos aclara el presente. Es justo ese el camino en el que me quedé porque reconozco que ir al pasado, recorriendo el laberinto discursivo que por siglos se ha gestado, es una tarea que requiere un hilo mucho más sólido que el que cargo y temo entrar en él para luego no encontrar la salida de regreso.”

De Indóciles: Nueva visita al laberinto, José Anazagasty Rodríguez a su vez comentó (2023):

“Indóciles es un libro magnífico, producto de un erudito ingenioso y novedoso, un historiador que conoce muy bien, con maestría, las arduas pero fascinantes rutas del complejo laberinto de los indóciles puertorriqueños.  Los invito a visitarlo de la mano guía de Mario R. Cancel.  Este historiador los llevará, como concluye Mayra Rosario Urrutia en su prefacio a Indóciles, por rutas alternativas para cavilar, contrastar e inquirir el laberinto y nuestra historia, a dilucidar la maraña de nuestra cultura política.”

Finalmente, quisiera rescatar el comentario a Indóciles: Nueva visita al laberinto de Gary Gutiérrez (2023):

¨En esta nueva publicación, el autor nos lleva a mirar como esos sectores anteriormente detallados, miraron, construyeron y redefinieron los procesos históricos que les forjaron como sujetos políticos y eventualmente históricos. Así, las páginas de Indóciles: Nueva visita al laberinto nos muestra unos prohombres humanizados que durante su vida y sobre todo al final de misma, miraron, reconstruyeron y sobre todo recontextualizaron los eventos y procesos históricos que forjaron sus vidas y sobre todo las narrativas decimonónicas en la Isla y el Caribe.

Así, las páginas de Indóciles: Nueva visita al laberinto documenta, desde la aguda perspectiva de Cancel, como aquellos monocromáticos «próceres» y «prohombres» que nos mencionaron en los salones del Departamento de [Des]Educación del País, en realidad fueron y son seres llenos de matices y colores que miraban sus procesos y los contextualizaban en la corriente histórica que les tocó vivir.¨

Como hemos podido observar, Indóciles: Nueva visita al laberinto es un texto de continuidad de El laberinto de los indóciles. La importancia de ambos es la contribución que aporta Mario a temas que conoce y que ha estudiado desde muy temprano en su vida de historiador y especialista en estudios culturales puertorriqueños y caribeños. 

En Indóciles: Nueva visita al laberinto, se podría decir que Cancel Sepúlveda no tiene una idea central, a no ser que sea la de, como dice Mayra Rosario Urrutia en su nota introductoria al mismo, dejarnos comprender que no hay historia acabada, que existen miradas o formas de observar y narrar la “verdad” histórica de otra manera a la ordinaria o ya contada. A su vez, considero que Mario busca romper consigo mismo, con su propio quehacer y su propio yo, lo que a su vez nos deja una mirada en la que los personajes y eventos contemporáneos a Segundo Ruiz Belvis pierden su sacralidad.

No es muy difícil sostener que la lectura que nos aporta Cancel Sepúlveda es muy propia. Como tampoco es difícil admitir a qué se debe. Ya lo he dicho antes, Mario ha estudiado estudios puertorriqueños y del Caribe dentro de Puerto Rico, y la mayoría de los historiadores del Puerto Rico contemporáneo a él no. No tienen sus conocimientos, no pueden dar su versión crítica de la historia. Realidades son realidades: No basta con ser postmoderno, o criticar por criticar hechos desconocidos. En ese sentido, Mario se nutre de la contribución de los antecesores de la nueva historia, como de por sí de los que -nucleados en CEREP- hicieron una historia que ya no resulta nueva en el laberinto que maneja a su antojo Cancel Sepúlveda.

Mario, en Indóciles: Nueva visita al laberinto demuestra que conoce de lo que aborda, desde los eventos como de los personajes. Tal vez no debamos plantear que logra demostrar el fundamento de sus argumentaciones, pues no creo que sea o haya sido ese el objetivo de Cancel Sepúlveda. Ahora bien, sí podemos decir que, como reconoce Rosario Urrutia, nos abre camino para tratar viejos asuntos y personajes con otra perspectiva que la históricamente aceptada.

Indóciles: Nueva visita al laberinto corresponde con la perspectiva con la que Mario disputa, dialoga y da continuidad a su quehacer de historiador y narrador de la historia. En la coyuntura actual, Indóciles: Nueva visita al laberinto resulta un texto útil, pertinente y provocador. Una muestra de que no todos los historiadores del país se durmieron en una de las esquinas del laberinto.

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